Estaré muerto...

Por Julio María Sanguinetti

"Cuando usted lea este artículo yo estaré muerto". Así comienza un dramático artículo de Carlos Alberto Montaner, el escritor y heroico activista democrático cubano, exiliado desde los 17 años, cuando huyó de la prisión que estrenaba la revolución cubana en su periplo hacia el totalitarismo.

Cuenta en esa columna que dejaba Miami para ir a morir en España, donde vivió 40 años. "Este artículo -prosigue- lo comencé a escribir en Miami a inicios de 2022 y lo concluyo dictándolo, ya que actualmente tengo grandes dificultades para escribir. En ese momento, antes de que se me informara de un diagnóstico más severo aún, llegué a la conclusión de que no permitiría que el Parkinson que padecía desde hacia unos años me arrebatara más facultades. Para entonces, ya me había quitado la capacidad de improvisar oralmente, pero no la de escribir. Parece que el cerebro aloja las dos facultades en diferentes sitios. En cualquier caso, todo iría empeorando". "El propósito de este artículo -razonaba- es estimular el debate sobre la eutanasia: mi posición es apoyarla siempre que sea una elección voluntaria".

Amparado en la actual ley española, realizó el procedimiento previsto y el 3 de junio de este año 2023, a los 80, cumplió su "deseo" de morir en Madrid, junto a Linda, su " adorada mujer en las duras y en las maduras".

Traigo este testimonio a colación del debate abierto en nuestro país a raíz de una iniciativa del diputado Ope Pasquet, que desde hace años viene planteando el tema y que, en esta ocasión, encontró no sólo el apoyo de diputados de diversos partidos, sino de la propia Cámara. El proyecto fue votado por 57 a 39 diputados y ahora está en el Senado.

Por supuesto que se trata de una ley muy garantista, que exige la evidencia fehaciente de la voluntad del paciente y de los sufrimientos insoportables, así como toda una tramitación en que intervienen dos médicos alternativamente.

Recordemos que en nuestro país ya el Código Penal autorizaba al juez a "exonerar de castigo" al homicidio cometido por "móviles de piedad mediante súplica reiterada de la víctima". Razón por la cual no se nos vino encima sorpresivamente un terremoto posmodernista. Es una cuestión ya considerada en nuestra legislación y de larga historia en el mundo, porque hasta Sócrates y Platón lo consideraban un derecho.

En lo personal encaramos el tema, como en todos los debates de esta naturaleza, desde el ángulo filosófico de la libertad, que no debe restringirse por la imposición de un criterio moral que choca con el de otros sectores de la sociedad.

Ante todo, hay que discutir con respeto para todas las posiciones o sentimientos. No es un tema de mayorías o minorías, como a veces se plantea. Ni de encuestas favorables o desfavorables, aun cuando en el caso parezcan ser afirmativas. Ni siquiera se trata de estar a favor o en contra de la eutanasia, porque bien puedo yo no aceptarla para mí pero no por eso creo adecuado que la ley se lo prohíba a quien no ve otra respuesta digna a su penosa situación.

El núcleo del razonamiento es que nada se le impone a quien, por razones religiosas o filosóficas no acepta la eutanasia. De parecido modo que la ley de divorcio no obliga a quien por razones religiosas cree que lo que Dios unió no hay voluntad humana que pueda desatarlo.

La real cuestión es por qué en nombre de una concepción contraria, se castiga con una prohibición a quien piense distinto. ¿Por qué se niega ese derecho a alguien que quiere poner un final de dignidad a su muerte y evitarse padecimientos que siente insoportables?

Las leyes que en el mundo democrático han autorizado la eutanasia, no obligan a nadie. No hay autoritarismo ni intervención del Estado ni de autoridad alguna. Estamos ante un ser humano que, como Montaner, siente profundamente que solo tiene por delante padecimientos progresivos, físicos y morales, y que, en ejercicio pleno de su voluntad, desea poner punto final a una penuria insoportable.

Suelen conceptualmente oponerse a la eutanasia los llamados "cuidados paliativos", procedimientos médicos destinados a aliviar los sufrimientos. Bienvenidos son, por cierto, pero cuando ellos no son suficientes a juicio de quien padece, ¿por qué entones la draconiana prohibición?

Añado algo que puede chocar, de buena fe, a algunos espíritus sensibles ante el fenómeno tan solemne de la muerte. Y es la hipocresía que también ronda en este tema, como en otros parecidos en la bioética. Todos sabemos que el famoso "cóctel terminal" es una práctica largamente extendida. Hace algunos años era algo de una asombrosa habitualidad, aun en la conversación. Quizás en los últimos tiempos algunos cuestionamentos religiosos lo han acotado, pero, lejos de desaparecer, oímos con frecuencia el relato de su uso.

Libertad o dogma, esta es "la cuestión". Respetamos todas las creencias y opiniones que sobre tema tan profundo existen. No invocamos el monopolio de la verdad, porque no estamos discutiendo en ese terreno del razonamiento. No es un asunto en que haya más razones para asumir esa libertad como para no desearla. Cada cual con su sentimiento, con su actitud ante la vida y la muerte, con su creencia o su agnosticismo ante el más allá.

Como sociedad, el desafío es que no se nos imponga lo que a nadie queremos imponer, ni que se nos prohíba lo que no pretendemos prohibir a los demás.




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