El final de las exclusiones

Por Luis Hierro López

Aunque el candidato oficialista bregó, imaginaria e inútilmente, por un llamado a todos – “todos somos Batlle, todos somos Wilson, todos somos Seregni “– quedó claro a través de su prédica y de la postura oficial del Frente Amplio que las viejas divisiones y enfrentamientos siguen impregnando el discurso del oficialismo. Se requiere un cambio de mentalidad para actuar con tolerancia y humildad.

Primero fue el grito de guerra de “oligarquía o pueblo” lanzado por la candidata a vicepresidente, Graciela Villar. Como eso pareció muy agresivo, el comando electoral “secuestró” a esa postulante y prácticamente no la dejó hablar en toda la campaña. Martínez se presentó más amable, aunque no pudo ocultar sus enojos y desacomodos a medida que la intensidad electoral fue creciendo y terminó con esa invocación a los héroes ajenos, que resultó insincera e inoportuna. A los batllistas no nos gusta que se manosee a don Pepe, así como a los blancos no les debe gustar que se use indebidamente a Wilson. Las menciones fueron además absolutamente inoportunas, porque invocar la totalidad cuando el 60% de la población descartó la opción frenteamplista, fue realmente un desatino.

Similar discriminación hizo el Frente Amplio con el resultado de la reforma Vivir sin miedo, que obtuvo más de un millón de votos de respaldo, expresando un estado de ánimo de la población que es innegable. Por lo menos, los voceros frenteamplistas pudieron haber mostrado respeto por esa expresión democrática de los ciudadanos, que algo quiere decir.

También es preocupante que algunos dirigentes del oficialismo se ubiquen como censores y jueces de la democracia. El presidente del Frente Amplio, Dr. Miranda, calificó a integrantes de Cabildo Abierto como antidemócratas, pero no sabemos con qué autoridad quiere ejercer ese juicio. Miranda y varios de sus compañeros apoyan a dictaduras y a partidos totalitarios, por lo que sería mejor que guardara un paciente silencio.

El Frente Amplio se ha mostrado soberbio y solitario, excluyendo a sus adversarios, convencido de que las mayorías logradas hasta ahora iban a repetirse automáticamente. Atacó duramente a quienes no piensan igual, tratando de desacreditarlos, discriminándolos por sus orígenes, sus lugares de residencia o sus estudios. Actualizados odios de clase y viejos dogmas ideológicos volvieron a florecer y en vez de actuar con humildad, los gobernantes mostraron sus peores facetas de intolerancia. El propio presidente de la República mostró esa inconducta en un enfrentamiento que tuvo con un colono en las puertas del Ministerio de Ganadería. La señora ministra de Educación y Cultura, con muy poca educación, se dedicó reiteradamente a denigrar en forma más burda posible a sus contrincantes. El mal humor y el tono airado desde la cúspide del Estado tuvieron sus expresiones más infelices.

Es mucho lo que el país tiene que mejorar en estos sentidos. Debemos restablecer en toda su dimensión la dignidad de la República, atropellada por mandones de turno que por suerte han recibido su lección. La nueva coalición obliga a tejer acuerdos, a tolerar la razón ajena, a ensanchar los criterios propios, enriqueciéndolos con los ajenos.

La civilización uruguaya se ha forjado en torno a los acuerdos políticos. Esa es una lección que no debemos olvidar y, para ello, hay que actuar con honestidad de criterios y con grandeza de espíritu, condiciones que el Frente Amplio no ha podido demostrar. La coalición para el cambio que se está forjando debe nutrirse de esos valores.



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