La otra pobreza

Por Luis Hierro López

No alcanza con haber reducido la pobreza en términos numéricos si el 60% de los muchachos no termina el ciclo secundario y la mitad de ellos no reúne las destrezas imprescindibles para desarrollarse como personas completas. El país tiene allí una enorme hipoteca.

Recientes estudios comparativos reiteran que Uruguay se encuentra a la zaga de América Latina en materia de aprendizaje y deserción. De estar en los primeros lugares hasta hace poco tiempo, hemos retrocedido en términos alarmantes. Sólo el 43% de los adolescentes termina el ciclo medio, el liceo o la Utu y sus bachilleratos. En América Latina el promedio de egreso es del 60%. Apenas un 5% de los jóvenes concluye los estudios universitarios, cuando los países avanzados llegan a una tasa del 70%. En una sociedad del conocimiento, esa ecuación que sufre Uruguay significa una enorme hipoteca.

El gobierno y el Frente Amplio han puesto énfasis en la cuestión numérica y les asiste razón cuando sostienen que ha bajado la pobreza. Dejemos de lado la discusión sobre si ese proceso se dio al influjo del empuje internacional de la economía o por los méritos propios; pero el resultado es que la pobreza bajó. Una mirada detallada sobre los análisis estadísticos debería tener en cuenta que también varió la forma de medir la pobreza, desde el momento en que se empezaron a aceptar como ingresos algunas prestaciones, como la cobertura médica. Habría que revisar esos criterios para evaluar con absoluta precisión el asunto.

Pero más allá de esas consideraciones, hay una discusión más conceptual y que tiene que ver con el destino que tendrán los cientos de miles de personas que, sin ser consideradas pobres por la evaluación estadística, no tienen formación ni destrezas para trabajar o desarrollar sus oficios o profesiones. El Uruguay de hoy no tiene movilidad social, una de las características principales de nuestra construcción social del pasado. Con trabajo, esmero y honestidad, nuestros abuelos tenían abierto el camino a la clase media y sus peripecias vitales fueron representativas de una sociedad pujante y a la vez igualitaria. Eso es precisamente lo que no ocurre hoy, en parte porque se han venido perdiendo aquellos valores de laboriosidad y tenacidad, y en parte porque la sociedad del conocimiento impone necesariamente otros requisitos, siendo fundamental el aprendizaje y la formación intelectual para alcanzar la superación personal y laboral.

Esos jóvenes de hoy serán los pobres del mañana o dependerán de las limosnas del Estado, en la medida en que no tengan a mano el instrumental intelectual para seguir aprendiendo y para adecuarse a la sociedad tecnológica. El país tiene ya ahora problemas serios para generar empleos de calidad y eso se multiplicará en el futuro. ¿Qué nos pasará, como sociedad, cuando en pocos años la robótica se haga cargo de la mitad de los empleos comunes y menos especializados?  Si a ese tiempo de innovaciones Uruguay llega con la pesada carga de los desequilibrios que hemos mencionado, nuestra capacidad para adecuarnos será más lenta, más pesada y finalmente, menos justa. Algunos uruguayos podrán competir y trabajar en el mundo del futuro y otros, la mayoría, seguirán rezagándose, viviendo un nuevo tipo de pobreza, porque dispondrán de algunos bienes materiales, pero no podrán protagonizar la movilidad social que les permita avanzar.

Hay menos pobres numéricamente, pero estamos generando las condiciones para una pobreza más estructural e igualmente humillante.



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