Un mes

Por Julio María Sanguinetti

La vida tiene más imaginación que cualquier estadista o legislador. Y bien que lo hemos vivido en este mes vertiginoso.

Del esperanzado discurso del Dr. Lacalle Pou aquel primer día, se han caído todos sus énfasis. Imposible hablar de equilibrio fiscal cuando se derrumba la recaudación y vuelan los gastos. Difícil abordar polémicos cambios en una ley de urgencia que iba desde la educación hasta el derecho penal. Todo se ha concentrado en asumir la pandemia y sus consecuencias sociales. No había -ni hay todavía- otra opción.

El gobierno lo ha hecho muy bien. El Presidente de la República ha asumido un rol protagónico y sale fortalecido de la emergencia. El país sintió que este barco tenía capitán para afrontar la tormenta. Se actuó con energía y serenidad. También con una prioridad social referida tanto a la salud como a los impactos de la paralización económica.

Más allá de las medidas tomadas, la comunicación ha sido fundamental. Tanto el Dr. Lacalle Pou como el Secretario de la Presidencia, Dr. Álvaro Delgado, desecharon el manual que impone no saturar con una presencia constante y generaron confianza. Dar la cara, no escamotear información, contestarle a los periodistas con paciencia, aun preguntas reiterativas, resultó crucial.

La oposición sindical y política, por su parte, no le dieron un día de tregua al gobierno. Hasta cayeron en el uso lamentable del caceroleo, históricamente ligado a la lucha contra la dictadura, para sustentar indefinidos reclamos. Nada faltó.

Era un mundo surrealista. Reclamaban solidaridad social, cuando el nuevo gobierno enfrentaba la sorpresa de 400 mil trabajadores informales, que aparecía como un ominoso legado de tres gobiernos presuntamente socalistas, que había despilfarrado la mayor bonanza comercial de la historia en atender sus fantasías y los reclamos de los trabajadores sindicalizados, relegando a los más necesitados. Se abroquelaron detrás de un reclamo de cuarentena obligatoria, sin abundar en razones ni mirar la situación en perspectiva. Pedían esfuerzos fiscales cuando acababan de entregar el gobierno con el mayor déficit de los últimos 30 años, nada menos que 2.800 millones de dólares, a financiar con urgencia en medio de este desbarajuste inesperado. Clamaban por los desposeídos, cuando la capital del país mostraba en sus calles gente viviendo a salto de mata como nunca antes había ocurrido.

Felizmente, el miércoles hubo un diálogo entre el gobierno y el Frente Amplio. Ha sido una saludable tregua. El clima popular les ha hecho reaccionar. Y los excesos sindicales, culminados con la grosería de un dirigente de Antel, da la impresión que alarmaron a la gente más sensata y les llevaron de la mano al diálogo con el oficialismo.

Anhelamos que ese diálogo sea constructivo. Que se comprenda que no se puede imponer una plataforma reivindicatoria a martillazos, cualquiera sea su costo. Que se asuma que la ética del momento dramático impone acompañar, aun a costa de sacrificar alguna opinión discrepante, y no salir a buscar algún aplauso de los partidarios más exaltado. Que así se como se propone gastar, se debe aceptar que todo requiere financiación.

Nuestro mundo sindical, que oficialmente sigue siendo marxista e invoca constantemente su concepción clasista, debe entender que todo ha de manejarse dentro de los estrictos parámetros de la legalidad y la economía de mercado que son la esencia de la vituperada "sociedad burguesa". Que el trabajo de su gente dependerá de la sobrevivencia de las empresas y que su recuperación llevará tiempo, porque lo perdido está perdido y el mundo también estará restaurando cimientos agrietados y reponiendo tejas que volaron de los techos.

Todo indica que el coronavirus nos impondrá todavía algunas semanas de fuerte restricción. Pero no está demás ir pensando que ninguna sociedad soporta la cuarentena eterna. Ha sido sabio no excederse en la paralización económica. El daño ya es enorme pero hubiera sido peor con medidas más drásticas que impidieran totalmente la circulación de la gente. Pese a todo, da la impresión que todavía hay mucho de innecesario en la concurrencia a las ferias, que siempre fueron un paseo, además de una necesidad.

Uno de los mayores dilemas está con el sector educativo. La población joven no es la más afectada, pero puede ser la de mayor capacidad de trasmisión por su enorme volumen.

Primer mes, entonces. Dramático para el mundo. Dramático para nosotros. Inesperado para el gobierno, que mostró que estaba mejor preparado que lo que cualquiera hubiera pensado, cuando ni llegó a dos semanas de vida normal.

Hay mucha gente pasándola mal. El Estado se ha concentrado en los más pobres y está bien, pero no se puede olvidar que en las vastas clases medias del país hay comerciantes, profesionales, artesanos, talleristas, empleados de todo tipo, que van desde la gastronomía hasta el taxi, que no poseen ingresos regulares y dependen de la actividad diaria. Su retorno a la normalidad dependerá de la recuperación general del país. Razón de más para que todos entendamos que, más que nunca, la hora es acompañar a las instituciones para que la unidad nos permita sobrellevar los difíciles caminos a recorrer.



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