Lo primero es salvar vidas

Por Julio María Sanguinetti

Uruguay, comparativamente, viene gestionando bien la emergencia sanitaria. Empero, hay un innegable retroceso en razón del aflojamiento creciente en los cuidados imprescindibles, arriesgando vidas y empleos.

Todo el día se discute sobre la pandemia. Nos levantamos con las audiciones de radio, luego los diarios y de noche los informativos de televisión y por esos medios transcurren toda clase de consideraciones. Desfilan epidemiólogos, opinadores varios y naturalmente políticos, con la oposición frentista como estrella de la irrealidad. Al principio, sus caras de circunstancia no eran por lo que se sufría sino porque al gobierno le iba bien en el enfrentamiento; se reanimaron cuando se demoraban las vacunas y, en los últimos días, como ya no queda nada para cuestionar, agreden, insultan, tratando de medrar.

Al final de todos los debates, hechos todas los análisis, lo que importa en la pandemia es cuántas vidas se salvaron y cuántas se perdieron. El resto es anecdótico. El éxito o fracaso de las autoridades públicas, del sistema de salud y de la conducta de la sociedad, se mide desde esa contabilidad triste, porque mide pesares, pero es la cifra auténticamente válida.

En esa perspectiva, nuestro país sigue al frente. Al día miércoles, en Argentina y Brasil había, respectivamente 119 y 127 personas fallecidas cada 100 mil habitantes. En solo cinco días, Argentina había aumentado 2 y Brasil 4. Chile, por su parte, registraba 113, aumentando también 2 casos de muerte en ese corto lapso (pese a que su vacunación ha sido temprana y muy rápida).

En Estados Unidos se vive un desastre, herencia de Trump: 160 personas fallecidas cada 100 mil habitantes. En España, 150; en Francia, 132.

En Uruguay, pese a los aumentos de los últimos días, estamos hablando de 19 personas fallecidas. Como se aprecia, es un resultado incomparable con los vecinos y los grandes países de referencia. Es del orden de 600%.

Esto nos dice que las medidas de la autoridad fueron más adecuadas, que los establecimientos de salud respondieron y que la gente, pese al desafuero de los últimos días, se comportó comparativamente mejor que el resto.

Ahora empezó la vacunación. Se está llevando adelante con excelente organización. Estaba todo preparado para un aluvión que no se dio. Alguna gente tiene dudas, que nacen de todo ese batiburrillo público que termina confundiendo. Pero día a día mejorarán las cosas. El problema es que hay un aflojamiento psicológico: el horizonte prometido de la inmunidad induce a pensar que ya la gravedad pasó y hoy la pandemia está en un nuevo rebrote universal. Aparentemente, son cepas nuevas y, como consecuencia, desafíos inesperados para la ciencia, que sigue avanzando en un sistema de aproximaciones sucesivas. Por lo menos así se la ve desde afuera de su lógica, cuando se toma noticia de esta retomada infecciosa.

La caída y recaída de notorias figuras públicas nos dice que en los ámbitos de la administración los cuidados se han abandonado. En nuestras escasas salidas públicas lo hemos apreciado, con alarma. Los jerarcas no están alertas, los mandos medios (que tendrían la obligación primaria de exigir el tapabocas a sus subordinados) no quieren ser antipáticos y así estamos como estamos, en un nuevo momento difícil.

Repetimos: nuestra situación comparativamente sigue aventajando. Pero estamos retrocediendo y es una irrealidad imaginar que en pocas semanas estaremos fuera de peligro, todos inmunizados por la vacuna. No es así. Falta aún varios meses y ahora aparece la trampa de la Semana de Turismo, tanto o más riesgosa que la de Carnaval, cuyos resultados ya se comprobaron. Sin olvidar episodios como la marcha feminista que, lejos de abonar por su nobilísima causa, la comprometen al mostrar un nivel de rebeldía poco razonable. El ejemplo de Chile, como decimos, es bien expresivo, porque su delantera en vacunación no le ha ahorrado el actual rebote.

Es notorio que sectores importantes de la vida económica están reclamando, con razón, que se les aflojen las restricciones y puedan irse aproximando a la normalidad. Especialmente el turismo y las expresiones de sociabilidad viven situaciones críticas. Ahora bien: cuando los resultados muestran retrocesos peligrosos, se hace muy difícil esa retomada de actividad. Ello lleva a reclamar solidaridad a quienes cultivan una suerte de individualismo rebelde, tácito o expreso, que no solo compromete la salud de otros sino su trabajo.

Dos caras de la misma moneda, entonces. Por un lado, un Uruguay que sigue mostrando un tratamiento comparativamente muy bueno frente a la crisis sanitaria. Por otro, un sector de la sociedad que se ha desentendido del tema y olvida su responsabilidad ante los semejantes.




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