Edición Nº 1063 - Viernes 28 de noviembre de 2025

Tradición (¿y - o?) renovación

Por Francisco Berchesi

El registro histórico es de suma importancia para la estabilidad y perduración de las naciones y sus instituciones. Ese sentir de pertenencia histórica, la identidad, cobra aún más importancia en tiempos de tergiversación y engaño, en tiempos de adoctrinamiento. De ahí la importancia de su existencia y claridad.
 
Hoy en día el oficialismo, más precisamente su candidata a la vicepresidencia (sin exposición hace varias semanas) nos tiene acostumbrados a la palabra batalla, por lo que voy a recurrir a la misma, para hacer foco en una que hemos perdido. Esta es en la educación, más precisamente sobre la historia nacional, desde los comienzos de nuestra república hasta la actualidad. No es una derrota total, pero hemos cedido demasiado territorio, ya suficiente hace varios años.

Las mentiras o desinformación del oficialismo sobre la historia reciente, e incluso sobre nuestros orígenes es grave, sobre todo al volcar esto al sistema educativo y caer en el terremoto institucional de la demagogia.
 
Me detengo a cuestionar, como suele hacerse en la actualidad desde algunos sectores: ¿cuál es el valor de la historia? Y es que la respuesta está en la interrogante: vale, por su historia. Se está donde se está, por el camino recorrido hasta allí. Somos actualmente, por lo que fuimos, por como fuimos. Insisto: lo que se es ahora, es por todo lo anterior. Y esto es bien importante, porque para nuestra república y nuestras instituciones, el valor de la historia es decirnos qué somos, quiénes somos, por lo tanto decirnos hacia dónde nos dirigimos. Los 183 años de historia de nuestro Partido Colorado son entonces, luces que nos guían en el arduo camino del accionar político.

Fructuoso Rivera fue nuestro primer y tercer presidente constitucional, hombre de gran valentía y honradez, un gran caudillo en aquellos tiempos de gestación institucional. Producto de su sesgo ideológico y su adicción fundacional, el oficialismo quiere infundir en la población un revanchismo con nuestra propia identidad nacional imponiendo, o al menos pretendiendo hacerlo, la idea de que existió un genocidio charrúa llevado a cabo por el propio Rivera, cuando estos ni siquiera habitaban nuestro territorio sino el actual argentino y nuestro legado cultural indígena es Guaraní.

En nuestro Uruguay se derriban edificios históricos, se construye sobre nuestras raíces, hay una fiebre de renovación y “progresismo” permanente que desconoce justamente eso, nuestras raíces y nuestra cultura.

Objeto próximo de mi autoría, las culturas occidentales y orientales se encuentran muy distantes, desde su raíz hasta sus frutos. En Japón, rascacielos y bosques milenarios conviven día a día. Sus ciudadanos de cultura y tradiciones milenarias, conviven pacíficamente a diario con jóvenes tecnológicos.

Al visitar ese maravilloso país uno se da cuenta del secreto de su éxito. Es la convivencia armónica de esto, la tradición y la renovación. El mantener valores e ideales a lo largo de los años les permite abrirse a la renovación pero siempre recordando lo primero, y esa es la cuestión.
 
Todo esto me recuerda a la gran frase del Presidente Sanguinetti, recordada y citada por nuestro candidato a la presidencia Ernesto Talvi tan a menudo: “la renovación, si no se asienta en una tradición, es efímera. La tradición, si no produce nuevos frutos, se anquilosa y se degrada.”
 
La causa de mis desvelos es ver un país ir en contra de esto. Un gobierno que dinamita sus propias raíces para poder mantenerse allí donde está, o peor aún, un gobierno que borrando –o explotando– todo esto, pretende incapacitar ideológicamente a las próximas generaciones para que ni siquiera puedan advertir esto último.

Son entonces la tradición y renovación, unificadas armónicamente, nuestro medio para un destino de prosperidad. Nuestra esperanza en el porvenir, es la convivencia de estos.

“...el conocimiento de la historia enseña al individuo y a la nación a asumir lo imitable y a evitar lo vergonzoso.” Tito Livio (59 a.C - 17 d.C)



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