Enrique Beltrán
Por Julio María Sanguinetti
A los 95 años, se apagó la vida de Enrique Beltrán, político, legislador, periodista, que llenó un vasto espacio de la escena pública uruguaya del siglo XX. Junto a su hermano Washington, lideraron la legendaria Lista 400 del Partido Nacional, que pesó en la política uruguaya por la calidad intelectual y prestigio de sus integrantes. A los Beltrán les acompañaba una bancada parlamentaria que integraban, entre otros, Wilson Ferreira Aldunate, Guillermo García Costa, Ariel de la Sierra, Alembert Vaz y Héctor del Campo. Cuando entré en la Cámara de Diputados, luego de la elección de 1962, este grupo era pieza fundamental del gobierno nacionalista de la época y el propio Enrique, brillante diputado, ocupó la Subsecretaría de Instrucción Pública y Previsión Social, como se denominaba entonces ese complejo ministerio.
Era un grupo de élite sin ser elitista. Élite en el mejor sentido de la palabra, o sea, nivel, excelencia, calidad. Eso que desgraciadamente hoy no se reconoce, pero que volverá a valer en la medida que el mundo nos va imponiendo estar a la altura de un mundo cada día más exigente.
Enrique era un periodista fino, elegante, inspirado. Combinaba el razonamiento con una gran elegancia en el decir, lo que hacía siempre placentera su lectura. Hasta hace poco seguíamos disfrutando esas notas que escribía mirando todo desde la perspectiva de una larga vida. Como legislador destacaba su oratoria precisa, su vigor de polemista inteligente. Lo recordamos en los debates constitucionales, desde muy joven, brillando a gran altura.
Siempre fue un leal amigo de sus amigos, que cultivó a lo largo de los años. Siempre disfrutó de la charla, de la tertulia amistosa, del intercambio de pareceres.
Honesto en sus opiniones y en su conducta, deja un estela de bonhomía, de calidez, de autenticidad, de real valer. Así lo recordamos quienes le vimos, aun desde trincheras políticas distintas, actuar con señorío y brillar sin alardes.
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