Todo por la marihuana

Por Julio María Sanguinetti

Nuestro gobierno parece dispuesto a saltar todas las barreras para seguir adelante con su peligroso proyecto de legalizar la marihuana.

Acaba de recibir una clara advertencia crítica de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (organismo de Naciones Unidas) y la respuesta ha sido desafiante: “Las Naciones Unidas nos están tirando de las orejas y le vamos a dar tanta pelota como le dan las grandes potencias, cuando toman decisiones aquí y allá. Pero le vamos a ganar el partido y le vamos a enseñar cuál es el camino de la reforma”. Cuando conviene se dice exactamente lo contrario, como es el caso de la Corte Interamericana de Justicia, a la que ni Brasil ni Venezuela reconocen, pero que nuestro gobierno —en las leyes violatorias de los referéndums sobre la ley de caducidad— considera poco menos que palabra santa. O sea que cuando se nos ocurre, los compromisos internacionales son sagrados y cuando no nos conviene, decimos lo contrario. No es serio, es demasiado contradictorio.

Luego de esa tajante declaración, el Presidente afirma que “tenemos la obligación de tratar de hacer un experimento con toda la frialdad y la devoción del espíritu creador”, del mismo modo que “si nos equivocamos tendremos el coraje político de decir: nos equivocamos”. No dudamos de la buena fe de la afirmación, pero no es aceptable su contenido. Cuesta aceptar que la sociedad uruguaya sea el conejillo de indias de un “experimento” en el que está en juego nada menos que la salud de los jóvenes, del mismo modo que la rectificación eventual nos lleva a la siguiente interrogación: ¿quién se hace cargo de los daños si se cometió un error? ¿Cómo se revierte el avance del consumo de drogas si ocurre ese previsible consecuencia? En todo caso, esos efectos negativos se verán con el tiempo, con otro gobierno, que si ha de asumir la enorme responsabilidad de una rectificación, tendrá una frágil posición para enfrentar lo que se ha expandido.

Es notoria la dificultad que está teniendo el gobierno para reglamentar y organizar la aplicación de una ley que abre un cauce ilimitado a la difusión de la marihuana en cultivos particulares. Todo indica que estaremos ante una expansión de la circulación de la droga, en la que seguirán envueltos los narcotraficantes. Primero, porque ellos mismos se introducirán en el comercio de marihuana y, segundo, porque la cocaína, la heroína y todas las demás drogas seguirán bajo su dominio, con el agravante de que ahora actuarán en un ambiente mucho más favorable. Es ingenuo pensar que el narcotráfico desaparecerá en el mismo instante en que se contribuye a que aumente su materia prima.

El Estado, por su lado, ¿tiene la capacidad para hacer un control universal de aplicación cuando le resulta tan difícil en otros casos?

Todos los días estamos viendo con dolor los resultados del consumo de drogas. Hace poco el mundo se conmovió por la muerte de un gran actor de cine y estos días nuestra propia sociedad ha registrado el homicidio que bajo su efecto cometió un conocido futbolista, matando a su propio padre.

El clima de permisividad que se está difundiendo en nuestra sociedad es inocultable. Luego de haber logrado un gran éxito en la disminución del tabaquismo, levantamos esta barrera psicológica que supone el reconocimiento por el Estado de que el consumo de drogas no es algo ilegítimo y dañino. La marihuana en sí no hay duda de que es francamente hiriente para la salud psíquica, pero además ella levanta la valla moral que pesaba genéricamente sobre las adicciones.

El gobierno ha recogido voces internacionales a favor y ello le estimula a seguir con énfasis en su proyecto. Los amigos ex Presidentes de Colombia que postulan esta legalización, no lo hicieron cuando fueron gobierno, aunque en ellos podemos entender su actual intención, desde que su país ha sido protagónico en la producción y distribución de estupefacientes en medio de un profundo clima de violencia. El nuestro es un caso bien distinto, cuando en un país sin fronteras reales con sus vecinos nos largamos unilateralmente, sin consultar a nadie, a legalizar un tráfico que Argentina y Brasil condenan.

Mientras tanto, no se lanza la prometida campaña de difusión de los resultados dañinos de la marihuana. Comenzaron a salir algunos avisos en televisión pero allí quedaron, mientras que —por el contrario— se advierte que la señal de la legalización bendice psicológicamente un hábito que compromete la salud de la población joven, la más proclive a caer. Hay lugares públicos, como algunas playas del Este, donde el consumo se hace desembozadamente, a la vista y paciencia de quien allí concurra. Lo mismo se advierte en partidos de futbol. Ya no se hacía nada, desde que no era ilegal el consumo personal; ahora, presumiblemente nos tapará la marea.



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