Edición Nº 1052 - Viernes 12 de setiembre de 2025

La construcción del enemigo

Por Luis Hierro López

Los negros, los judíos, los herejes, los extranjeros, los “otros”, siempre fueron los enemigos construidos por la civilización dominante. La culpa tuvo nombres cambiantes a lo largo de los siglos. Si repasamos las guerras religiosas podríamos agregar una larga lista de víctimas. En nuestra comarca, el eje del mal es Estados Unidos, responsable de todas las atrocidades. También son enemigos los que se animan a pensar distinto.

Umberto Eco, el maestro a quien debo el título de esta nota, escribió un formidable ensayo sobre la mala predisposición de los seres humanos a echarle la culpa al otro, construyendo al enemigo. A lo largo de los siglos, la cultura, la política y las ideas rondaron en torno a la ubicación del culpable, es decir, el traslado al otro de la responsabilidad propia. Los ateos, los negros y los judíos se llevaron los premios durante las centurias dominadas por las religiones y los prejuicios clasistas. Ni que hablar del nazismo, que llevó su enemistad al nivel del crimen industrializado. El imperialismo, el capitalismo y ahora, especialmente, Estados Unidos, son los principales enemigos en estos tiempos supuestamente ideológicos.

Esa enfermedad del pensamiento sigue rondando entre nosotros, aunque con tonos más comarcales. Las prédicas políticas que en estos días han protagonizado algunos portavoces frenteamplistas son expresivas. Veamos algunos pocos ejemplos.

Dos ministros del gobierno arremetieron contra el candidato blanco Luis Lacalle Pou, acusándolo por su forma de vida y sus hábitos de trabajo. Ninguno de los acusadores muestra méritos superiores, pero se creyeron en condición de juzgar al otro. Además de la pequeñez moral que esa actitud de los gobernantes significa, es claro que intentaron señalar y despreciar al enemigo.

Así como en Argentina los rebeldes de turno quisieron encontrar en el joven Santiago Maldonado un supuesto héroe de la causa mapuche – luego se supo que el muchacho se murió ahogado, sin que hubiera responsabilidad de la policía - acá hay militantes que están buscando a la víctima. Cuando asesinaron hace unos días, en Montevideo, al joven grafitero Felipe Cabral, saltaron las acusaciones y las condenas. Hasta una persona habitualmente mesurada como el intendente de Canelones, Yamandu Orsi, estampó en las redes un insulto al presunto asesino, en un arrebato que realmente descalifica al jefe comunal. Luego se supo que la persona investigada nada tuvo que ver con la muerte del grafitero, simpatizante comunista, quien sufrió una suerte terrible pero no vinculada a su posición ideológica. Con todo, senadores del oficialismo cursaron las interpretaciones correspondientes: la culpa es de la “derecha”. Hay cientos de asesinatos por año, pero el oficialismo eligió este caso para expresar su sesgada sensibilidad.

Ni que hablar de la situación de Venezuela. Para el señor Canciller Nin Novoa, hay que condenar de antemano la intervención militar que estaría por concretar Estados Unidos. Los atropellos cotidianos del dictador Maduro, el incendio de los camiones con medicina y alimentación imprescindibles, el asesinato de los opositores en las calles y el apresamiento de periodistas, no importan o, por lo menos, no son censurados por el gobierno uruguayo, que anuncia, enojado, su condena a una operación militar que hasta ahora no existe.

Es más fácil identificar y acusar al enemigo que asumir la debilidad propia, sobre todo cuando ella, la propia debilidad, proviene del contexto moral de las personas que se saben débiles y tienen que mentir. La historia de la humanidad está plagada de esos ejemplos, pero también sabemos que la verdad termina imponiéndose. Tarde o temprano sabremos quiénes son los culpables.



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