El perverso capitalismo del Frente Amplio

Por Santiago Torres

A los tumbos, el país se viene deslizando —no por planificación deliberada sino por “la lógica de los hechos”— hacia una economía de enclave, o sea, una de las peores variantes del capitalismo prebendario.

Se viene confirmando que se instalará en Uruguay el grupo pesquero chino “ShanDong BaoMa”. El propósito sería invertir en un puerto pesquero, el que además contaría con un astillero para reparación de barcos pesqueros y un pequeña planta industrial (no queda claro si de procesamiento de pescado o de fabricación de hielo para la congelación de productos marítimos. La inversión se estima en U$S 200 millones, lo cual es importante pero tampoco la gran cosa. Dejamos de lado las prevenciones que existen acerca de la posibilidad de que ese puerto termine asistiendo a las flotas pesqueras taiwanesas que hacen pesca ilegal.

Perdón, me olvidaba de un detalle: los chinos obtendrían su correspondiente zona franca, faltaba más.

En suma, es improbable que tengamos un TLC con China; a lo sumo, algún tipo de tratado que amplíe el comercio bilateral, pero —eso sí— tendremos nuestro enclave chino, como ya tenemos nuestros enclaves escandinavos.

¿Por qué cada vez que un extranjero decide hacer una inversión de porte mayor en Uruguay siempre termina reclamando —y logrando— que se le conceda una zona franca? ¿Por qué ni locos admiten someterse al régimen general de inversiones?

La respuesta surge sola: de hacerlo, la ecuación de rentabilidad se va al demonio. En suma, el —por así decirlo— “Uruguay normal” pierde como en la guerra en el mercado mundial de destinos de inversión. El único Uruguay que tiene de a ratos algunas chances de cazar alguna inversión relativamente importante es el “Uruguay de enclaves”. No puedo evitar hacer la analogía con las “zonas económicas especiales” de China, Vietnam o Cuba.

Y sí, si yo fuera a hacer una inversión de gran porte, también pediría una zona franca para aislarme jurídicamente porque el “Uruguay normal” es insoportable para la inversión productiva, ya fuere nacional o extranjera, salvo que se produzca para el mercado interno en condiciones de mercado cautivo (para lo cual el inversor contará con la inestimable ayuda sindical y de los consejos de salarios).

Los costos que debe asumir una empresa dirigida a exportar bienes o servicios al exterior son prohibitivos. Entre la presión tributaria, el costo de la energía, los salarios descolgados de la productividad y el frecuente patoterismo sindical, se torna prácticamente inviable la producción con valor agregado destinada a la exportación bajo el régimen del “Uruguay normal”.

Allá por diciembre de 2007, el economista Ernesto Talvi señalaba claramente que “atraer inversión extranjera no es solución en tanto que ésta venga a suplir el déficit de inversión nacional en base a planes promocionales y tratamientos diferenciales”. Es lo que Uruguay viene haciendo.

En el mismo reportaje, el director de CERES advertía que Uruguay se estaba deslizando a un modelo de economía de enclave, o sea, “una economía con islas de prosperidad, acompañadas de bolsones de marginalidad. Así se produce un desarrollo inarmónico, que no le sirve al país”.

O sea, un país con una economía sustentada en unas pocas grandes inversiones (concentración de la propiedad), al amparo de algún tipo de sociedad o entendimiento con el Estado (el gobierno de turno, en realidad), la mayor parte dirigidas hacia la exportación y aquellas que lo hagan hacia el mercado interno, lo harán gozando de mercados cautivos. Y las empresas amigas, que en realidad no invierten con capital propio sino con plata del Estado. En una economía de esa naturaleza, brillarán cada vez más por su ausencia los mayores generadores de puestos de trabajo, aquí en Uruguay y en el mundo entero: las pymes. No hay pyme capaz de sobrevivir en un marco que apuesta al ahogo tributario, la conflictividad permanente y a los incrementos salariales por encima de la productividad. Y como la educación ni se toca, tendremos manos de obra cada vez menos calificada, con lo cual esas grandes inversiones deberán importar buena parte del personal que requieran.

Vaya paradoja: los “revolucionarios” vienen construyendo la peor versión del capitalismo.




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