Entre el mundo y el barrio

Por Luis Hierro López

Son enormes y sustanciales las diferencias de concepción en materia de política exterior e inserción internacional que mantienen el Partido Colorado y el Frente Amplio.

Con exposiciones de gran nivel, brindadas por Didier Opertti, Laura Capalbo, Nicolás Albertoni, Guillermo Valles y Carlos Sténeri sobre el posicionamiento internacional de Uruguay, culminó el ciclo de ponencias organizado por Batllistas, “Ideas para el gobierno de 2020”.

La jerarquía de los ponentes durante todo el programa, ha significado que sus presentaciones fueron, en todos los casos, de enorme interés intelectual. Tanto en materia de economía, como de enseñanza, salud, seguridad, innovación y tantos otros temas que durante más de un mes fueron abordados, el Partido Colorado mostró nuevamente que es una fábrica de estadistas y gobernantes, así como de miradas al porvenir. Varios de los conferencistas son personas jóvenes, por lo que la cadena de la renovación incesante sigue vigente.

En esta última ocasión quedó en evidencia que el Partido Colorado mantiene la visión cosmopolita que le caracteriza, es decir, un conocimiento y una concepción del mundo, al que hay que ingresar sin temor ni prejuicios. Los desafíos que vienen de afuera son sin duda muy fuertes, pero también son muy importantes las posibilidades. Un país pequeño como Uruguay no puede aislarse, mirándose el ombligo, sino que tiene la necesidad vital de salir a competir en un escenario que sin duda es muy complejo, pero siempre prometedor. Como decía Luis Batlle hace décadas, el mundo vive una revolución y hay que ingresar en ella, porque nada peor que apedrear las revoluciones desde afuera. Hoy, en medio de la revolución tecnológica y del conocimiento, el pequeño Uruguay no puede quedar aislado, reticente y a contramano.

Desde ya que el apego estricto al Derecho Internacional, el multilateralismo, el arreglo pacífico de las controversias, están en el Adn del pensamiento que sostiene nuestra colectividad. Nunca un dirigente colorado podría sostener, como dijo Mujica para justificar el atropello del que participó nuestro gobierno al permitir el ingreso de Venezuela al Mercosur, que “lo político está por encima de lo jurídico”. Esa instancia histórica y esa desgraciada sentencia del exjefe guerrillero marcan las sustanciales diferencias entre nuestras concepciones.

Pese a las fuertes tradiciones uruguayas, la evolución de la política exterior en los últimos 14 años, desde que asumió el Frente Amplio, ha sido exactamente la contraria a la que abrazó durante siglos el pequeño Uruguay. Los prejuicios ideológicos de la así llamada izquierda, su viejísimo y hasta pueril enfrentamiento con Estados Unidos, la sospecha contra el libre comercio y la sensación de que la apertura comercial puede terminar acá con algunos beneficios de las corporaciones industriales o sindicales, ha llevado a una reacción negativa y acérrima contra cualquier intento de apertura o acuerdo comercial.

En vez de procurar nuevos convenios con los centros científicos y tecnológicos del mundo –como hizo el gobierno colorado con el Instituto Pasteur, o como lo practicó Batlle y Ordóñez, trayendo decenas de profesores y técnicos extranjeros– vivimos una especie de ceguera, con un ficticio orgullo sobre “lo nuestro” y una fobia hacia lo de afuera, las ideas, las personas y sus conocimientos, el comercio.

A ese obtuso cerramiento, el Frente Amplio agregó su apoyo a las dictaduras del Continente, ensuciando la conducta que el país ha tenido siempre. Para colmo, los gobernantes han agregado un impertinente sentido de la inoportunidad, de lo que fueron muy expresivas las negativas declaraciones de las autoridades contra el presidente Bolsonaro, cuando aún era candidato. La política exterior uruguaya se convirtió en una suma de impericias, amiguismos, alianzas de pequeños comités, perdiendo su profesionalismo y su vigor de otros años.

Así como es absolutamente imprescindible imponer cambios en materia de seguridad pública o de Enseñanza si es que el país quiere prepararse en serio para los próximos tiempos, es también necesario e impostergable cambiar el rumbo internacional, llevando a la Cancillería a los mejores conductores que el país tenga, aspecto en el cual, precisamente, el Frente Amplio ha fallado en toda la línea. Que el líder socialista Reinaldo Gargano haya terminado de Canciller es ya un dato curioso, pero que haya tenido más autoridad que el presidente de la República y lo haya parado en su intención de hacer un acuerdo comercial con Estados Unidos, es algo más que curioso, es francamente negativo.

Además del equipo que se haga cargo del posicionamiento internacional, se requiere una política de consenso –lo que no ocurre ahora– que sostenga en el largo plazo los lineamientos. Uruguay tuvo un fuerte prestigio internacional pese a su pequeñez. Es hora de recuperarlo.



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