La Constitución como cortina de humo

Por Julio María Sanguinetti

Como la educación se cae a pedazos, como la seguridad sigue rampante, como las promesas electorales se frustran, como los pronósticos económicos alegres dejan paso a un ajuste puro y duro, el Frente Amplio viene intentando introducir un debate de reforma constitucional para montar un escenario que diluya la mirada sobre los problemas y entrevere las expectativas.

La motivación política es muy obvia porque no existe el menor reclamo reformista en la ciudadanía ni tampoco un bloqueo institucional que amerite ese abordaje.

¿Tiene algún freno el Frente Amplio cuando ha gobernado con mayoría absoluta en el Parlamento? ¿Alguien ha frustrado sus planes por razones constitucionales que impidan cambios fructíferos? Nada de eso ocurre. Al mismo tiempo, la ciudadanía está a una galaxia de distancia de estos temas.

Las reformas constitucionales tienen que tener una motivación. Así pasó en 1917, cuando se procuraba transformar la Presidencia en gobierno colegiado y se postulaba la separación de la Iglesia y el Estado. Así ocurrió en 1934 para retornar al presidencialismo y convalidar el golpe de Estado bipartidario de 1933; y, a la inversa, en 1942, para desarmar esa coparticipación impuesta por el pacto entre Terra y el Herrerismo y redactar una Constitución más moderna, de atenuado presidencialismo. En 1951 y 1967 volvió el tema del colegiado, en el primer caso para imponerlo y en el segundo para quitarlo. Las ultimas enmiendas refirieron estrictamente al tema electoral (la doble vuelta, la separación de las elecciones municipales, etcétera). Como se aprecia, fueron asuntos trascendentes de la organización del Estado, que solo podían plantearse en el terreno de la Carta Magna.

El planteo que hace hoy el Frente Amplio no tiene nada que ver con situaciones como las señaladas. Para empezar, está dividido y Asamblea Uruguay está en contra de las propuestas de constitucionalizar el Sistema de Cuidados, introducir cambios en el régimen de propiedad, cuestionar el bicameralismo y otras discutibles invenciones. En lo que todos parecen estar de acuerdo, tampoco hay asunto alguno que responda a una necesidad.

Si se quiere facilitar el acceso del ciudadano a la Justicia, como se alega, bien puede hacerse por ley, cuidando sobremanera la independencia de ese poder. Lo mismo cabe para la idea de fortalecer el Tribunal de Cuentas y la Junta de Transparencia. Si se trata de dar más amplitud a las Comisiones Investigadoras, lo mismo. Por supuesto, retorna el latiguillo permanente del voto de los uruguayos en el exterior, que una y otra vez se ha discutido sin que se llegara a un mínimo acuerdo en la materia. Esto sí requeriría un cambio constitucional, pero —amén de chocar sus principios— no puede ser la causa eficiente de un difícil proceso constituyente.

Más allá de debates puntuales es claro que en la mayoría de esos temas basta la ley como instrumento y no tiene sentido introducir en la Constitución inútiles rigidices. Ninguno de los puntos amerita el toqueteo de un texto superior, que debe preservar en lo posible su estructura fundamental. Recurrir a la Constitución para manejar una coyuntura política y distraer a la opinión pública es un paso espurio de irrespeto a la vida democrática. La Constitución no es un dogma intangible, pero tampoco es un acordeón que se estira a gusto de quien lo toma en sus manos para esconder detrás suyo parciales intereses políticos.

Si malo es el contenido peor aún es la forma que se insinúa para el cambio. Introducirnos en el espinoso camino de una elección nacional para constituir una Asamblea Constituyente, instalar allí un costoso parlamento deliberante compuesto por 258 miembros y estar a lo que ella resuelva, para luego terminar en un plebiscito, es algo que luce surrealista en nuestro panorama actual. Es un proceso de dos años, por lo menos, con el añadido de que este tipo de asamblea, en nuestro mundo contemporáneo, suelen deslizarse a una competencia torrencial de propuestas que termina en lo que nunca se quiso.

Confiamos en que la sensatez predomine y esto no pase de una espectacular exhibición de fuegos artificiales.



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