Por Daniel Torena
Ocurrió hace 83 años, entre la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938.
Las fuerzas de asalto nazis de las SA y SS asesinaron a 91 judíos en Alemania y en Austria, recién incorporada al III Reich de Alemania. Más de 1.000 sinagogas fueron quemadas y destruidas, al igual que miles de comercios judíos. Además, se detuvieron a 30.000 judíos que fueron enviados a los nuevos campos de concentración. Este evento marcó el comienzo real de una persecución que se extendió por gran parte de Europa durante la Segunda Guerra Mundial y culminó en 1945 con la muerte de más de 6.000.000 de seres humanos, de manera absolutamente terrible, como nunca antes había visto la humanidad.
El genocidio del pueblo judío es testigo presente del peligro de la intolerancia religiosa, étnica y cultural que puede llevar a estos crímenes gravísimos. Es fundamental garantizar siempre los principios esenciales del Estado de Derecho, la democracia y las libertades consagradas por la Declaración Universal de Derechos Humanos de París en 1948.
Hoy en día, en Alemania, por ejemplo, se observa con gran preocupación el aumento del antisemitismo, con más de 2.000 atentados contra la comunidad judía en el último año, especialmente en el último mes. El Canciller Scholz ha declarado que el gobierno Alemán tomará todas las necesarias medidas legales e institucionales para proteger a la población judía, participando en la ceremonia en homenaje a las víctimas de la "noche de los cristales rotos".
Es alarmante el avance de gobiernos de ultraderecha en Alemania, nostálgicos de veces pasadas, así como el avance de grupos fundamentalistas islámicos en Alemania y en toda Europa Occidental. El Presidente Emanuel Macron en Francia ha decidido reforzar la seguridad interna del país con fuerzas militares ante una ola de alrededor de 1.000 atentados antisemitas, la mayoría perpetrados por grupos fundamentalistas islámicos.
El fundamentalismo islámico, en sus diversos grupos, busca la destrucción del Estado de Israel y la muerte y expulsión de todos los judíos, además de instaurar un Estado Islámico en Medio Oriente que podría expandirse a Europa y otras regiones del planeta.
Esto, por supuesto, es totalmente contrario al Estado de Derecho, la democracia liberal, la libertad religiosa y los derechos de colectivos como los LGBT y feministas, quienes están condenados a muerte por el Islam fundamentalista.
En un Estado Islámico dominado por el radicalismo, cristianos y judíos se someterían a la voluntad del Estado sin derechos políticos, practicando su religión en privado y pagando impuestos al Estado Islámico para continuar viviendo. De lo contrario, la alternativa sería la expulsión y la pérdida total de sus bienes o la muerte propia y la esclavitud de sus familias.