El calendario cívico

Por Julio María Sanguinetti

El pasado 18 de julio el país volvió a celebrar su fecha histórica mayor, la de la jura de su primera Constitución en 1830. Y decimos mayor sin desmedro para la declaratoria del 25 de agosto de 1825, sin duda un hito relevante en nuestro proceso fundacional, pero que no significó la independencia plena de nuestra República: se precisaría de las gestas militares de Rincón, Sarandí y la patriada formidable de la campaña de las Misiones, para que finalmente se llegara a la Convención Preliminar de Paz que, en 1828, reconoció la existencia jurídica de nuestro incipiente Estado y formó el primer gobierno provisorio.

El hecho es que desde 2006 no se celebraba el 18 de julio, en la Plaza Constitución, en virtud de una infortunada desvalorización que los gobiernos frentistas hicieron de un calendario cívico que es de enorme valor en la cultura ciudadana.

Esta actitud coincide con una enseñanza de la historia que se ha sobrecargado de historia reciente, ha desvanecido el proceso constitutivo de la República y la conquista progresiva de su estructura democrática y sus valores más relevantes. Esto no ha sido inocente, sino que -por el contrario-se ha organizado para instalar un relato falacioso sobre el proceso de la caída en la dictadura. Ante todo, se disminuye el papel central del MLN con su irrupción violenta en una sociedad uruguaya que luego de años de paz, con sorpresa fue invadida por un mundo de secuestros, asesinatos y revuelta que, bajo la inspiración de la mística revolucionaria de Cuba, pretendía inscribirnos en esa utopía de triste final.

Sin la guerrilla nadie puede históricamente explicar de modo válido la irrupción militar. Nada disminuye la responsabilidad de los mandos militares que nos llevaron al golpe de Estado, pero tampoco se entiende su avance sobre los poderes públicos sin el protagonismo que le atribuyeron los movimientos guerrilleros. Ellos sacaron de los cuarteles a una fuerza militar que desde hacía un largo medio siglo acompañaba en orden la vida institucional republicana. No fue su propósito, naturalmente, abrirles esa oportunidad, pero el hecho es que le alfombraron el camino a los golpistas.

Ese relato también suele esconder otro episodio muy revelador que fue el apoyo del Frente Amplio al golpe en febrero de 1973. No se puede minimizar su enorme significado político: si las dictaduras son de izquierda, no importan las libertades... Podría pensarse que esto no pasó de ser un mal episodio de un mal momento, pero cuando medio siglo después se defiende el totalitarismo cubano y se cohonestan las dictaduras venezolanas y nicaragüenses, queda claro que ello define a una coalición de izquierdas en que los valores sustantivos de las libertades públicas no están en su identidad. Ni aun la dramática experiencia de lo vivido, le ha modificado sustancialmente ese pensamiento, que se reitera hoy en su visión de nuestra América Latina.

Las celebraciones patrias no son mera retórica. Son las ocasiones obligadas para que todo el sistema educativo las analice y sirvan de lección sobre los valores republicanos. Recordar nuestra primera Constitución es la celebración de todas las Constituciones posteriores, hasta la que hoy rige la vida del país. Todas ellas, con sus modificaciones sucesivas, nos han marcado el largo periplo de la vida institucional, al principio todavía más programa que realidad, en un Estado aun sin estructura, para ir alcanzando la plenitud posterior. Nuestra caída en 1973 y las claudicaciones que a derecha e izquierda se vivieron nos imponen una renovada docencia cívica hacia las nuevas generaciones. Hablar de democracia es hablar de Estado de Derecho, cuyo sustento es, precisamente, la Constitución.

Un párrafo merecen también las protestas que han acompañado normalmente a estos episodios. Son la parte molesta del ejercicio pleno de nuestras libertades. Decimos molesta, porque si todos tienen el derecho a expresar sus reclamos, no es democrático perturbar el normal funcionamiento de un acto serio con griteríos que pretenden impedir que quienes representan a la autoridad legítima puedan realizar actos imprescindibles para la vida cívica. Quienes así actúan, hoy por las vacunas, ayer y mañana por otras consignas, debieran actuar con el respeto que a todos nos imponen ese ejercicio de libertades. Habrá de buscarse el modo de que esas presencias no desvirtúen ceremonias que poseen un hondo contenido cívico.

En términos generales, el calendario cívico no es una mera formalidad. En todas las grandes democracias así se entienden. Sin ir más lejos, la celebración del 14 de julio en París, y este año los maravillosos fuegos artificiales en la Torre Eiffel, fueron la expresión jubilosa de una democracia que proclama su plenitud con alegría y convoca a la unidad popular. Así debe ser también entre nosotros, como fue en su tiempo.




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