Lo limpio, lo sucio y la doble moral

Por Julio María Sanguinetti

Es muy curioso: los voceros frentistas, empezando por el Presidente de la República, viven reclamando “juego limpio” en la campaña electoral, mientras practican sistemáticamente lo contrario.

En su alocución del 1º de marzo, el Dr. Vázquez reiteró la apelación al juego limpio. Dos de sus Ministros y un precandidato frentista habían intentado la descalificación personal del Dr. Lacalle Pou. “Nunca trabajó”, dijeron al unísono la Ministro Muñoz, el Ministro Murro y el ex diputado Andrade, como si diez años esforzados como diputado en Canelones (el lugar más sacrificado para un legislador) no fueran nada, o como si haber estudiado para recibirse nunca fuera un trabajo y como si ellos, todos ellos, fueran hijos del trabajo... En su tiempo, el Presidente cesó a una señora Ministro del Interior por declaraciones inconvenientes. ¿No merecían por lo menos un tirón de orejas la Dra. María Julia Muñoz y el señor Ernesto Murro?

Estos días, el precandidato comunista señor Andrade, precisamente, se agravió —con razón— de que en plena campaña electoral se usaba una imagen de su hija disfrazada de guerrillera. La foto era auténtica, no había falsedad en la divulgación, pero su re-publicación, en este momento electoral, naturalmente tergiversaba su sentido original. Todo el mundo se solidarizó con Andrade, como es lo lógico.

En el mismo momento, sin embargo, a Verónica Alonso, candidata nacionalista, la agraviaron de modo soez en la manifestación feminista y nadie dijo una palabra. Quedó por eso... “¿Para qué se metió...?” ¿No es que era una expresión abierta reclamando derechos? ¿Quién tiene el monopolio de la causa? ¿Los que hace tres días descubrieron los “derechos humanos” después de años de prédica contra el constitucionalismo burgués, estructura formal “indiferente a la justicia”?

En la misma manifestación se vandalizó con pintura la iglesia del Cordón, blanco predilecto de los movimientos feministas radicales. Muy pocas voces se han alzado para condenarlo. Casi en solitario, difundimos un tuit repudiando el innoble episodio y lo hice con toda nuestra convicción democrática y liberal. Y nuestra fidelidad a la laicidad republicana, que nos hace particularmente celosos del ejercicio tolerante de la máxima libertad de creencias.

Luego está el vasto espacio de las redes. Es el sustituto digital y masivo del viejo rumor de “la calle”. Allí cada cual expresa lo que se le ocurre, pero quien se asome medianamente a ese mundo advertirá que la militancia frentista, hoy en estado de excitación por una situación electoral que advierten riesgosa, encabeza una maquinaria de descalificación, agravio y difamación verdaderamente abrumadora. No es nuevo. Lo hicieron siempre, con éxito. Pero ahora con instrumentos mucho más eficaces, y nerviosos como están, se está ante una oleada.

Está claro que la libertad de cada uno existe y no es manejable, pero la claridad de línea de los dirigentes influye en los ánimos de la gente. Y esta dualidad de la dirigencia frentista está en la base de esa situación. Si se agrede a un nacionalista, no pasa nada; si se agravia a un comunista, solidaridad infinita. Pues bien: hay que ser claro y terminar con la doble moral.

Nosotros no cultivamos el agravio en nuestra larga vida y no vamos a cambiar ahora. El debate nacional debe tener altura y todos lo debemos cuidar. Que con pasión defendamos nuestras ideas es la vida de la democracia. Pero la descalificación personal, la media verdad, la difamación solapada, son repudiables y si se quiere de verdad superarla, hay que ser claro. Las “bases” tienen que saberlo; de lo contrario harán lo que siempre hicieron...

El país está pidiendo claridad en todos los actores públicos. A todos ellos, sean políticos, empresarios, medios de comunicación o sindicalistas. La gente está preocupada por la seguridad pero también por el empleo y la educación. Abroquelado cada uno en su trinchera, repitiendo lo de siempre, no avanzaremos. La Constitución es clara: libertad política, economía de mercado, laicidad republicana, respeto a las personas y Estado garante de los equilibrios sociales. A esos valores debemos servir. La suciedad de la expresión degrada a quienes la difunden, pero desgraciadamente también debilita las instituciones.



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