Jorge Sapelli, un ciudadano

Por Julio María Sanguinetti

Le conocí en los años sesenta, cuando —siendo yo diputado y más tarde Ministro de Industrias— le traté como Presidente de la Liga de la Construcción y activo dirigente de la Cámara de Industrias. Era directivo de una empresa de cerámicas pero poseía una visión amplia y profunda de toda la actividad industrial del país. Mostraba entonces no sólo formación y conocimiento sino una vocación de diálogo que ya le singularizaba. Es más: cuando la entonces Comisión de Productividad, Precios e Ingresos (COPRIN) todo lo administraba, su rol resultó fundamental en la búsqueda de los necesarios y difíciles equilibrios.

Por eso mismo, tirios y troyanos saludaron su presencia en el Ministerio de Trabajo, en 1969 —tiempos ya de tormenta— como garantía de serenidad y espíritu constructivo. Casi tres años ocupó ese cargo, y en medio de fuertes controversias entre la política económica y los reclamos sindicales, su rol de inteligente mediador construyó una imagen nacional que le significó integrar la fórmula presidencial del pachequismo, en 1971, junto a Juan María Bordaberry. Su espíritu progresista y su identificación con el mundo de la producción industrial, le ofreció a esa propuesta electoral un reconocible sesgo batllista.

Así llegó a una Vicepresidencia de la República difícil como pocas. Cuando los acontecimientos políticos se tensaron, quedó en el medio del vendaval. Desde algunos sectores opositores se le ofrecía la posibilidad de ambientar desenlaces que le llevaban a la Presidencia y su respuesta fue siempre la de que jamás conspiraría contra un Presiente electo por la ciudadanía. Pero cuando éste se sumó al golpe de Estado y le ofreció presidir el Consejo de Estado que sustituyó al Parlamento, con la misma rotundidad rechazó el ofrecimiento, en protesta por la situación de facto. Esa actitud le significó airados agravios de ese nuevo oficialismo autoritario que se estaba configurando.

En esos años oscuros nunca dejó de considerarse legítimo Vicepresidente de la República y veló cuidadosamente por la dignidad de ese cargo que la fuerza le impedía ejercer. El día en que formalmente expiraba su mandato, el 15 de febrero de 1977, se presentó ante el Partido a dejar constancia de esa circunstancia y de que, desde ese momento, se consideraba un simple ciudadano.

Nada más justo entonces que cuando retornara la democracia, en la primera sesión, presidida por Jorge Batlle, éste le invitara a acompañarle en la mesa que condujo aquel esperanzado acto, el 15 de febrero de 1985. Del mismo modo que cabe destacar las palabras que días pasados pronunció, desde ese mismo sitial, el actual Vicepresidente de la República, Danilo Astori, al recordarse [http://radiouruguay.com.uy/innovaportal/v/36573/22/mecweb/astori_cierra_sesion_de_la_asamblea_general_con_recuerdo_a_sapelli?parentid=28545] los 40 años del golpe de Estado. A su vez., la semana pasada, un grupo batllista que orienta Conrado Rodríguez le dedicó un hermoso  homenaje [http://www.correodelosviernes.com.uy/Simbolo-de-la-Republica.asp] en la Casa del Partido Colorado, y estando entonces en el exterior, escribimos ahora estas líneas como testimonio de adhesión a ese reconocimiento.

A lo largo de esa dilatada trayectoria, Jorge Sapelli siempre fue el mismo. Fiel a su estilo. Sereno, alegre, inteligente, con natural elegancia y una pipa que solía acompañar su amena charla. Su larga actividad gremial se compadeció siempre con su firme formación doctrinaria, heredada ya de su  padre, y que en él se expresaba en una visión moderna del Batllismo. Más de una vez chocó con los intransigentes de un lado y del otro, con los empresarios conservadores que no entendían sus preocupaciones sociales, como con los radicales reivindicativos, que no asumían los desafíos de la productividad. Esos debates, sin embargo, nunca le cambiaron el talante y su vocación por construir. Era un ciudadano, un cabal ciudadano, fiel a la República, respetuoso de todos y afanoso porque la riqueza nacional creciera y llegara a los más.

Jefe de una hermosa familia, también supo cultivar la amistad con sinceridad. Tuvimos el privilegio de compartir ese noble sentimiento y hoy, a la distancia, renovamos ese afecto y el mismo respeto que nos mereció a los largo de las tantas jornadas vividas en común.



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