En Ecuador corren las apuestas

Hay una extraña tranquilidad en Ecuador luego de la decisión del presidente Guillermo Lasso de disolver la Asamblea Nacional. Pero la agitación electoral se empieza a apoderar del ambiente, asegura el periodista de Letras Libres Martín Pallares en un interesante análisis que trascribimos para los lectores de Correo.

A Guillermo Lasso no le alcanzaron las fuerzas para completar su mandato: decidió aplicar una sui géneris herramienta que tiene la Constitución que permite al presidente disolver el legislativo y convocar inmediatamente a elecciones. Eso significa que, en más o menos seis meses, deberá instalarse un nuevo gobierno para culminar lo que quedaba de su mandato. Mientras eso ocurre, Lasso podrá gobernar con decretos económicos que previamente deberá aprobar la Corte Constitucional.

Lasso describió a la perfección las circunstancias que lo llevaron a tomar la decisión. En una entrevista al diario El País dijo: "he escogido gobernar seis meses en el purgatorio en lugar de dos años en el infierno". En efecto, en caso de que hubiera logrado superar el impeachment al que estaba siendo sometido y no activaba la muerte cruzada, el resto de su mandato iba a ser una pesadilla para él y para el país. Las fuerzas que tiene en la Asamblea el expresidente Rafael Correa, junto a su aliado Jaime Nebot de la derecha populista, lo hubieran seguido cercando y en poco tiempo hubiera quedado sin ningún margen de maniobra. Un "plan macabro", lo calificó el presidente.

Pero para entender lo ocurrido hay que rebobinar un poco. Días antes de asumir la presidencia, en mayo del 2021, Lasso decidió cortar con una polémica alianza que había tejido con Correa y con Nebot, el entonces poderoso ex alcalde de Guayaquil. Según esa alianza, Lasso debía concederle a Correa una Comisión de la Verdad para que limpiara su prontuario y pudiera volver a participar en política. A Nebot, por su lado, le permitía consolidar su control sobre el sistema de justicia y en los organismos de control para seguir manejando la política desde las orillas, como lo ha hecho desde hace muchos años. A cambio, el presidente Lasso iba a tener gobernabilidad y estabilidad.

Cuando faltaban apenas dos o tres días para la posesión, Lasso se hizo a un lado. Se dio cuenta que esa alianza implicaba traicionar a los electores que vieron en él la representación del anticorreísmo: un sentimiento poderoso que tiene dividido al país casi por la mitad. Lasso, entonces, dejó a Correa y a Nebot con la bata alzada y buscó una alianza con Pachakutik, el partido político del movimiento indígena ecuatoriano. Con ellos le fue pésimo; la agenda política de Pachakutik dista muchísimo del programa liberal con el que Lasso llegó al poder. Así fue como el presidente quedó huérfano de apoyos para legislar y poner en marcha sus reformas.

Desde la posesión de Lasso, el expresidente Correa se dedicó exclusivamente a desestabilizar al gobierno. Lo suyo no era simple venganza: para él era de vida o muerte recuperar los espacios de poder que había perdido durante el mandato de Lenin Moreno, el excompañero que lo traicionó a pocos meses de haber llegado, bajo su patrocinio, al poder.

Sacar a Lasso del gobierno se convirtió en una auténtica obsesión para el correísmo: lo habían intentado al menos en tres ocasiones antes del reciente juicio político, montado sobre la denuncia de un esquema de corrupción en la naviera estatal petrolera. Un esquema que fue concebido en el gobierno de Correa, renovado en el de Moreno y denunciado ante la Fiscalía por el mismo Lasso. Cuando estaba a punto de iniciar la votación, Lasso sorprendió al país y a sus adversarios con la noticia de que activaba la muerte cruzada, un mecanismo que, paradójicamente, había establecido la hiperpresidencialista constitución que montó su archienemigo Rafael Correa en 2008.

Como en Ecuador lo único más impopular que Lasso es la Asamblea, la noticia fue bien recibida. Con el vínculo que la sociedad hace de la Asamblea con la corrupción y el sabotaje, esa función del Estado llegó a tener un rechazo de entre 94% y 96%. Así fue como, de un día para el otro, una extraña sensación de tranquilidad y alivio se apoderó del país.

Sin Asamblea, Lasso acorta su mandato pero también evita que Correa lo fagocite políticamente en el corto plazo. Según el plan del expresidente, quien vive prófugo en Bélgica y únicamente viaja por países con gobiernos amigos como México, Argentina o Venezuela, si Lasso se salvaba o no del juicio, la Asamblea iba nombrar un nuevo fiscal y contralor para facilitar la anulación de la sentencia que mantiene fuera de juego al caudillo. Con la ayuda de una Asamblea entregada a su voluntad, el plan correísta era estrangular la gestión de Lasso para que en 2025 ganara las elecciones un candidato de sus filas. Una vez en el poder, ese eventual gobernante de bolsillo tenía que convocar a una asamblea constituyente para habilitar políticamente a Correa. En un país donde se habla de la argentización de la política porque el correísmo se ha convertido en una réplica del peronismo o del kirchnerismo, se dice que ese eventual presidente iba a cumplir el papel que José Alberto Cámpora tuvo en la Argentina en 1973, con Juan Domingo Perón: despejar el camino para que regrese el caudillo proscrito en el extranjero.

Pero la responsabilidad del viacrucis de Lasso no solo es de Correa y sus amigos. Durante el año y medio que ha estado en el poder, Lasso fue incapaz de instalar un relato movilizador para el país. Rodeado de altos funcionarios que en su mayoría habían trabajado en su banco, Lasso proyectó la imagen de un presidente frío, distante de las masas y encerrado en una burbuja. Si bien su gestión ha sido la de un demócrata que respeta la libertad de expresión y muy exitosa en lo económico, ha sido un fracaso en la gestión de la obra pública: la escasez de medicinas en el sistema de salud y el deterioro de la estructura vial, entre otras cosas, minaron su popularidad al punto de que su aprobación se situó entre 17% y 23%. En un país golpeado por la pandemia, la retórica populista del correísmo se apoderó del discurso político y surgió con fuerza la nostalgia por un supuesto pasado donde todo fue mejor. Además, la ola de violencia desatada por el narcotráfico hizo extrañar la mano dura de Correa. En las últimas elecciones seccionales, el correísmo se hizo de las alcaldías de las dos ciudades más importantes: Quito y Guayaquil.

Ahora, si bien hay una extraña tranquilidad porque la aborrecible Asamblea desapareció del horizonte, la agitación electoral se empieza a apoderar del ambiente. Y otra vez se activa la vieja fractura: correísmo contra anticorreísmo. Si bien a Correa se le alteró el cronograma de su plan para volver al poder, en líneas generales sigue siendo el mismo: que uno de los suyos gane la presidencia y convoque a una Constituyente. ¿Lo conseguirá? Por ahora, él está en capacidad de decir que sí, pero si hay algo movilizador en el Ecuador es el anticorreísmo. No sería extraño que ese mismo 52% que le dio la victoria a Lasso pueda llevar a la presidencia a un candidato que, como él, se presente como la antípoda del caudillo prófugo. Por ahora corren las apuestas.




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