Edición Nº 1062 - Viernes 21 de noviembre de 2025

Los debates

Por Lole Hierro

Ni tanto, ni tan poco.

Sanguinetti ganó la elección de 1994, entre otros motivos también importantes, por un debate en donde enfrentó y debatió de verdad. No propuestas al aire ni mucho acuerdo sobre las temáticas ni asesores. Se debatía y a otra cosa (hasta el futuro presidente del Frente Amplio, en ese entonces el rector de la Universidad de la República Jorge Brovetto, hizo de moderador). Fue una confrontación ideológica dura. Yo no entendí mucho el foco porque había hecho un acuerdo electoral con Batalla, lo que —además de gustarme— me representaba a cabalidad. Pero la campaña se complicó y en el famoso debate con Vázquez, no fue el que me representaba con tanto entusiasmo. Se concentraba en un electorado específico con gran frontalidad. Quedé medio desconcertado porque era medio lírico, pero con el tiempo me di cuenta el objetivo que perseguía y, en todo caso, me empezaron a interesar los debates y aprendí algo de política.

Pero también entendí que los debates son parte de la estrategia electoral y que su contrincante de entonces —el actual presidente— tenía necesidad electoral de lograr visibilidad en la opinión pública nacional ya que era intendente de Montevideo ante un expresidente y confrontar posturas. Pero eso fue muy ideológico y de mostrar personalidades para lo que se venía, más que otra cosa.

También pasa que si te obligan, puedes ir a un debate a flotar si te sirve y si no es obligatorio, no ir como pasó en la propia interna pasada, cuando Sanguinetti invitó al candidato del Frente Amplio Martínez para hacerlo y éste se negó. El precandidato colorado entonces nada dijo. Sin chistar siguió con la campaña como debe ser.

En realidad, en cualquier contexto es raro esperar de un candidato opositor que no confronte casi 15 años de desgobierno en un debate. Es más, creo que es lo que debe hacer y hasta debería nacerle.

Propuestas hay en todos los programas de gobierno que son públicos y es obligatorio presentarlos para todos los partidos y sus candidatos.

En los debates aparecen otras cosas. Aplomo. Preparación. Personalidad. Capacidad de persuadir y enfrentar situaciones. Que de eso se trata gobernar.

Está muy bien que un debate sea para presentar propuestas, consolidar posiciones o ganar visibilidad pública. como ocurrió en la interna pasada en dos oportunidades y se quiso hacer algo de eso ahora —por más que el de ayer fue más picante e interesante sin dudas—, pero si es solamente para eso mejor armar un té completo en algún lugar lindo que convoque y cobrar entrada para que recauden los candidatos y lo pasen por las redes... Y hasta luego, cenen juntos con sus señoras.

Además, un debate tan armado y pactado, limita y condiciona porque quedan temas afuera.

Es cierto que los debates acaparan una gran atención de la opinión pública. Y eso está muy bien aunque se difieren las opiniones en cuanto a su incidencia, lo que seguramente depende del contexto de cada elección en la que se dan.

Pero en una campaña también pesa cada postura de los candidatos o declaración, el hecho político que se pueda generar o el intercambio de opiniones entre postulantes. Más hoy en día, con la influencia de las redes sociales.

En realidad- en el debate de moda., Martínez mostró lo que puede dar, que no es más que un “¡Vamo’arriba, muchachos!”. Como ustedes lo vieron, sin consistencia, como cuando fue jerarca. A diferencia de Lacalle Pou, que se preparó hace tiempo y concurrió para demostrarlo.

Dentro del legítimo juego político, a concentrarse que la campaña sigue, se han ganado elecciones sin debates (si bien tiene de sobra y era capo, Jorge Batlle no debatió con Vázquez cuando ganó en 1999).

Ni tanto ni tan poco con los debates. Bienvenidos si se dan y, de lo contrario, te votarán o no. Pero eso de querer obligar a todo en estas sociedades ya hace bastante ruido.



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