Los negros libres y los zambos de igual clase...

Por Luis Hierro López

En 1834, apenas iniciada la República, don Frutos Rivera fundó Cosmópolis, en la falda del Cerro, para que los inmigrantes tuvieran allí sus fincas y labores. Uruguay tiene una rica y larga tradición en esa materia, que empieza con Artigas, que algunos candidatos no deberían olvidar.

Nuestra historia está vinculada a los inmigrantes, dado que todos los uruguayos venimos de ellos. Denigrarlos de alguna forma va en contra de la “uruguayidad”, esa forma de ser que, por suerte, nos distingue.

Es cierto que el artículo 53 de la Constitución de la República admite que, al momento de fomentar el empleo, debe preferirse a los “ciudadanos”, una expresión quizás anticuada. Pero nuestras tradiciones y nuestra legislación no admiten discriminaciones.

El fundacional Reglamento de 1815, uno de los textos artiguistas que los uruguayos deberíamos saber de memoria, establece que serían beneficiados en la entrega de tierras, “los negros libres, los zambos de igual clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suertes de estancia si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la Provincia. Serán igualmente agraciadas las viudas pobres si tuvieren hijos y serán igualmente preferidos los casados a los americanos solteros y estos a cualquier extranjero”.  Aunque se hace una distinción entre los americanos y los demás extranjeros, no hay dudas respecto al sentido de un texto que respira espíritu de justicia e igualdad de oportunidades.

Fructuoso Rivera, primer presidente constitucional, estableció en 1834 la línea que definiría desde entonces nuestra mejor tradición de brazos abiertos a los inmigrantes. Rivera fue quien representó al “artiguismo posible” según la notable y acertada definición del historiador Oscar Padrón Fabre.

Don frutos fundó y promovió el barrio de Cosmópolis, lo que muchos uruguayos contemporáneos no saben. Es el Cerro. El historiador Eduardo Acevedo indica que “el gobierno de Rivera se entregó de cuerpo y alma para activar la corriente vivificadora de brazos europeos”. Con ese propósito, un decreto de 1834 dispuso una importante suma para pagar los pasajes de los inmigrantes, a quienes se les daban terrenos en Cosmópolis para que asentaran sus quintas o talleres, ofreciendo “a la inmigración extranjera un asilo dotado de todas las proporciones que por el momento puede prometerse a la feracidad de nuestro suelo y su inmediación al primer mercado de la República”. En el reparto de terrenos se daría prioridad a “las mujeres, los artesanos y simples operarios o peones, principalmente para industrias y trabajos urbanos”.

Todos sabemos que el mundo ha cambiado mucho y que actualmente las corrientes migratorias provocan distorsiones importantes, pero no es el caso de Uruguay, donde el impacto es muy menor. Aunque así no fuera, no deberíamos olvidar nuestras mejores tradiciones y menos pueden desconocerlas dos personas que aspiran a la Presidencia.



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