Si es de izquierda, no es corrupto...

Por Luis Hierro López

El ex presidente Mujica ha dado una pésima señal al concurrir a un acto con Lula, acusado de groseros actos de corrupción.

En ese mundo maniqueo que la izquierda ha imaginado, la moral pública era patrimonio de los “revolucionarios” y la corrupción podía registrarse únicamente en gobiernos de derecha. Ese es uno de las tantos engaños que la prédica machacona y permanente ha elevado a categoría de dogma, aunque con pies de barro como los hechos van demostrando velozmente.

La corrupción atraviesa las clases sociales y las orientaciones ideológicas y aquello de que “si es de izquierda no es corrupto y si es corrupto no es de izquierda” ha pasado a ser, más en estos días, una zoncera dicha por una persona irresponsable.

Lula está acusado de maniobras indecentes que han sido probadas, entre cientos de brasileños de todos los pelos –de derecha o de izquierda y de todos los partidos y de variada actividad empresarial o profesional– que están procesados o encarcelados por las mismas causas. La historia de Brasil es en ese sentido muy ajetreada y para no irnos a la época de la colonia, alcanza con recordar que otro ex presidente, Collor de Mello, de signo antagónico al de Lula, también fue acusado de organizar un mecanismo de corrupción, con sobornos a legisladores provenientes de empresas privadas. Su tesorero de campaña estuvo preso y él perdió la presidencia.

El “mensalao” o el pago ilegal a los legisladores para que formaran mayorías, esa turbia maniobra que Lula le reconoció a Mujica que era imprescindible para poder gobernar –y que nuestro ex presidente no tuvo reparos en divulgar– no fue entonces inventado por el Partido de los Trabajadores, pero su mecanismo fue aceitado y perfeccionado. El periodista argentino Ceferino Reato, corresponsal durante muchos años en Brasil, demuestra en un libro muy interesante, “Lula, la izquierda al diván”, y haciendo manejo de documentos indesmentibles, cómo el Partido de los Trabajadores instaló el “mensalao” en las gobernaciones, antes incluso de que Lula llegara a la Presidencia.

En ese escenario y con las revelaciones brutales que se han hecho últimamente en torno a la operación “lava jato” y a las andanzas de la empresa privada Odebrech y de la compañía pública Petrobás, solo algunos fanáticos pueden creer en la inocencia de Lula, un hombre con un enorme poder y un gran arrastre popular que habría sido víctima de las maquinaciones de la derecha. Con una corrupción institucionalizada en el gobierno, no se posible que Lula saliera indemne.

Mujica, quien sostuvo que a veces lo político prevalece sobre lo jurídico, debe creer también que lo político puede estar sobre lo moral y dado lo que Lula significa –el primer obrero que llegó a Presidente, el que dirigió al país cuando millones de brasileños dejaron la pobreza– quizás calculó que era mejor acompañarlo que rechazarlo. Eso le cae bien a la izquierda más sectaria, integrada por personas como Constanza Moreira, quien justificó la corrupción de los Kirchner y que aplaude a Lula.

Pero Mujica es mucho más que Constanza Moreira o que el militante Marcelo Abdala, que se reúne con dictadores y alaba a Chávez. Lo que dice Mujica tiene mucha influencia en la población, y quienes le siguen reciben la señal de que la corrupción no es tan mala y de que cuando la Justicia quiere combatirla se trata de una conspiración, una combinación conceptual que resulta ser perversa para la democracia.

El mensaje del ex presidente es muy negativo, sobre todo en momentos en que Uruguay intenta controlar los focos de corrupción que se han presentado y que golpean tan duramente al gobierno. En vez de elevar las exigencias morales, el viejo guerrillero se abraza a una blandura ética que le hace mucho daño al país.



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