Números y realidades

Por Julio María Sanguinetti

El sociólógo Fernando Filgueiras, que es un analista serio en un mundo de pensamiento muy contagiado de trampas ideológicas y pesados corporativismos, brindó al colega Luis Custodio del diario “El País” un extenso reportaje sobre nuestra situación social y la prueba de madurez que tiene enfrente la sociedad uruguaya en estos meses de rendición de cuentas y fin de gobierno: o modera los aumentos de salarios y el nivel de gasto público, o comprometerá seriamente los avances logrados.

Esto es clarísimo y la presión inflacionaria lo está demostrando. No es lo mismo un 4 o 5% de inflación que un 8 o un 9%, donde estamos hoy. Ni hablar de lo que podría ocurrir si rebasamos el umbral de los dos dígitos, con su impacto real en convenios salariales y la tormenta psicológica que produciría. Ya fue notorio el artilugio que se realizó a fin de año con el índice de precios que hasta el oficialista PIT-CNT ha cuestionado. Esto indica una peligrosa tendencia a toquetear los números. No es la grosería argentina, pero cuidado con acostumbrarse a esos jueguitos…

Acotemos, de paso, que toda la mejoría económica vino de afuera, desde los precios de exportación, y que el aumento de los costos internos, al no reflejarse en el tipo de cambio, están poniendo comprometiendo nuestro crecimiento futuro. Aun los productos agropecuarios tradicionales, como la carne, están con problemas y esa situación acota sin duda las posibilidades de la administración.

Filgueiras maneja los números oficiales sobre mejoría de la pobreza pero no considera los cambios que se han operado en esos cálculos, al agregarle los ingresos por salud (que significan un 2,4% en el índice) y naturalmente las prestaciones no contributivas del Mides, que realmente han producido una mejoría estadística circunstancial y, al mismo tiempo, hipotecado perspectivas de futuro al agredir la ética de trabajo que debiera pasar de padres a hijos como elemento central de la educación en el hogar.

Tan mal se han aplicado esos programas que ni siquiera se logró con la asignación familiar, lo que era habitual desde el ya lejano 1943 en que se crearon por vez primera y escuelas y liceos tenían clarísimo que la asistencia de los alumnos era la condición de la prestación y celosamente la certificaban (sin computadoras ni otros elementos actuales).

Es interesante la referencia que hace a que ya en los organismos internacionales (que aplaudieron las prestaciones en dinero) se empieza entender que por salir estadísticamente de la pobreza no se integra la clase media. Se le llama “población vulnerable” y es así, en la medida en que si se le quita el subsidio estatal cae en la misma situación de pobreza de hoy. La cuestión esencial es que ese tipo de asistencia aleja a la persona de la búsqueda del trabajo y acostumbra a sus hijos a ver a su padre viviendo sin ese empeño. Amén del uso clientelístico que normalmente acompaña este tipo de asistencialismo.

En materia de pobreza, los números actuales, pese a la inédita disposición de recursos del Estado, no son distintos a los de los años 80 y 90. Apenas se ha logrado retornar a esos niveles, pasada la crisis de 2002. Y lo peor es que se ha gastado mucho en educación y el país acusa allí un rezago enorme. Al Frente Amplio le costó muchos años entender que las escuelas de tiempo completo eran la primera barrera contra la pobreza, atacada en su raíz, y que ese sistema debía avanzar desde los preescolares de 4 años.

Es evidente que nacen más niños en hogares pobres y por eso, porcentualmente, siempre hay más niños que adultos pobres. El desafío está, justamente, en lograr las mejores posibilidades de superación desde la menor edad posible. Y ello supone una política sanitaria, demográfica y educativa que se conjugue para lograrlo.

Desgraciadamente, el mayor retroceso lo tenemos en la educación. Hasta el Presidente, que arrancó distinguiéndola como su prioridad máxima, ha bajado los brazos. Y Los resultados siguen asombrando por lo negativos. Hoy, sólo el 39% de los jóvenes que ingresaron a secundaria terminan los dos ciclos. Hace pocos días la Facultad de Ingeniería llegó a la comprobación horrorosa de que apenas el 3% de quienes ingresaban poseía el conocimiento matemático para poder atender sus cursos. Estamos hablando de Ingeniería, a cuyo segundo ciclo nadie va por descarte y donde se supone que la matemática es la primera destreza intelectual… En ese territorio el problema se agrava por segundos, porque incluso a la repetición y a la extra-edad se las quiere mejorar simplemente con un maquillaje, aprobando a todo el mundo. Naturalmente condenando, al mismo tiempo, a los mejores a reducir su nivel hacia abajo y anclando para siempre en su baja formación a quienes exhiben los peores rendimientos y nunca saldrán adelante en un mundo tecnológico.

No hay duda de que en este año debe haber moderación en la política fiscal. Pero también hay que salir de esta resignación ante un atraso educativo que, a mediano plazo, nos condena al subdesarrollo. Sin la población preparada profesionalmente para los tiempos que vivimos, no hay modo de quebrar esa barrera. Podrán los precios de las materias primas endulzarnos, como hoy, por algún tiempo, y bienvenidos que han sido. Pero el futuro no pasa por allí.



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