Huérfanos de futuro

Por Luis Hierro López

Uruguay no tiene proyectos ni esperanzas, al contrario de lo que ocurre con otros países que promueven –y cumplen– metas claras para las próximas décadas.

Como informamos por aparte Noruega se propone para 2025, como eje de una fuerte política ambiental, erradicar los camiones y autos que usen el combustible tradicional para ser sustituidos, todos, por unidades eléctricas.

A la vez, quiere que para ese año las conexiones digitales lleguen a todos los habitantes y servicios, de forma que el conjunto de la sociedad esté interconectada.

El país nórdico procura culminar para esas fechas la total separación de la iglesia y el estado –un proceso que puede parecernos extraño a los uruguayos, que hace ya 100 años conquistamos esa meta– tras haber votado últimamente una reforma de su constitución. Es un cambio institucional y cultural de magnitud.

Noruega se ubica ya entre los primeros países del mundo en materia de calidad de vida y de ingreso per cápita, así como se destaca por la transparencia de sus negocios públicos y la vigencia de sus instituciones democráticas. Su disciplinada población supo promover un sabio acuerdo para no despilfarrar las ganancias por la explotación del petróleo, que llegan ya al 40% del PBI, orientándolas a ciertas inversiones y nutriendo un fondo para el futuro.

Pero esos avances no detuvieron al país, que sigue oteando el horizonte y buscando mejores condiciones de vida.

¿Hace algo de eso nuestro cansino Uruguay, llevado por las autoridades a la medianía, la mediocridad, la chatura?

Excepto algunas apuestas a las energías alternativas –que quizás nos provoquen una fuerte y desagradable sorpresa cuando nos enteremos de sus costos reales– el país no piensa en su futuro ni lo diseña. No hay desde el Estado ninguna propuesta atractiva. Lo que ha ocurrido recientemente con UPM, que exige antes de instalar su tercera planta que haya sistemas de transporte adecuados para sacar la producción, demuestra que no hubo ni hay previsiones y realizaciones viales, ferrocarrileras y portuarias que hayan sido concebidas con visión de futuro. El Estado se dedica a tapar los pozos de las carreteras, en una imagen que trasmite simbólicamente la resignación general a la que estamos condenados. Lo mismo ocurre en Montevideo, donde, tras 27 años de gestión monocolor, no hay ninguna previsión sobre la ciudad del futuro, atorada hoy por la falta de obras y de proyecciones.

Este estancamiento no es casual. Tiene que ver con la incapacidad del Frente Amplio para hacer acuerdos con otros partidos para imponer políticas de larga duración; se vincula con la soberbia que le llevó a creer al oficialismo que el país empezaba en 2005; y también tiene relación con el retroceso espiritual y cultural que el Frente Amplio le impuso al país; paralizando la enseñanza y despreciando el mérito personal como eje de la realización personal. Nuestra gente tiene hoy menos libertad, menos inventiva y menos expectativas.

El desencanto de muchos uruguayos tiene mucho que ver con las circunstancias cotidianas, pero también refiere a esta sensación de ahogo de una nación que no vislumbra ni sueña.



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