Entre la traición a sueldo y los niños que comían pasto
Por Luis Hierro López
Algunos sectores y dirigentes del Frente Amplio han asumido la actividad política como el campo fecundo para sus mentiras permanentes. El silencio cómplice que han mantenido los frenteamplistas respecto al traidor y espía Vivián Trías, es indignante. Alguien debería pedir perdón. Lo mismo ocurre con la fábula de los niños que comían pasto en la crisis de 2002, lo que ahora se sabe que fue un fabuloso engaño.
Una comisión investigadora de la Cámara de Diputados, presidida por un legislador del Partido Comunista, ha gastado tiempo y dineros públicos en investigar un supuesto “espionaje en democracia”, es decir, la actividad de los equipos de inteligencia de las Fuerzas Armadas y de la Policía después de 1985.
Lo que se sabe al respecto es poco; pero no es poco lo que han arrojado los hechos y las investigaciones posteriores a esos años, pero en el sentido contrario. El libro de Adolfo Garcé, “Donde hubo fuego”, demuestra, por ejemplo, que los grupos tupamaros mantuvieron su actividad delictiva, robando bancos y manteniendo ejercicios militares durante varios años tras la restauración democrática. Hasta finales de los años 90, y quizás ya ingresando en el siglo XXI, comandos tupamaros, actuando por cuenta propia o en acuerdo con la dirección política del Movimiento de Participación Popular, el sector de Mujica, mantuvieron esa actividad clandestina, procurando fuentes de financiamiento o haciendo ejercicios militares, como ocurrió en Libia en 1989. Varios ex tupamaros fueron a ese país en busca de entrenamiento y luego volvieron a Uruguay. El libro de Garcé abunda en datos y fechas y sería bueno que algún legislador lo leyera. Ni que hablar de la asonada del Filtro, en 1994, cuando sectores insurgentes, amparados y promovidos por el Frente Amplio, se armaron hasta los dientes para promover la trifulca, como lo registra el reportaje a Zabalza publicado por Federico Leicht en el libro "Cero a la izquierda" .
Mientras la comisión investigadora se reunía y los diputados oficialistas usufructuaban varios minutos en los informativos, buscando su cuota de instantaneidad en la fama, para acusar a los anteriores gobiernos por su responsabilidad en el supuesto espionaje oficial, se supo que en años anteriores, el líder socialista Vivían Trías fue un vil espía, a cambio de unas botellas de whisky, unos cigarros y unos pocos dólares, al servicio de la inteligencia checa, una sucursal del poderío político y militar de Moscú. Pocas veces en la historia uruguaya hubo un caso tan vergonzoso de traición a sueldo, por alguien que, como Vivián Trías, había accedido al liderazgo del Partido Socialista y, en consecuencia, a los primeros lugares de la vitrina política.
Los sagaces investigadores del Parlamento, es decir los diputados oficialistas, nada han dicho de este caso indignante, que naturalmente debería ser el primer asunto en el orden del día de la comisión, dedicada precisamente al “espionaje en democracia”.
El cinismo de los legisladores oficialistas tiene buenos antecedentes: ahora nos hemos enterado, como se comenta en otros artículos de esta edición, que el Dr. Tabaré Vázquez fue advertido, en 2002, que la versión de que había niños que comían pasto porque no tenían qué comer, era falsa. Pero a pesar de ello, Vázquez habló varias veces de ese tema. Hace pocas semanas, Mujica repitió el mismo verso, sabiendo, él como el actual presidente, que se trata de una enorme mentira.
El grado de cinismo es fatal.
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