Taumaturgia comisarial

Por Santiago Torres

La creencia en el poder mágico de las leyes va viento en popa en Uruguay. Y cuanto más pomposo el título de una ley, mejor. Parecería que ello potencia sus efectos milagrosos. Desde hace pocos días, Uruguay cuenta con un “Sistema Nacional de Transformación Productiva y Competitividad”. Ya podemos ser felices.

Todo arrancó en junio de 2014, cuando Tabaré Vázquez —tras conocerse el resultado oficial de las elecciones internas— anunció en la sede del Frente Amplio sus 10 propuestas para un tercer gobierno del Frente Amplio. La número 9 era, precisamente, la creación de un “sistema nacional de competitividad”.

Una vez instalado el nuevo gobierno, a impulsos del Director de OPP, Álvaro García, se envió casi de inmediato el proyecto de ley al Parlamento, el que lo recibió el 5 de marzo. A partir de allí tuvo un trabajoso periplo, fruto de las desavenencias internas del oficialismo. Ese proceloso itinerario —que finalizó hace pocos días— puede apreciarse en su trámite parlamentario.

Pero, con toda felicidad, llegamos a diciembre y como regalo de Navidad ahora tenemos el “Sistema Nacional de Transformación Productiva y Competitividad”, el cual —dirigido por los ministerios que integran el gabinete de idéntico nombre— y ejecutado por oficinas tan dispares como la “Agencia Nacional de Investigación e Innovación” y el “Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático” (sí, tenemos eso también, porque acá se trata de tener burocracias de nombres pomposos, no lo olviden), pasando por la “Agencia Nacional de Desarrollo Económico” (porque sin esa “agencia” nunca nos vamos a desarrollar) y muchos otros organismos más.

El Director de OPP, Álvaro García, quedó feliz. Ya existe un nuevo comisariato que —pletórico de la sabiduría que al resto nos falta— nos guiará hacia la prosperidad (con inclusión y a salvo del cambio climático, faltaba más).

Como señaló el ex Ministro Isaac Alfie en su última columna en el suplemento “Economía y Mercado” del matutino “El País”, se trata de “progreso manuscrito”. ¿Alguien cree, realmente, que la hipotética coordinación de esa variopinta multitud de organismos generará unas mágicas sinergias que permitirán transformar la matriz productiva del país y tornarlo más competitivo?

Permítanme repetirme y apelar a conceptos que he manejado recientemente. Si no hay un cambio en las políticas generales, no habrá ninguna transformación productiva ni mejora alguna en la competitividad, porque el “Uruguay normal” no va a mejorar porque haya una mejor coordinación de burocracias sino cuando esas mismas burocracias se retiren (sean retiradas) del camino de la innovación y el emprendedurismo, que sólo vienen de los particulares liberados de glebas y de tutorías de comisarios políticos sabihondos.

Hoy Uruguay camina cada vez más en base a regímenes de excepción (zona francas, exoneraciones impositivas o mercados cautivos). Para el resto de los mortales, es casi imposible todo emprendimiento con valor agregado, con lo cual se cierra el camino para la auténtica innovación. Innovación, de paso, a la que se le tiene pánico, como dan cuenta de ello los reflejos prohibicionistas cuando ésta aparece.

“Estamos trabajando por el impulso de un proceso de transformación productiva orientado a la expansión de actividades innovadoras con mayores niveles de valor agregado y contenido tecnológico nacionales”, señaló —con una batería de clichés— Álvaro García en defensa de este nuevo “Deus ex machina”.

La idea de que desde un mágico “sistema” estatal es posible llevar a cabo transformaciones que los privados no pueden llevar adelante porque están atados de manos por las políticas desarrolladas por el propio Estado, está más cercana a la religión que a la razón. ¿De verdad creen en comités de sabios capaces de apretar botones aquí y allá y así lograr aquello que los privados no? ¿Acaso se trata de montar un nuevo régimen prebendario (otro más), como se insinúa en las palabras de García, pero disfrazado de “impulso a la innovación”?

Me repito: intenten hacer converger el “Uruguay normal” con el “Uruguay de enclaves”. O sea, redúzcase la carga tributaria a todos los emprendimientos, desmóntense los monopolios, refórmese la educación, garantícese la propiedad, defiéndase al Estado de Derecho, y la transformación productiva se empezará a dar por sí misma y el país, por fin, será competitivo.

El resto es puro cuento y excusas para poder decir que se hace algo sin hacer nada de verdad.



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