Sin derecho a la esperanza

Por Luis Hierro López

Con bienvenida franqueza, Fernando Pereira, presidente de la central obrera, afirmó que el gran problema que sufre hoy el país es el de la justicia social, porque los pobres creen que seguirán siendo pobres.

En un arranque de sinceridad similar al que tuvo el Director de la Policía Mario Layera, el presidente del Pit-Cnt sostuvo en una reciente conferencia que hay una enorme diferencia entre el Uruguay contemporáneo y el país de hace unas décadas. Según resume el semanario Búsqueda, Pereira indicó que “los pobres del 60 creían que podían dejar de ser pobres y los pobres de hoy creen que no pueden dejar de ser pobres. No creen en el ascenso social y el único ascenso posible es que te salga un buen jugador de fútbol”.

Pereira aclaró que lo que piensa no significa desconocer las políticas sociales del gobierno, pero afirmó que el país no está “encontrando las soluciones adecuadas” a los problemas que tiene. Y agregó que cuando se abordan estos temas, pareciera que hay que hacerlo cuidando “cuántos votos gano o pierdo. Yo ese problema no lo tengo”.

No es la primera vez que Pereira, un dirigente que proviene de las filas social-cristianas, se expresa con independencia de criterio y se diferencia del discurso oficial de sus compañeros marxistas de la central. Hace ya varios meses, reconoció que el Impuesto a la Renta Personal se ha convertido en un impuesto al trabajo, asumiendo por lo tanto la principal crítica que la oposición le hace el gobierno en la materia tributaria.

Sus reflexiones sobre la cuestión social son de enorme interés porque, aunque muy breves, van al carozo del asunto, porque subrayan que pese a la prosperidad de estos años –que significó una baja del desempleo y un aumento del salario– no ha cambiado sustancialmente la condición de las personas pobres, que se sienten atadas a esa situación sin poder zafar. No lo dijo explícitamente Pereira, pero sus afirmaciones contienen una fuerte crítica a las políticas sociales y a la Enseñanza, que son las que pueden promover la movilidad que lamentablemente hoy no existe. Lo que caracterizaba al país era precisamente la posibilidad real del ascenso social, esas historias que cientos de miles de uruguayos personificaron desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX, sabiendo que con esfuerzo y probidad estarían en condiciones de mejorar su posición económica y social.

Esta tendencia histórica se ha revertido hoy y si bien ello obedece a cambios sociales y culturales que van más allá de lo que haga o no haga un gobierno, es necesario recordar que las políticas y las señales frenteamplistas al respecto han sido equivocadas: no promueven la formación para que las personas se superen ni valoran el estudio y el trabajo como mecanismos de ascenso social. Desde las dádivas del Mides a la blandura frente al delito hay toda una concepción populista que iguala para abajo y achata a la sociedad. El elogio de Mujica a los Kung San, la tribu africana cuyos integrantes sólo trabajan dos horas por día, su valorización del pobrismo y su ataque a los profesionales y sus títulos, son parte de ese discurso y no son anécdotas de un líder folclórico, sino ejes de una propuesta política que lamentablemente viene imponiéndose. El impuesto a la renta personal y la carencia de exoneraciones a jóvenes y estudiantes son una expresión clara de esas ideas, que descreen de la exigencia moral e intelectual como eje del progreso individual y colectivo.

Desde esta columna vengo bregando por la reconstrucción del Uruguay de “los talentos y las virtudes”, esa sabia sentencia constitucional que resume una sociedad que, sin dejar de ser solidaria y sin abandonar a los más débiles, promueva el esfuerzo y la inteligencia de su gente. Ésa es la señal que no ha dado el Frente Amplio y es lo que Fernando Pereira reconoce al sostener que “los pobres creen que van a seguir siendo pobres”, la peor de las condenas, porque ello significa que esas personas ya no tienen siquiera derecho a la esperanza.



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