Retrocedió el autogolpe, la dictadura continúa

Por Julio María Sanguinetti

El episodio grotesco de el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, apéndice sumiso del gobierno, sustituyendo las funciones y poderes del Parlamento, generó tal protesta internacional, tal desconcierto entre sus aliados, que Maduro reunió a su consejo de seguridad nacional y echó para atrás. La reunión la presidió el propio Maduro, en reiterada demostración de que el Poder Judicial no existe y que simplemente dispone lo que el gobierno desea.

Muchos de los apologistas de Venezuela, como en Uruguay lo es la mayoría de la dirigencia del Frente Amplio y, con fervor, la cúpula sindical, salieron de su estado de vergüenza para agradecer el “gesto” del Presidente. Según ellos habría que reconocerle el mérito especial de continuar con su ejercicio dictatorial del poder, la subordinación judicial, el cerco financiero a un Parlamento sin recursos hasta para pagar sueldos, el desacato de sus resoluciones, la prisión de líderes opositores y la restricción permanente de la libertad de expresión.

Es algo penoso. Todo penoso, porque no hay nada más triste que comprobar la cantidad de dirigentes políticos y sindicales que no comparten los valores esenciales de nuestra concepción democrática de la vida. Mirando en perspectiva, uno puede —aunque cueste— intentar explicarse que cuando todavía el régimen soviético y sus aledaños estaba allí ofreciendo todavía alguna esperanza de una mejoría, podría haber alguna gente engañada. Pero luego de la caída del Muro de Berlín y de todas las demostraciones, una tras otra, del fracaso del socialismo marxista y sus variantes populistas, es realmente imperdonable que aún entre nosotros haya gente con responsabilidad que no quiera entenderlo. Confunden socialismo con fascismo, les basta un anacrónico antiyanquismo o un apolillado discurso contra la burguesía capitalista, para sentirse solidarios. No es imaginable que alguien sensato pueda ignorar el desastre económico y social del régimen venezolano, no solo autoritario sino incompetente en un grado que superó a cualquier otra dictadura del pasado.

Un ejemplo clamoroso de esa mentalidad retrógrada la ofreció el dirigente sindical Marcelo Abdala, compartiendo elogios y tribuna con el propio Maduro, en el mismo instante en que emplazaba a nuestro Presidente de un modo tan irrespetuoso que era un agravio al país (bochorno que se comenta aparte).

En el caso uruguayo , la identificación con el régimen venezolano llegó hasta el paroxismo. Iban y venían los dirigentes, iban y venían los abrazos, iban y venían los negocios. Hasta que todo se ha hecho ya insoportable y el gobierno comienza a cosechar lo que sembró.

La grosería del Presidente Maduro, exigiéndole al Presidente uruguayo una reunión, gritando a voz en cuello que no le atiende el teléfono y acusando a nuestro gobierno de conmixtión con EE.UU., supera todo lo imaginable. Nuestro Presidente ha respondido con un comunicado de tajante rechazo a esta acusación, pero le exige “pruebas” sobre algo que dice que no existe. Si no existe esa conjura con los estadounidense, no hay prueba que pueda presentar el dictador... Tiene que rectificarse y punto. Y si no se rectifica, habrá que ponerlo en evidencia ante la opinión pública mundial.

Por vez primera se advierte una verdadera reacción de la comunidad internacional. Los cancilleres del Mercosur han emitido una resolución condenando las violaciones y exigiendo, una vez más, que se cumpla el cronograma electoral. El Consejo de la OEA ha reconocido, por amplia mayoría, que en Venezuela se vive “una grave alteración inconstitucional del orden democrático”, activando la Carta Democrática, lo que abre la posibilidad de “gestiones diplomáticas adicionales”. Por supuesto, la respuesta venezolana es la catarata de insultos consabida. De nuevo la invocación del “Ministerio de Colonias” para la OEA, que si no fuera trágica sería para largar la risa por su vetustez.

Después de que la desvaída mediación que bendijo el Papa desmovilizó el clima de protestas que había organizado la oposición, vuelve ahora a producirse una situación más favorable para el reclamo democrático. Este debe concentrarse en la exigencia de elecciones garantizadas. Nadie debería tener dudas y  vacilaciones sobre el propósito.

Una vez más, el desafío es la instrumentación de las medidas de presión porque está claro que Maduro y sus mil generales, no van a ceder; saben que les va la vida en ello; saben que, en cuanto pongan urnas, la ciudadanía los va a enterrar; saben que hoy difícilmente tengan otro camino que un exilio cubano.

Es ingenuo apostar a la buena fe de un régimen que desesperadamente se aferra al poder. Hay que presionar. No se va a resignar fácilmente. No es injerencia indebida ni violación del principio de no intervención, pedir respeto a los derechos humanos y elecciones libres. Salvo la intervención militar, todas las medidas —políticas, jurídicas o económicas— deben adoptarse para acorralar al régimen y obligarlo a restaurar el funcionamiento democrático.



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