Edición Nº 1065 - Viernes 12 de diciembre de 2025

Estados Unidos y nosotros

Por Luis Hierro López

Ni Trump es un nazi ni Biden es comunista, como lo que han afirmado algunos compatriotas que tomaron las elecciones americanas como propias. Muchos uruguayos extreman los juicios, oponiéndose o admirando a Estados Unidos con pasión. Eso es parte de nuestra historia, que ha marcado siempre un vínculo muy fuerte con la gran nación del norte.

Es indudable la influencia ideológica que la revolución de 1776 y las ideas liberales de entonces tuvieron en el artiguismo. Se ha demostrado que varios artículos de las Instrucciones del año XIII reproducen casi textualmente los textos de las Constituciones de Massachusetts y de otros Estados, reproducidos en el libro "La Independencia de la Costa Firme" de Thomas Paine, traducido al español en 1811 y que tuvo una rápida circulación e importante repercusión en estas costas. Artigas y otros protagonistas de ese tiempo forjaron sus concepciones geopolíticas en esas fuentes.

Un nexo igualmente intenso tuvo José Pedro Varela, quien viajó siendo muy joven a Europa y a Estados Unidos, pero fue de este último de dónde trajo, guiado por Domingo Sarmiento, sus renovadoras ideas educativas.

A fines del siglo XIX y antes de que el batllismo intensificara los lazos económicos y políticos con Estados Unidos, para independizarse a su vez de la influencia británica, Uruguay ya tenía una relación preponderante. Según los historiadores Marchesi y Markarian, "Uruguay se mantuvo cercano a Estados Unidos desde la primera Conferencia Panamericana, de 1889. Uruguay particularmente estuvo siempre alineado con ese país en temas como patentes de invención, propiedad intelectual, marcas de fábrica, modelos industriales y comercio, pero también tuvo posturas críticas frente a los asuntos vinculados a la no intervención y a la primacía del derecho interno."

Es curioso advertir cómo dos Presidentes que ejercieron sus cargos con un siglo de diferencia, acudieron a Estados Unidos para que garantizara la no intervención de Argentina en nuestros asuntos. Así lo hizo José Batlle y Ordóñez en 1904, al comprobar que la revolución blanca contaba con apoyo del gobierno argentino, que le enviaba suministros y armas. Y así lo hizo Tabaré Vázquez ante la eventual amenaza de una acción armada contra la planta de celulosa de Fray Bentos. Hubo una enorme diferencia entre ambos gobernantes: don Pepe contó el episodio 25 años después de ocurrido, poco antes de morirse; y Vázquez lo relató de inmediato, pero en ambos casos la intención fue similar.

Hay otros vínculos históricos muy fuertes. Baltasar Brum impulsó el panamericanismo - distinto del "arielismo" que enfatizaba las virtudes hispanoamericanas - y promovió una sólida amistad con Estados Unidos, que no siempre fue idílica, ya que el propio Brum marcó diferencias con las intervenciones militares de ese país en Centro América, especialmente desde la invasión a Nicaragua.

Esa cercanía con el país del norte tenía un gran respaldo popular. Cuando en 1918 vino de visita un grupo de marines, fueron recibidos en el centro por 150.000 montevideanos, una enorme multitud para esa fecha, según testimonio de Juan Carlos Welker en su biografía de Brum. Los lazos entre los gobiernos llevaron posteriormente a la posibilidad de instalar bases norteamericanas en Laguna del Sauce, lo que provocó una gran polémica, en la que Luis Alberto de Herrera marcó su línea nacionalista. Herrera fue "quien advirtió de modo más articulado sobre los peligros de un acercamiento a la nueva potencia, al tiempo que señalaba las virtudes del viejo orden imperial británico", según definen los historiadores Marchesi y Markarian.

Las relaciones entre ambos países empezaron a tener otro signo a medida que la influencia de la revolución cubana afianzó el "antiyanquismo" en América Latina y también en Uruguay, dónde todavía hay grupos de ciudadanos que se definen a partir de su rechazo a Estados Unidos, acusándolo de ser el promotor del capitalismo y del imperialismo por excelencia. Esos sectores también denuncian a Estados Unidos por haber sostenido a las dictaduras militares de América Latina. Con relación a Uruguay, los documentos que van apareciendo demuestran, por el contrario, que el Departamento de Estado promovió la salida democrática.

Este pantallazo histórico nos permite vislumbrar que son más las instancias de entendimiento que las de enfrentamiento. Uruguay es un pequeño país respetado, en el mundo y en Estados Unidos. Lo ocurrido en 2002 así lo confirma.

Antes de emitir juicios apasionados, ideologizados o dogmáticos, sería mejor valorar los buenos lazos que a lo largo de la historia se han desarrollado y pensar cómo mejorarlos.




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