Se encontró al culpable

Por Julio María Sanguinetti

Luego de la parodia de Debate Educativo, que se estiró en el gobierno anterior para cubrir el total vacío de ideas en la materia; después del desastre de la ley de educación que devolvió a las corporaciones gremiales el poder perdido en 1971; agotados los anuncios de nuestro Presidente de educación y más educación hasta el punto de “bajar los brazos”, como viene de confesar; frustrado el gasto del 4.5% del PBI, que no logró la menor mejoría en los resultados; reconocido por la generalidad, especialmente el Presidente, que estamos en un desastre, parecería ahora que el Frente Amplio ha encontrado al “culpable”.

Es el Codicen. Nacido nada menos que de un proyecto de Sanguinetti. Según la Senadora Topolansky, el Codicen es el que burocratizó el sistema, al centralizarlo, y por eso se “enlentenció” todo. Liquidando al enemigo todo se resolvería. Y así lo corroboró el Sub-Secretario de Educación que, suelto de cuerpo, dice que él llamó a la ley de 1972 “código penal de la Educación”, por “eliminar las autonomías educativas”.

Parecería que la solución es retornar al viejo sistema y, en lugar de un órgano autónomo, retornar a cuatro. Eso según la señora Topolansky. Según su esposo Presidente, la situación sería a la inversa, porque él se acaba de quejar amargamente de las “autonomías”, a las que “no hay como entrarles”. Estamos, entonces, ante una contradicción absoluta. Por ahora el Presidente se queda con la autonomía de UTU pero luego afirma que “en el Frente no me la lleva nadie”. Y este es el punto central. La cuestión entonces no es la burocracia ni el Codicen como institución, con mayoría absoluta designada por el Presidente Mujica, ni los Consejos de las ramas, también nombrados por el Codicen y los gremios.

El problema no son las instituciones sino quienes las dirigen. Y como ellas están hoy conducidas por frentistas designados por el gobierno, ¿cómo se explica que el Presidente baje los brazos y diga que no puede hacer nada? Los representantes de las corporaciones gremiales, a su vez,¿ no representan lo que el Frente Amplio sostuvo toda la vida, empezando porque la cuestión educativa era un tema de dinero y nada más, porque teníamos los mejores profesores y directores del mundo, que sólo precisaban de más medios para alcanzar lo mejor?

Si el Presidente no puede hacer nada es porque se enfrenta a sus propias contradicciones, a su falta de un criterio personal claro y a la historia de una colectividad atenida a los criterios de las gremiales. Y si hoy no puede con un Codicen que centraliza la orientación general, ¿piensa que va a ser más fácil con tres o cuatro entes autónomos, que retornarán a las viejas disputas de territorio e invocarán su autonomía particular para sostener posiciones corporativas, el reflejo de los pequeños ducados administrativos o simplemente la visión parcial que tiene quien está en una institución y observa la realidad desde el punto de vista de ella?

El Presidente insiste en que a las autonomías “no hay como entrarles”. Si no puede con un solo órgano, ¿piensa que será más fácil con cada uno haciendo lo que quiere?

El Codicen no fue un capricho sino una necesidad, porque antes de la Ley 14.101, Primaria andaba por un lado, Secundaria por otro y la Enseñanza Técnica por otro; estas dos últimas —además— con una fuerte presencia de delegados gremiales en su conducción, resultado de apasionadas elecciones a las que cada uno iba con su programa. Resultaba imposible armar un presupuesto con visión de conjunto y una currícula con la idea de que la educación es un proceso continuo, que empieza a los 4 años y requiere como mínimo de 11 años.

La Senadora habla del “embudo” del Codicen. Ese “embudo” puede dejar de serlo en la medida en que desconcentre las funciones operativas. El mantenimiento de los edificios, por ejemplo —que ella menciona—, no tiene por qué ser materia del Codicen. Personalmente, pienso que si se le dan los fondos, en el interior lo harían mejor las Intendencias (y no digo Montevideo por mil razones).O sea que todos los “embudos” se puedan abrir. Pero llegar a la anarquía, actuar sin directivas, cada uno con una imprenta, cada uno con su programa, ninguno pensando en que la mayoría de esos muchachos —como debería ser— tiene que llegar a la educación terciaria, sea universitaria o tecnológica, así, acentuaremos rápidamente la descoordinación y el despilfarro.

El problema no es que exista una institución rectora. El problema es que los que antes se oponían a las escuelas de tiempo completo en los barrios deprimidos o hacían actos de violencia para impedir que le llegaran bandejas de comidas balanceadas a los niños de las escuelas, están hoy en el gobierno de la educación. Nombrados por el propio Presidente o elegidos por los gremios. Ese es el problema. No hay ideas o las que hay son obsoletas. No es verdad que no se pueda hacer nada. Cuando nosotros planeamos con cuidado una reforma en 1995, la llevamos adelante y mucho avanzamos pese a la oposición frontal de esas mentalidades reaccionarias que todavía se dicen progresistas. Había una idea, que incluso se planteó durante la campaña preelectoral, y luego la llevaron a la práctica gente convencida de ella.

El Presidente y su señora debieran meditar sobre esto. Si quieren cambiar, pueden. La cuestión es que hay que tener una idea clara, un proyecto definido y luego ejecutores convencidos. Con parches, improvisaciones, declaraciones contradictorias, viejas mentalidades y gente nombrada por cuotas, por supuesto que es imposible. Con estas instituciones como con otras. Y mucho peor si, en vez de un órgano rector que establezca criterios generales, tengamos tres o cuatro, cada uno con su idea.



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