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El laberinto frentista

Por Julio María Sanguinetti

El Frente Amplio ha disfrutado de la suerte histórica de recibir el gobierno con un país saliendo de la tremenda crisis importada desde la Argentina en el 2002. Por añadidura, el comercio mundial comenzaba a regalarle a América Latina la mayor bonanza de precios internacionales de que se tuviera noticia. Todos los países, con gobiernos más a la derecha, como Colombia, Perú o Chile, o más a la izquierda, como Ecuador o Brasil, registran notables crecimientos de su actividad económica. El viento viene de afuera y sopla para todos.

Era —y es, aunque tarde— el gran momento para dar un vigoroso salto hacia adelante. Era el momento de invertir en energía, sin la cual no hay inversión productiva posible. Lejos de ello, estamos hoy en plenas restricciones, apagando hasta la luz de las oficinas en el mismo instante que la crisis de seguridad impone más iluminación. Era también el momento de poner al día la infraestructura vial. Diariamente escuchamos los lamentos de los transportistas por el deterioro que acusan las carreteras.

Las grandes recaudaciones habilitaban un gran cambio en la educación para que la juventud uruguaya saliera de esa lamentable posición de bajos rendimientos en que nos ubican las evaluaciones internacionales. Allí se puso dinero, mucho dinero, pero de nada sirvió. Ni los locales pudieron mantenerse en condiciones. A esa incompetencia de gestión se le añadió la parálisis educativa, impuesta por las corporaciones gremiales a las que la malhadada Ley de Educación del gobierno anterior les dio el poder. Un modesto acuerdo entre el gobierno y los partidos políticos es saboteado sistemáticamente por esos sindicatos que permanecen anclados en los criterios históricamente sostenidos por el Frente Amplio.

Esos medios acrecidos hubieran permitido encarar rápidamente los problemas de seguridad ciudadana que sufría el país. Lejos de resolverse, se agravaron hasta un límite que sacude hoy, en profundidad, a toda la sociedad uruguaya. El gobierno del Dr. Vázquez, con sus ministros Díaz y Tourné, llevaron al tema la visión con la que el Frente cuestionó desde siempre a los gobiernos colorados y blancos: la responsabilidad del delito es de la sociedad y no del delincuente; la pobreza es la que lleva al delito; la represión no es la respuesta… Aflojaron leyes y controles y la situación se desbordó. Este gobierno ha intentado reaccionar ante la evidencia de que todo lo anterior era falso, pero como no tiene convicción en la severa aplicación de la ley, sigue enredado en sus telarañas ideológicas. Hasta se opone a la baja de la imputabilidad penal de 18 a 16 años, cuando es notorio que la mayoría de los crímenes los cometen, precisamente, muchachos de esa edad.

En la inserción internacional de nuestro país, la bonanza nos abrió todos los caminos. El gobierno anterior cometió el error —sin duda histórico— de no suscribir el Tratado de Libre Comercio que ofreció los EE.UU. y nos dejó encerrados, atados de pies y manos, en la falacia propagandística de "más y mejor Mercosur". Los gobiernos kirchneristas nos han tratado simplemente como una provincia díscola del viejo Virreinato del Río de la Plata. Hoy, los obreros que pierden su trabajo o los transportistas que tienen sus camiones detenidos, testimonian que esa relación internacional no es simplemente un tema de diplomáticos. Nos arrastramos en un Mercosur llevado a nivel de esperpento, que niega su sustancia, la libertad comercial, y hasta hiere nuestra propia dignidad nacional.

En lo social, el momento económico ofrecía todos los medios para llevar de nuevo los niveles de pobreza a los que se daban antes de la crisis de 2002 y encarar el remanente con una real política social, que mediante educación integral, más vivienda, más empleo y una salud pública renovada, quebraran el círculo vicioso de la estrechez. Lejos de ello se optó por un asistencialismo clientelístico, en el que —mediante dinero— se ha tratado de comprar el voto de los más necesitados. Por este camino, los pobres seguirán pobres y sus hijos no se superarán, criados en la práctica de vivir sin trabajar, de la mendicidad estatal.

El país recién está despertando a estas realidades. Dramáticas si se piensa que se han desaprovechado los mejores siete años del comercio internacional, cuyo horizonte -si bien no es crítico- anuncia una pérdida de velocidad. Y esto no es personal de los presidentes Vázquez y Mujica. El Dr. Vázquez quiso el TLC, pero no lo dejaron. Mujica sabe que en la educación está la clave pero la ideología sembrada por ellos mismos durante cuarenta años les paraliza. El problema no son las personas. Es el Frente como Frente. Es nuestra proclamada izquierda, que hasta quiere un ejército politizado y adoctrinado como el chavista, en un propósito que envuelve a todo el Frente y no sólo a la senadora Topolansky. Aunque no se confiese y reconozca.



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