Petróleo sí, petróleo no

Por Julio María Sanguinetti

Las primeras noticias fehacientes sobre la prospección de petróleo en el mar, han sido negativas. Para variar, se han desatado los debates consiguientes, reprochándosele —con razón— a algunas figuras del oficialismo, como el Vicepresidente, haber anunciado triunfalmente que se le encontraría con seguridad y que él, solitariamente, había defendido siempre esa perspectiva. Pretendía por esa vía mejorar su difícil posición en el “affaire” Ancap, pero una vez más le ha salido el tiro por la culata.

La verdad es que la empresa Total fue muy cauta siempre y no alimentó ningún triunfalismo. En la reunión en que el Presidente invitó a los ex Presidentes, sus representantes dijeron claramente que lo único cierto es que había en ese lugar un reservorio, pero que podía haber gas, petróleo, agua o nada. No cabía, entonces, ningún optimismo publicitario, pero no faltaron quienes, esfumadas ya sus promesas electorales, encontraron en el “descubrimiento” la renovación de las generosas ofertas.

Caída esa expectativa, el gobierno anuncia que seguirá el intento de la búsqueda de hidrocarburos como si dependiera de su voluntad. La realidad dice que son las empresas las que tendrán que decidir si siguen haciendo perforaciones por su cuenta y riesgo, con avatares como el presente. Decir que “seguimos” no es novedad alguna, porque en nuestro país desde hace cincuenta años se ha procurado, una y otra vez, acercarse a la riqueza escondida del oro negro. Es más, siendo Ministro de Industrias me correspondió llamar y adjudicar la licitación del primer relevamiento geofísico de la plataforma continental, el cual llevó a cabo la empresa francesa Compagnie Générale de Géophysique. Mediaron luego varios intentos y este último comenzó en el gobierno del Dr. Batlle, de modo que ha existido, en esa búsqueda, una saludable continuidad del Estado.

Seguimos pensando hoy lo que dijimos en las reuniones de la residencia presidencial de la Avenida Suárez: que es necesario que el país legisle para la eventualidad de la aparición de hidrocarburos a fin de impedir los excesos que tantas veces han ocurrido en el mundo. La idea predominante en esas reuniones con el Presidente fue la que hasta hoy sigue siendo la mejor: establecer un manejo independiente, con un sistema de tipo noruego, en que la renta petrolera se conserva y solo se invierte, en destinos específicamente establecidos, el producido de ese capital. En una palabra, impedir un despilfarro como el que hizo el gobierno frentista en la década de los grandes precios agrícolas internacionales, en que expandió el gasto para ganar la elección y sacrificó la inversión que hoy se nos demanda. Esa bonanza, que difícilmente vuelva a repetirse, fue la oportunidad perdida de reducir drásticamente la deuda externa, invertir en infraestructura de comunicaciones y en innovación tecnológica. Poco o nada se hizo y las facturas hay que pagarlas ahora.

Todo esto requiere sobriedad, seriedad y paciencia. Si hubieran aparecido petróleo o gas, se hubieran precisado entre cinco y diez años para que se produjeran beneficios. Nada debía alimentar esos triunfalismos demagógicos que nos envolvieron. Del mismo modo que hoy no se puede minimizar el fracaso de esta profundísima prospección. Las compañías internacionales son las que dirán hasta dónde llega su interés y capacidad de riesgo, algo que siempre estuvo claro desde el principio.

Por nuestra parte, como país, deberíamos completar la legislación propuesta y aguardar a que aparezcan interesados. Sin alharacas ni demagogia.



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