El saldo de la era progresista
Por Luis Hierro López
Pese a las invocaciones, nuestro país no es progresista en el sentido real del término.
Puede discutirse si desde 2005, cuando empezó a gobernar el Frente Amplio, el país prosperó mucho o poco y si lo hizo por el empuje que venía de antes, por el viento de cola de la economía internacional o por los méritos de los gobiernos de Vázquez y de Mujica.
Seguramente hay un poco de cada una de esas interpretaciones, pero demos por bueno que el Uruguay prosperó en este tiempo para dar lugar a la pregunta del título. ¿Es mayoritariamente positivo el saldo de la “era progresista”, tras quince años con mayorías parlamentarias y tras por lo menos doce años de empuje internacional de la economía? Yo creo que no, y voy a mencionar cuatro razones, entre otras que podríamos enumerar.
1) Pese a las transferencias de recursos a los sectores rezagados y a que ha bajado la pobreza “numérica”, la fragmentación y degradación social se viene agudizando, porque hay una pobreza más profunda, intelectual y espiritual, que las políticas sociales no han abordado ni pueden resolver. Las declaraciones del Director Nacional de Policía Mario Layera, del año pasado, son muy elocuentes al respecto, describiendo a una sociedad azotada por la droga y el delito.
2) El estancamiento y retroceso de la Enseñanza es la expresión más dolorosa de un país que no se renueva ni se prepara para el porvenir. A los hechos, que son muy contundentes, se agregan las actitudes de las autoridades, primero para negar la realidad y segundo para oponerse en forma reaccionaria a cualquier intento de reforma, como ha ocurrido con las ideas frescas que propone Eduy 21, las que son recibidas con beneplácito por las tres cuartas partes del espectro político y rechazadas en forma cerril por la cuarta parte restante. El detalle es que esa cuarta parte estuvo en el gobierno. Las reticencias de las autoridades de la Enseñanza respecto a las pruebas Pisa y a las evaluaciones del Ineed, son expresiones de debilidad y de falta de sentido crítico.
3) La hostilidad de los sectores oficialistas más influyentes a cualquier acuerdo comercial con otros países es la expresión clara de una visión encerrada, nacionalista y retrógrada. Los voceros de esas posiciones han discutido dogmáticamente, sin razones técnicas ni comparaciones internacionales, desconociendo lo que ocurre en el mundo. Es una expresión indudable de conservadurismo, lo que nos sale, como país, muy costoso: esos sectores contrarios a los tratados de libre comercio quizás se sientan más seguros, pero el país viene perdiendo empleo y colocar nuestros productos en los principales mercados nos sale entre U$S 250 y 300 millones más caro por el pago de aranceles.
4) Pese a que fue promovida para lograr, supuestamente, una mayor justicia tributaria, la reforma impositiva que ya lleva más de diez años ha significado que se castigue más a los trabajadores y jubilados que a las empresas y al capital. El Irpf y el Iass, los impuestos a la renta de las personas físicas y a los jubilados, significaban el 11.5% del total de la recaudación en 2008 y hoy llegan al 22%, habiendo casi duplicado su peso. En cambio, el Irae, el impuesto a renta de las empresas, tuvo un crecimiento más pausado, pasando del 13.7% al 16%. La novedad que impuso la nueva política impositiva es que los trabajadores y los jubilados pagan más y eso hoy es indiscutible.
Los defensores del gobierno podrán argumentar que la legislación sobre matrimonio igualitario, aborto, marihuana y personas trans; las reformas en el sistema de salud; el reciente programa de cuidados; y algunas leyes en beneficio de sectores de trabajadores, son todas iniciativas progresistas. Algunas de ellas lo son sin duda, otras son muy discutibles, pero pasando raya se advierte que las anclas son más pesadas, estructurales y complejas, por lo que el balance entre el progresismo y el conservadurismo no es positivo.
En consecuencia, no es un país progresista el que va a recibir el próximo gobierno en 2020. Es un país a medias que requiere un gran sacudón intelectual, para asumir que el progresismo, cuando ya transcurre largo el primer tercio del siglo XXI, radica en que la sociedad promueva la libertad y la educación de su gente, la formación moral e intelectual de las personas, la plena igualdad de oportunidades para que los niños y jóvenes puedan mejorar sus destinos. Eso no ocurre hoy, cuando la fractura social es evidente, la clase media, donde históricamente ha radicado el progresismo, se encuentra arrinconada y el vigor de los intelectuales está en fuga.
No somos por lo tanto un país pujante ni innovador. Tendremos que volver a construirlo.
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