Recuerdo de un jurista y ciudadano: Eduardo Jiménez de Aréchaga

En su misma generación, Eduardo Jiménez de Aréchaga compartió la presencia académica y cívica con su primo Justino, el constitucionalista, hijo a su vez de Justino E., otro constitucionalista. Eduardo, en cambio, era hijo de Eduardo Jiménez de Aréchaga Vargas, comercialista. Y los dos padres, hijos, a su vez, del primer Justino, constitucionalista y blanco, a diferencia de toda su descendencia, que fue colorada.

Esta conversión de la familia es muy interesante y emerge de la obra con toda claridad. La respuesta a la interrogante es que Justino viejo era blanco, partidario y amigo de Eduardo Acevedo Díaz, el gran novelista, que había liderado desde el lado civil la revolución de 1897 que acaudillara Aparicio Saravia. En el despacho de Justino, se entrevistaron Acevedo Díaz y Batlle y Ordóñez, en las vísperas de la elección presidencial de 1903, de la que resultó electo el líder colorado con el voto de 8 senadores nacionalistas, que fueran luego expulsados del partido y vituperados del peor modo. Batlle apoyó a Acevedo Díaz y le designó para representar al país en la Argentina, donde murió. La persecución nacionalista a Acevedo Díaz llevó a los Aréchaga al Partido Colorado, reconociendo en éste una vertiente democrática a la que sirvieron con ejemplar espíritu republicano.

En el hermoso acto hizo uso de la palabra Rodolfo Fattoruso, editor y elocuente intelectual, quien destacó el prólogo del Dr. Jorge Batlle, una síntesis de la trayectoria de los Aréchaga y de Eduardo, “Presidente de la Haya, futbolista muy fino (como él lo dice, abogado porque le gustaba la pelea, Ministro del Interior equilibrado y justo, pensando siempre acompañar a su querida señora…”. “Recordar a los grandes hombres que contribuyeron a forjar nuestro destino, hoy es una tarea más importante que nunca”), concluye ese prólogo.

El Dr. Brause, en sus palabras, destacó algunos aspectos relevantes de la vida de Eduardo Jiménez de Aréchaga. Ante todo, su formación en la enseñanza pública uruguaya, en la Escuela Brasil, en el Liceo Zorrilla, en el Vásquez Acevedo y en la Facultad de Derecho. Luego, su temprana vocación por el derecho internacional, que ya comenzó a cultivar durante la Segunda Guerra Mundial en el Comité Interamericano de Defensa. En esa Cátedra marcó una época; todos los especialistas coinciden en que hay un artes y un después de Eduardo en la sustancia y el modo de enseñar la materia. Esto se acompañó con una producción bibliográfica de nivel internacional, que consolidó su prestigio. Así fue llamado una y otra vez a cargos de gran relevancia, que incluso le llevaron a desempeñar la Presidencia de la Corte Internacional de La Haya. Ningún otro uruguayo alcanzó las posiciones a las que él llegó, como reconocimiento a su talento y a una dedicación que no sabía de pausas.

Su pasión docente también fue temprana. Recordamos su texto de Introducción al Derecho para los alumnos del Vásquez Acevedo, por entonces una pequeña Sorbona uruguaya. Lo mismo sus cursos de derecho internacional, tratados de unánime reconocimiento.

Esa formación jurídica y su carrera internacional, no le inhibieron del servicio político. Acompañó a los gobiernos colorados desde 1951, en que fue Subsecretario de Relaciones Exteriores con el Ministro Domínguez Cámara. Fue el primer secretario del Consejo Nacional de Gobierno en 1952. En 1968, cuando estaba en Viena como Relator General de la Convención Internacional, el Presidente Pacheco Areco, en medio de un país convulsionado, le pide que asuma el Ministerio del Interior y, con sacrificio patriótico, lo hace con sabiduría y prudencia, pese a que hubo de afrontar momentos muy difíciles. Durante la dictadura se mantuvo junto a la oposición. En 1979 participó en un homenaje a Batlle y Ordóñez, en el diario “El Día” y, al año siguiente, integró la “Comisión de los Seis” del Partido Colorado que apoyó el No en el plebiscito constitucional. En las elecciones internas de 1982 integró las listas batllistas y fue electo convencional, contribuyendo activamente al proceso de retorno de la democracia.

Deportista a lo largo de toda su vida, vigoroso futbolista que brilló en el Urunday de la Liga Universitaria, optó sin embargo por el básquetbol oficial, defendiendo los colores de Trouville.

Sin duda fue una de los figuras mayores del Uruguay del siglo XX. Perteneció a un país en que el estudio, la calidad personal, el honrado servicio al Estado, la convicción republicana y la mirada elevada hacia el progreso, eran los valores que le movían. Perteneció a esa estirpe de juristas que hicieron del Derecho una vocación que consolidó el ejercicio democrático del país; su primo Justino, Eduardo J. Couture, Adela Reta, Enrique Véscovi, Jorge Peirano Facio, Enrique Sayagués Laso, los dos Barbagelata, Aníbal y Héctor Hugo, Alberto Ramón Real, entre tantos otros, configuraron un núcleo ciudadano que, más allá de la cátedra, fueron los guardianes de una fortaleza de libertad. Bueno es recordarlos, no como letra muerta en el pasado, sino como portaestandartes de unos valores que no podamos dejar desvanecer si queremos que el Uruguay siga siendo el Uruguay.

J. M. S.



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