La “reglamentación”

Por Julio María Sanguinetti

En el Uruguay, desde la sanción de la ley 19.172 de diciembre de 2013, la marihuana quedó legalizada. Dentro de los términos de la ley, pero legalizada en todas sus dimensiones de producción, comercialización y consumo. No hacía falta la reglamentación, pero ahora ella se aprobó y así queda todo dispuesto y ya oficialmente nuestro Estado asume la condición de pionero en la producción y comercialización de la marihuana en todos sus aspectos.

Cada día que pasa todo se hace más oscuro y el flamante decreto reglamentario, de 104 artículos, no lo hace mejor. Ese farragoso texto jurídico ni siquiera contempla el uso médico del cannabis, que es lo que otros países han regulado. Solamente refiere al llamado uso recreativo y los teóricos liberales que han aprobado la legalización en nombre de la libertad se agarrarán la cabeza al ver este modelo preciosista de intervencionismo estatal.

Nada falta. Para empezar, ya se crea un nuevo organismo, el Instituto de Regulación y Contralor del Cannabis (IRCCA), que actuará como único importador de la semilla para los cultivadores y administrará en todos sus aspectos la fantástica complejidad del sistema.

Antes de entrar en detalles, digamos que del punto de vista tributario la marihuana estará mejor que la cerveza, el vino y los refrescos, porque no pagará IMESI. Así como el tabaco paga de todo, la marihuana es bendecida con esta exoneración, al igual que el lMEBA, o sea el impuesto a la enajenación de bienes agropecuarios. En las tantas declaraciones que hacía nuestro Presidente hace algunos meses, se pensaba recaudar impuestos para gastar en la rehabilitación de adictos. Esto ya pasó a la historia y la marihuana es mejor que una gaseosa para la tributación uruguaya. Eso se explica muy sencillamente: se teme la competencia de Paraguay y nuestro Estado se ha lanzado ya a afirmar que se venderá a 20-22 pesos sin saber cuánto será su costo, lo que nos pone en el umbral de que terminaremos todos los uruguayos pagando impuestos para subsidiar a la bendecida droga.

El consumo, como se sabe, está despenalizado desde hace muchos años (1974), pero ahora solo queda autorizado si la droga proviene de un cultivo doméstico, de un club de membresía o bien de una farmacia autorizada. O sea que aquella persona que aparece con marihuana de otro origen, será hoy penalizada como no lo era antes.

Como establece la ley, lo autorizado son 40 gramos por mes, pero si se advierte que la posesión es con destino a distribución, incurrirá en la ilegalidad. En el añom es un total de 480 gramos, máximo que se fija pensando en el eventual daño del THC, que es el gran ignorado en todo este fárrago de disposiciones. El tema de la salud no está practicamente considerado y hoy, con el permisivismo ya instalado en la sociedad, el país avanza raudamente hacia un impacto nefasto en la juventud, la más proclive a este consumo.

Las modalidades de consumo son tres. El autocultivo no puede superar más de 6 plantas y el producto de la recolección no podrá ser superior a 480 gramos anuales (artículos 14 al 20).

Los clubes de consumidores —segunda modalidad— se constituirán como asociaciones civiles y se compondrán de un mínimo de 15 miembros a un máximo de 45 (artículos 21 al 31). Podrán plantar hasta 99 plantas de cannabis y la producción anual no podrá superar los 480 gramos por socio.

La producción para la venta en farmacias (artículos 5 al 12) se hará mediante autorización que dará el IRCCA y el envasado no superará los 10 gramos. Desde ya que las semillas para plantar también las proveerá el Estado. Todo eso se prevé al detalle, con los riesgos que generan esas precisiones, normalmente superadas luego por la realidad. En las farmacias (artículos 32 al 36), tercera modalidad de consumo, solo se podrá vender ese cannabis con productos de los concesionarios de cultivos. Las farmacias no están obligadas, de modo que será voluntaria su participación en el sistema. Obviamente, ese va a ser todo un tema porque deberán poseer condiciones de seguridad especiales, tanto en el depósito de las drogas como en los modos de venderlos, porque solo se puede hacer personalmente a quienes estén autorizados, que a su vez se inscribirán en el Correo, donde se les proveerá ?en principio— de una tarjeta sin nombre, con código de barras. Es evidente que las farmacias deberán tener un sistema en red para evitar que se repita la compra.

El decreto prevé registros de todos los actores, desde plantadores hasta compradores. Está claro que el contralor demandará un esfuerzo espectacular y que un Estado que hoy no puede ni con la basura ni con un puñado de “barras bravas” de futbol, dificilmente pueda con todo este andamiaje.

Una dimensión complejísima es dónde y cuándo se puede fumar. Una serie de artículos prohíben hacerlo en oficinas, en lugares cerrados, en ómnibus, en cualquier trabajo que sea. Ni siquiera se puede entrar a trabajar habiendo consumido, porque la prohibición reza para el consumo “en ocasión del trabajo” (art.42). Desde ya que tampoco se puede conducir habiendo consumido. El desafío es cómo se controla todo ello.

Marihuana en una casa es una tentación para los menores que allí viven. Los menores de 18 seguirán tentados por el narcotráfico. Los niveles de intensidad del THC también son fundamentales, porque si nuestro Estado se ubica, como es de prever, en un nivel menos nocivo para la salud, competirá con otra marihuana mucho más psicoactiva.

Está claro que el Uruguay hoy es un banco de pruebas. Somos el cobayo de un laboratorio. El Presidente lo ha dicho: es un experimento. Si sale mal, dice él, volveremos hacia atrás. De los daños producidos, ¿quién se hará cargo? Se habla de que hay 150 mil consumidores de marihuana. Es dudoso que sean tantos, pero no hay duda de que hoy, en este mismo instante, la cifra está creciendo, como lo comprueban a diario maestros y profesores. Mientras tanto, también es notorio que el Estado ha incurrido en una criminal omisión por no informar adecuadamente de los riesgos —incuestionables— que corre el consumidor. El gobierno sigue preocupado por el tabaco y el Dr. Vázquez va a ver al Presidente por la estrategia en el juicio con Phillip Morris. Mientras tanto, avanza y avanza —con su inexcusable complicidad. ¿Cómo explica su guerra contra el tabaco y su actual permisivismo frente a drogas que él mismo antes combatía?

Todo es una peligrosa nebulosa. Dónde terminaremos, nadie tiene idea.



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