Elecciones y elecciones

Por Julio María Sanguinetti

Para empezar digamos que no da para la queja, aunque sea ella un deporte tan tradicional como el futbol. El mensaje del Presidente fue una rendición de cuentas muy republicana, sin agresiones para la oposición, afirmativa, como es natural, de los propósitos y realizaciones del gobierno.

Estuvo acertado en decir "Cuidemos esta cohesión social. En Uruguay nos damos, pero la sangre no llega al río". Y añadir: "No se habrá escuchado a este presidente ni insultar, ni levantar la voz en lo que va del gobierno".

El día antes había ofrecido el mismo mensaje al Parlamento el Presidente argentino. Terminó su discurso proponiendo un acuerdo político pero antes, al barrer, hasta acusó genéricamente a legisladores de enriquecerse en la política. O a los periodistas de estar "ensobrados". Me resultó muy penoso, porque personalmente deseo fervorosamente que le vaya bien y logre normalizar la desquiciada economía argentina, pero dividiendo la sociedad y acusando a todos los políticos de inmoralidad, no creo que se puedan afincar bases sólidas a los cambios propuestos.

Hacemos esta referencia para contrastar con nuestro discurso presidencial, en que la oposición estuvo presente, aplaudió en algunos momentos y al terminar se puso de pie y volvió a aplaudir. Es un gesto de mucho valor. En la democracia, las palabras como los gestos, son hechos políticos en sí mismos. Ya sabemos que el Frente Amplio es un adversario duro y que lo vemos cada vez más inclinado hacia una visión radical de la izquierda, pero que asuma esa actitud institucionalista, republicana, nos hace bien a todos.

En una visión más amplia, la generación de este clima, al comenzar la campaña electoral, tiene el valor de marcar niveles de actuación. Quien actúe iracundamente, grite o agravie, no va a quedar bien. No va a ganar opinión ni votos. Y esto hace tanto para la elección nacional como para las internas, que, como todo pleito de familia, son muy riesgosas.

No es ocioso también destacar que hemos celebrado estos días el centenario de la creación de la Corte Electoral, por ley de enero de 1924. Fue un paso fundamental en la democracia uruguaya. El diario "El Día" de la época la calificó de "un gran acontecimiento cívico", afirmando que "el país entero es en estos momentos testigo de uno de los más grandes acontecimientos de su vida cívica, desde que nació a la existencia independiente hace casi un siglo". Otro siglo más tarde, nosotros podemos decir ahora que esta institución ha sido esencial hasta el punto de ser imprescindible para la vida institucional del país.

La llamada ley de "Registro Cívico" fue el resultado de un largo trabajo, en la llamada "Comisión de los 25", que elaboró el proyecto, presentado al Parlamento por Andrés Martínez Trueba y Alvaro Vázquez, en su carácter de miembros informantes. En esa ley se crea la Corte, pero fundamentalmente el "Registro Cívico", que incorporará como gran novedad la dactiloscopia y la fotografía, sistema que hasta hoy perdura. Cada tanto se le quiere cambiar, pero más vale seguir así, porque no hay nada más seguro.

La Corte ha ofrecido una garantía, que le ha dado paz y trasparencia al sistema de la democracia representativa, basado necesariamente en elecciones de, por definición, "representantes". Las impugnaciones, que suelen haber, nunca han sido relevantes. Con todo, en1971, en aquella apasionada campaña, hubo denuncias airadas del Partido Nacional, pero se demostró fehacientemente que no había fundamento. Quizás el plebiscito constitucional de 1980, en plena dictadura, fue su momento culminante, porque, aun intervenida, no solo organizó todo el acto sino que el resultado adverso al gobierno no registró el menor atisbo de irregularidad o de intento de ser tergiversado.

Hacemos estas reflexiones porque es importante entender que nos acercamos a los momentos en que el pueblo es gobernante. Primero elegirá el candidato de su partido y luego el presidente y el Parlamento. La elección interna, incorporada ahora con carácter obligatorio, ya es parte de la decisión nacional y eso es lo que debe tener presente el ciudadano a la hora de votar. No se trata del más simpático sino aquel que pueda representar a su partido de la mejor forma, no solo electoralmente sino en lo que viene después, nada más ni nada menos que la formación de un gobierno. Ahí está el valor de la política como tal, eso que en la Argentina resulta tan esquivo y aquí, por suerte algo importante. Razón por la cual, y ante todo, hay que entender que las internas no son una guerra de familia, porque todos terminaremos votando a uno, y que la nacional, en los tiempos que corren, es un acto en que la garantía, cívica y personal, debería ser la razón determinante para el ciudadano.




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