El futuro sigue de largo

Por Luis Hierro López

El país está de espaldas a los grandes cambios en la sociedad y el pensamiento.

Hace quince días mencioné el ahogo que tiene Uruguay en la medida en que no avizora su futuro. La propuesta frenteamplista lleva a esa situación, imponiendo un modelo social que no premia ni el mérito ni los talentos y un sistema económico que persigue tributariamente a las empresas y a quienes promueven nuevas acciones económicas. La intención socialista termina igualando hacia abajo. No es casual que los uruguayos tengamos hoy menos libertad individual y sintamos pocas esperanzas.

Pero el futuro no espera, sigue de largo. Nos traerá mejores o peores perspectivas, pero ya influye en nuestras vidas. En este número de Correo de los Viernes damos acogida a un estudio que declara en extinción diez profesiones y oficios contemporáneos, acosados por la robótica.

Todos los días pueden registrarse conflictos entre la vieja sociedad y otra que emerge con fuerzas quizás incontenibles. El contencioso entre los taxistas tradicionales y Uber es sólo la punta del iceberg. Las agencias de turismo y las inmobiliarias sufren ya el desafío de las aplicaciones, que permiten que los consumidores elijan más libremente.

Los diarios y la industria editorial, dos expresiones poderosas y aparentemente imbatibles del siglo XX, han tenido que retroceder en forma indudable ante el embate de los medios digitales y la aparición de Facebook –que hoy recibe globalmente más inversión publicitaria que los diarios tradicionales –, youtube y los otros medios de información y de entretenimiento, en los que mandan los navegantes según sus invenciones y gustos. Los canales de cable embistieron y destronaron a los canales de aire, pero empiezan a ser desplazados por Netflix. Quizás en poco tiempo nos enteremos que Netflix se va quedando rezagada. Y así sucesivamente...

Uno de los gurúes más acreditados, Jeremy Rifkin, asegura que internet democratiza la información, el entretenimiento, las comunicaciones, la logística, la energía, las grandes industrias y las pequeñas manufacturas. Ese proceso provoca ya consecuencias revolucionarias, porque la sociedad estará organizada en torno a la internet de las cosas –internet de las personas sumada a la red de la producción, de la energía, de la logística-; se reducirá casi a cero el costo marginal de la producción y proliferarán las aplicaciones inventadas y usadas por las personas.

Hoy la mitad de la población mundial usa internet y en 20 años toda la población estará conectada. Eso significa la posibilidad de que todos los seres humanos y las pequeñas empresas usen las ventajas del nuevo modelo, que no se basará en la acción del Estado ni de las grandes empresas.

Según las visiones de Rifkin, en dos décadas millones de personas en el mundo van a producir la energía que consuman, porque se habrá resuelto para entonces el problema que hoy acota a las fuentes energéticas alternativas, es decir, su almacenamiento.

Las industrias tendrán que cambiar radicalmente sus proyectos y previsiones, dado que las impresoras 3D –ya hay automóviles producidos con ese sistema– abren perspectivas totalmente distintas. En diez años, todos los automóviles provendrán de las impresoras y funcionarán autonómicamente, sin choferes. Ese ejemplo puede repetirse en todas las áreas industriales.

Todos los eslabones y etapas de la producción y comercialización estarán conectados a internet, desde al sector primario al sector industrial, al envasado del producto, a su transporte, a su colocación internacional y a su consumo. Hacia 2015 había 13 mil millones de sensores instalados en los recursos naturales, el tráfico, las plantas de producción, el flujo de los materiales. Los sensores tendrán un crecimiento explosivo, ya que se calcula que hacia 2020 se multiplicarán por 100.

La revolución golpea nuestras puertas y nos obliga a reflexionar profundamente sobre el porvenir, aunque desde nuestro “paisito” haya quienes quieran negar la entidad de los cambios. Los conservadores y los nostálgicos de siempre, los partidos antiliberales y las organizaciones clasistas, intentarán ponerse de espaldas, encerrarse y defenderse en sus sindicatos y corporaciones o acudir a “Papá Estado”, lo que en Uruguay tiene una vieja historia. Pero, sepámoslo, el mundo seguirá avanzando y “los trenes” seguirán arrancando.



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