El corso mediático

Por Julio María Sanguinetti

Aunque no responda a un plan, es notable cómo los anuncios oficialistas, superponiéndose unos a otros, quitan del primer plano los asuntos nacionales resonantes. Cuando estábamos sumergidos en el inexplicable culebrón de Pluna, cada día más costoso y nunca aclarado, el Presidente lanzó la ocurrencia de legalizar la marihuana. Era una improvisación delirante, que cambió ya veinte veces de propuesta, pero que concentró todos los debates. Y hasta hoy no se ha hablado más de Pluna. El Estado uruguayo sigue pagando enormes sumas y ni siquiera se cuenta con un razonable proyecto de aerolínea.

En medio de la confusión de la marihuana, salta el tema de la inconstitucionalidad de la ley interpretativa de la de caducidad. Y el oficialismo se lanza de modo desaforado a impugnar a la Justicia, amenazarla y cuestionarla. Ni siquiera se condena una inédita patoteada a la Suprema Corte, ocupada por un grupo de exaltados. La primera Senadora del Frente llega hasta a amenazar a los magistrados con un insólito juicio político y se adelanta que se recorrerán todos los caminos para seguir desconociendo los dos plebiscitos que ratificaron la discutía amnistía.

Cuando aún no se habían acallado estos ecos, el Presidente se enrosca en el surrealista funeral del Presidente Chávez y de un modo exagerado termina abrazado a un ataúd, en medio de una liturgia totalitaria pocas veces vista.

Interín, no se habla de Pluna, no se habla de la inflación que nada detiene, de la inseguridad que sigue cobrando vidas diariamente, del agua amarronada y maloliente de una incompetente Ose, del pésimo estado de la red vial, de los desastrosos rendimientos de la educación, para cuya mejoría nada se hace… Todo este barullo hasta ocultó la clara divergencia, frontal divergencia, que adentro del gobierno separa dos líneas económicas, la oficial de Astori, encuadrada en los términos tradicionales, y la heterodoxa que se ha enquistado en la OPP y aspira a seguir desequilibrando las finanzas en nombre de su particular idea de la justicia social.

Encender la televisión o la radio es recibir la andanada de un circo mediático que entretiene a la gente, soslaya los problemas y oculta las realidades. No es sencillo para el ciudadano orientarse en semejante carnaval de colores y sonidos. Sin embargo, y mal que le pese al gobierno, las realidades se irán imponiendo. Porque la inflación no se detiene y carcome ingresos, mientras la calle es cada vez más un escenario hostil para el ciudadano común y silvestre. Los problemas están allí y no se logran reducir ni aún con los formidables ingresos que la bonanza de los precios internacionales sigue produciendo. Razón por la cual confiemos en que, detrás del ruido, luzca la razón y la ciudadanía se ubique en la necesidad de un cambio luego de la aventura frentista.



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