Un giro favorable de la historia

El plebiscito de 1980, del que en estos días se cumplen 40 años, no sólo fue una hazaña cívica de los ciudadanos y de los dirigentes partidarios, sino que fue una fecha clave para marcar a fuego la calidad democrática de la salida uruguaya, tantas veces elogiada en el mundo.

La forma pacífica en que los uruguayos resolvieron su pleito de 1980 es una marca prestigiosa del país, un antecedente que nunca debemos olvidar, una jornada que nos debería seguir llenando de orgullo.

Los gobernantes militares estaban convencidos de que, dada las férreas prohibiciones que habían impuesto a los partidos y a la prensa, sumadas a una abusiva y exclusiva campaña de publicidad, el SÍ ganaría ampliamente. Tenían sometida a la opinión pública y esa fue su mayor confusión, creyendo que la gente les respondería.

Pero esa fue una de las primeras lecciones que dejó la elección. Los uruguayos actúan con independencia y, si bien con tranquilidad, no se dejan llevar por delante. Haber votado mayoritariamente por el NO en 1980 fue un acto de sereno coraje de una dimensión extraordinaria. Quizás los jóvenes de hoy no aquilaten el valor que se requería para sufragar en contra del régimen militar, en medio de una campaña de represalias y de amenazas pocas veces vista.

La segunda lección tiene que ver con la vigencia de los partidos políticos y de sus líderes. Perseguidos, proscriptos, difamados -con acusaciones de corrupción que nunca pudieron confirmarse- los líderes de las colectividades realizaron una gestión histórica, quizás inigualable. Ganaron el plebiscito de atrás, sin prensa, casi sin reuniones y en el mano a mano, interpretando fielmente el sentimiento popular que en forma silenciosa se había venido formando.

Proscriptos los principales líderes, los partidos supieron también renovar sus elencos. Todos ellos lo tuvieron que hacer. Los colorados deseamos recordar a Enrique E. Tarigo, un profesor de derecho procesal y periodista, quien, por las circunstancias, tuvo que asumir el protagonismo principal y lo hizo con inteligencia y bravura. Fue en formidable conductor en tiempos de tormenta y la República le debe aún el sincero homenaje que merecen sus grandes líderes.

Pero además de estas constancias, quizás la principal lección que nos deja aquella formidable jornada es que cambió la historia. El proyecto militar era la perduración "a la chilena", con una Constitución hecha a medida, con un candidato único a la presidencia y con legisladores digitados. Si hubiera ganado el SÍ, habríamos tenido absoluta predominancia militar durante varios de los régimens sucesivos a 1982, que es precisamente lo que se evitó.

Hay otra enseñanza inexorable que nos deja ese tiempo ya histórico. Ninguna de las partes actuó con violencia ni con espíritu de venganza posterior. Los militares aceptaron el resultado del plebiscito. Podrá argumentarse que no tenían más remedio, pero los hechos son los hechos. Reconocieron a casi todos los partidos y habilitaron a casi todos los proscriptos. Podrían haber endurecido su posición, pero la fueron abriendo, aceptando en definitiva el mandato electoral.

Por su parte, los partidos políticos, es decir, sus líderes, porque los partidos como tales no estaban funcionando, tuvieron la sabiduría de saber esperar y de ubicarse en la civilizada posición de la negociación y no de la revuelta. Una profunda señal que viene de muy lejos en la historia uruguaya, forjada mucho más en las salidas que en los enfrentamientos.

En 1980, pues, se empezó a construir el "cambio en paz" consagrado en 1984.




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