La irresponsabilidad como método

Por Luis Hierro López

El gobierno no se hace responsable de lo que ocurre en el país, sobre todo en las áreas dónde se registran enormes retrocesos, como en la seguridad o en la Enseñanza. Pero aunque el presidente y sus ministros miren para el costado, los hechos son categóricos y empecinados.

Las autoridades nacionales, todas ellas, desde el presidente de la República a los voceros intermedios, han tomado la práctica de negar los hechos, a veces  adjudicándoles la carga de los mismos a la prensa o a la oposición y en otras oportunidades manejando versiones completamente contrarias a la realidad. Una expresión clara de esta última actitud es lo que hizo hace pocos días el doctor Vázquez con las escuelas de tiempo completo, cometiendo una pifia garrafal que lo deja muy mal parado.

La vieja cultura uruguaya del “yo no fui” tiene a un protagonista excepcional, un actor como hay pocos: el ex presidente Mujica, quien – como decimos en el editorial de este número – se ha convertido en un habilidoso comentarista, olvidándose de que fue jefe de Estado hasta hace poco y es hoy el líder mayoritario de la coalición oficialista. Nada de lo que le ocurre al país es ajeno a la acción u omisión del señor Mujica, y sin embargo, él se parapeta en una posición aparentemente inexpugnable a las críticas, eludiendo las consecuencias y filosofando con expresiones genéricas. Ya se sabe, es mejor ser rico y sano que pobre y enfermo. Pero aún en este país anestesiado, las tonterías deberían tener poco espacio y corto destino.

Hace muchos años, los militares que usurparon el poder establecieron por decreto que al gobierno de facto no se le podía llamar dictadura, creyendo que con ese autoritarismo estúpido iban a poder cambiar el curso de la historia. La actitud de los actuales gobernantes no es tan autoritaria, pero es igualmente estúpida, ya que la realidad no puede cambiarse por decreto ni por discursos, ni por cadenas de televisión o machacona propaganda oficial, ni siquiera por coloquios de boliche aunque sean conducidos por un hábil charlista, que además es un ex mandatario. Las dictaduras son dictaduras y los fracasos son fracasos.

En vez de reconocer de entrada que el país vive una profunda crisis de seguridad, los gobernantes frenteamplistas se han dedicado durante trece años a negarla, a inventar sesudas explicaciones sociológicas sobre sus causas, a comparar lo que pasa en Uruguay con otros países; en definitiva, han optado por barrer la basura debajo de la alfombra. Pero un día llegó nada menos que el Director de Policía para decir la verdad y para interpretar fielmente lo que piensa el pueblo, eso que el gobierno no quería oír y negó sistemáticamente hasta ahora. El país viene perdiendo su batalla contra la delincuencia y el narcotráfico, no se cumple la ley, las políticas sociales son ineficientes y, como consecuencia, la Policía no puede controlar la situación.

Lo mismo ocurre a nivel de la Enseñanza, donde las autoridades se niegan a reconocer las mediciones internacionales que demuestran un franco retroceso en el nivel de aprendizaje y comprensión. En vez de proponer reformas, los responsables del área se las agarran con las pruebas Pisa, desacreditándolas. Maten al mensajero, que es la antiquísima forma que los monarcas tienen para ocultar las verdades que les desagradan.

Ante la contundencia de los fracasos, quizás los gobernantes reaccionen, quizás no, pero lo que no se va a recuperar es el tiempo perdido. La inseguridad ha provocado cientos de asesinatos. La crisis de la Enseñanza genera decenas de miles de jóvenes sin la formación moral e intelectual necesaria.

¿Y quién se hará responsable de esos dramas personales y colectivos?




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