El Partido Colorado y el feminismo

Por Victoria Pasquet

La lucha por la liberación de la mujer, afortunadamente, parece haberse vuelto una causa popular. Hoy por hoy, es fácil advertir una creciente concienciación acerca de la desigualdad que todavía existe, pese a importantes avances, entre hombres y mujeres, tanto en la sociedad en general como en el sistema político. Se está masificando, por fin, un fuerte compromiso con la realización de lo que Hillary Clinton llamó “el gran asunto pendiente del siglo XXI”: la igualdad de género.

Este gratificante fenómeno de compromiso social es relativamente reciente. Quizás pueda hablarse de que su auge se remonta a unos diez años atrás. En nuestro país, la “primavera feminista” se despierta durante los gobiernos frentistas, pero no como una consecuencia de ellos: su irrupción se evidencia en todas partes del mundo y obedece a una coyuntura internacional. Sin embargo, con frecuencia se incurre en el error de pensar que, en Uruguay, la defensa de los derechos de las mujeres es patrimonio exclusivo del Frente Amplio, ya que además de ostentar el poder en tiempos de agitación global en torno al tema, se caracteriza por arrogarse, permanentemente, el monopolio del progresismo y la justicia social.

Por lo tanto, se vuelve necesario hacer memoria: la causa feminista de ninguna manera le pertenece al Frente Amplio, ni comenzó a manifestarse a través del mismo; por el contrario, el Partido Colorado ha sido históricamente su más enérgico portavoz.

El historial colorado en defender los derechos de las mujeres comienza con Batlle y Ordóñez. En una época en que la idea de igualdad entre hombres y mujeres era revolucionaria, Batlle y los batllistas sintieron “el rumor de un tiempo que aún no había sido” y se convirtieron en los primeros feministas que tuvo nuestro país.

Fueron varios los avances en materia de género que llegaron al Uruguay gracias a ellos. Quizás uno de los más renombrados sea la aprobación de la ley de divorcio por la sola voluntad de la mujer, en 1912. Ideada por Batlle y Vaz Ferreira, en el marco de lo que este último llamaba “feminismo de compensación”, esta ley “no pretendía otra cosa que la liberación femenina dentro del matrimonio”, en palabras de su defensor en el parlamento, Domingo Arena.

También en 1912 se crea la Universidad de Mujeres. A las mujeres no se les prohibía asistir a la universidad en esa época, pero los prejuicios las mantenían alejadas. Decía Batlle, refiriéndose a éstos: “… el elemento femenino no concurre a la Universidad en la proporción debida porque, en las actuales circunstancias, existen motivos atendibles que se lo impiden. Esos motivos serán o no justificados teóricamente, pero existen, y fuerza es legislar con arreglo a lo que sucede…”.

Al mismo tiempo que llevaba sus convicciones a los hechos, Batlle las fundamentaba en el diario “El Día” firmando como “Laura” cuando escribía sobre las mujeres y su problemática. El objetivo era enfrentar a sus lectores con la idea de una mujer ilustrada, inteligente, liberada; todo lo que entonces se pensaba no solamente imposible, sino también indeseable. Así, con su provocadora doctrina de liberación, “Laura” sacudía las estanterías culturales del momento, despertando la ira de los conservadores y el entusiasmo de aquellos que, como Batlle, confiaban en el futuro más que en el pasado; aquellos que apostaban a las puertas que se abrían con el porvenir, a las cumbres más allá.

Después de los gobiernos de Batlle, se producen dos de los más grandes hitos en la historia de la liberación femenina en nuestro país, ambos bajo gobiernos colorados: el reconocimiento del derecho al sufragio en 1932 y la ley de derechos civiles de la mujer de 1946. Un antecedente insoslayable de esta última ley fue el proyecto redactado en 1921 por el entonces presidente Baltasar Brum. En 1923 se discute en la Cámara de Diputados, donde los legisladores que lo presentan citan a Julieta Raspail, una escritora francesa, en la exposición de motivos, y se declaran, sin tapujos, feministas: “¿Qué es ser feminista? Es ser consciente de nuestros deberes y querer que se nos reconozcan derechos, para cumplir mejor con nuestros deberes”.

En cuanto a representación política, es bajo gobiernos colorados que ingresan al parlamento las primeras cuatro mujeres; tres de ellas, a su vez, coloradas. En 1968 asume, por primera vez en América Latina, una ministra mujer: Alba Roballo. Y al día de hoy, la diputación colorada es la que cuenta con el mayor porcentaje de mujeres: un 41%. En la diputación del Frente Amplio, las mujeres son el 24%; en la del Partido Nacional, el 13%.

En tiempos donde la identidad partidaria es cuestionada, resulta útil volver a las raíces: preguntarnos quiénes somos, de dónde venimos, por qué existimos. Y bien: la liberación de la mujer es, sin duda, uno de nuestros motores.

Predominan, al día de hoy, dos posturas contrapuestas con respecto al feminismo y todo lo que implica: una de defensa radical y acrítica y una de repudio. Evidentemente, es preciso darle más visibilidad al famoso camino del medio, el camino de la racionalidad, que en el Uruguay suele estar teñido de colorado. En suma, un “tercer feminismo” imbuido de liberalismo.

Desde principios del siglo XX que nuestra colectividad aborda esta problemática sin imposiciones ni apologías del resentimiento, sin demagogia ni planteos “para la tribuna”, y sin sembrar el odio entre conciudadanos, pero no por eso sin fuerza y convicción. Con espíritu democrático y dialoguista es que fuimos construyendo al Uruguay que es vanguardista en sus bases más antiguas, con un Estado que prioriza a los más desamparados, pero liberal y tolerante, sin el autoritarismo dogmático que en estos tiempos abunda, en materia de género igual que en tantas otras.

Permitámonos los colorados, entonces, sin timidez y sin miedo, reivindicar la bandera feminista como nuestra, porque siempre lo ha sido. Tenemos mucho para decir sobre las causas populares, y por ende sobre feminismo, porque desde nuestros inicios forman parte de nuestra más profunda identidad y porque siempre las defendimos en los hechos. Y sobre todo, porque tenemos para aportarle a la discusión sobre el tema lo que en ella escasea: una visión razonable.



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