El héroe de Chavín de Huántar

Por Luis Hierro López

Falleció el Vicealmirante peruano Luis Giampietri, rehén en el secuestro de la Embajada de Japón por un grupo terrorista. Durante 126 días de encierro actuó con valor e inteligencia, ofreciendo información que fue vital para el rescate.

Además de su profesión marina, que desarrolló con honor y dignidad, Giampietri abrazó la actividad política y fue congresista y Vicepresidente de Alan García. Militar típico, cumplió siempre con su deber sin temer las consecuencias. Investigado por la justicia por su actuación en la disolución de un motín carcelario, donde murieron funcionarios y presos -terroristas y delincuentes comunes- su respuesta fue contundente: "Mi comando me ordenó reprimir un motín carcelario y eso es lo que se hizo", recordando que su equipo sufrió seis bajas debido a los disparos de los presos amotinados.

En 1996 había concurrido a la recepción ofrecida por la Embajada de Japón y quedó retenido cuando un grupo del MRTA, Movimiento Revolucionario Tupac Amaro, atacó la residencia del embajador y copó militarmente sus instalaciones. Allí comenzó una increíble peripecia, en la que tuvo que arriesgar su vida todos los días. El grupo armado había anunciado que iba a ejecutar a los rehenes y Giampietri, dados sus antecedentes, sabía que él sería uno de los primeros en caer. Así lo relató en su libro "Rehén por siempre", en el que hizo una crónica detallada y conmovedora de esas jornadas interminables. No estaba equivocado en su pronóstico, ya que los terroristas no lo mataron porque no tuvieron tiempo dada la rapidez de la acción de rescate, pero sí asesinaron al comandante Juan Valer Sandoval, también rehén, quien se interpuso en el camino de la bala destinada al entonces Canciller Francisco Tudela. Valer era edecán del presidente y había recibido orden de cuidar con su vida al Canciller. Murió cumpliendo con su deber y en un acto de heroísmo extremo.

Es conocida la operación militar de rescate, bautizada como Chavín de Huántar por los túneles que se hicieron para acceder a la casa. El nombre deriva de un santuario histórico peruano, ubicado al norte de Lima, caracterizado por una red de túneles por debajo de la ciudad.

Lo que no se conoce mucho es que todo el plan se hizo a partir de las informaciones que trasmitió, en clave, el vicealmirante Giampietri, quien, en una serie de maniobras secretas y audaces, se las arregló para pasar informaciones que fueron clave para saber la cantidad de secuestradores que había en la casa y cuáles eran sus movimientos y ubicaciones. Giampietri vio, desde uno de los baños del segundo piso, que en una azotea desde lejos algunas personas le hacían señales, que él empezó a responder. Si en alguna de esas comunicaciones lo hubieran descubierto, es claro que no habría contado la historia.

Como si se tratara del guion de una película, Giampietri, aficionado a la música, recibió de sus familiares una guitarra y a las pocas horas se dio cuenta de que en su estuche había, camuflado, un micrófono, con el cual las comunicaciones con el exterior empezaron a hacerse más frecuentes y audibles. Desde entonces, el vicealmirante supo que se preparaba un rescate militar - cuya ejecución exitosa se estudia hoy como ejemplo en todas las escuelas de guerra del mundo - y operó a diario como espía discreto y puntual, actuando con sangre fría y determinación. Su propio relato de esas acciones eriza la piel de los lectores o de las personas que tuvimos el gusto de conocerlo y tratarlo.

El resultado de ese espionaje fue que el rescate se realizó en abril de 1997, después de 126 días de cautiverio. Participaron 142 comandos de las Fuerzas Armadas, que lograron liberar a 71 personas. Murieron un rehén, dos soldados y 14 terroristas. Años después se hizo un juicio contra los mandos militares, acusados por el secretario de la embajada, Hidetaka Ogura, de haber ejecutado extrajudicialmente a los secuestradores. Luego se supo que ese diplomático tenía una clara simpatía por la izquierda armada, que no ocultó durante el cautiverio, ya que se reunía a diario con los emerretistas, conversaba alegremente con ellos y almorzaban juntos.

La infamia hizo que hasta el propio Giampietri tuvo que declarar en ese juicio e intentaron culpabilizarlo. Una ironía fatídica o una maldad.

La mayoría de los peruanos despide a Giampietri como lo que fue, un héroe. Algunos otros, nostálgicos de la violencia senderista, lo siguen criticando sin fundamento, reiterando calumnias contra un soldado recto y valiente que lo único que hizo fue enfrentar y vencer al terrorismo.




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