El Frente Amplio como problema

Por Julio María Sanguinetti

La política en el mundo tiende a personalizarse. Las propias elecciones hoy son más de candidatos que de partidos y esto no deja de ser un retroceso en la vida democrática. Los partidos, con todos sus defectos y virtudes, representan modos de pensar, maneras de actuar, tradiciones simbólicas. Nuestro país no es ajeno del todo a esta tendencia, pero, felizmente, los partidos siguen vigentes y los intentos divisionistas no están llamados a prosperar; poseen todavía una fuerza articuladora que se ha perdido en grandes democracias.

Hacemos esta reflexión a propósito de lo que han significado para el Frente Amplio los últimos episodios, no sólo los referidos al Vicepresidente sino también la actitud frente a la crisis política y humanitaria que afecta a Venezuela, un país que fue tierra de asilo para tantos y hoy expulsa de su seno a gente de trabajo, mucha de la cual está en nuestro país y aporta su esfuerzo al quehacer colectivo.

Es notorio que hay un vasto espacio del Frente Amplio que no cree en la democracia. Actúa bajo sus reglas, pero sigue pensando en la lucha de clases, en el socialismo marxista, en que la justicia —interpretada a su saber y entender— está por encima de las libertades. Por eso mismo creen que Venezuela —como también Cuba— es una democracia “con sus particularidades”.

Ya el gobierno de Chávez había degradado la institucionalidad hasta el punto que sucumbió la prensa libre. El cierre de Radio Caracas Televisión, el principal medio de opinión, fue el símbolo de esa situación. La subordinación absoluta de la Justicia por draconianas disposiciones se hizo inocultable. Pero nada parecía importar, porque el manto de legitimidad de las elecciones permitía sostener todavía un hilo de democracia. Instalado en el poder Maduro, todo eso se hizo ilusorio. Su legitimidad de origen se perdió rápidamente cuando comenzó por suspender las elecciones de gobernadores, vació las competencias de la perdida Alcaldía de Caracas, desconoció a los gritos las resoluciones de una Asamblea General electa por el pueblo, metió presos a los líderes opositores, organizó una abusiva y sangrienta represión de las manifestaciones de protesta y, finalmente, se lanzó a la redacción de una soviética constitución que sustituya a la “bolivariana”, considerada hasta entonces la panacea en la materia. Es notorio que nuestro Canciller hizo toda clase de piruetas para moverse entre su propia convicción democrática y el reclamo de ese medio Frente Amplio que sostenía estólidamente al régimen. Finalmente las evidencias fueron abrumadoras y la unanimidad del Mercosur se le impuso, pero quedó en evidencia esa falencia democrática de quienes hoy son la conducción sindical y la mayoría parlamentaria del partido de gobierno.

Se podrá pensar que no hay riesgo para la institucionalidad del país pero en la vida diaria esa falta de convicción democrática es la que, en cada caso concreto, aflora. De ahí las leyes inconstitucionales aprobadas a tambor batiente, de ahí la defensa acérrima de un director de hospital que violó todas las leyes y llenó de funcionarios su establecimiento, por sí y ante sí, mientras contrataba servicios y bienes a organizaciones vinculadas a los jerarcas. Y no seguimos la lista porque sería interminable.

El episodio Sendic ha sido también revelador. Ante todo, de la debilidad ética que afecta muy especialmente al MPP, al Partido Comunista y a algún otro grupo radical, que son la fuerza principal del partido de gobierno, con el control —además— del fuerte aparato sindical. Para ellos, el fin justifica los medios y así como un día tomaron las armas para derribar la democracia e instalar su idea revolucionaria, hoy defendieron al Vicepresidente en sus declaraciones mentirosas, sus abusos administrativos, su pésima administración de Ancap y esa cohorte de beneficios personales que —grandes o chicos— no dejan de ser apropiaciones indebidas.

Hace un año y medio que el país entero está dando vueltas en torno a esa historia, a la que le puso un colofón muy desajustado el propio Presidente. Me enteré de sus declaraciones fuera del país, donde estuve la semana pasada, lejos del clima local, y confieso no podía entender que estaban referidas a alguien que su propio partido acababa de severamente condenar. Que una persona moderada e inteligente como el Presidente sea arrastrada por el microclima de su partido y la necesidad de contemporizar con nuestro colega Mujica, es también otra revelación muy significativa. Los elogios tributados al Vicepresidente sonaron a algo tan desafinado como todo el episodio. En todo caso, recordemos que aquí no termina la historia, porque la instancia judicial de Ancap seguramente dará que hablar.

De todo esto surge que el Frente Amplio ha pasado a ser un problema. Esas divisiones y contradicciones que le dieron tanto rédito electoral, han terminado vaciándolo de contenido. Le han tergiversado los valores fundaciones del General Seregni, con quien compartimos el proceso esperanzado de la salida de la dictadura, discrepamos en cuanto al rumbo de la sociedad pero en quien respetamos siempre su solidez democrática y su estricto apego a códigos de honor, tanto en lo público como en lo privado. Todo lo cual, volviendo al principio, nos está diciendo que el problema es el partido, o la “fuerza política”, como suele denominársele por sus integrantes. Ya no importa el candidato. Sea quien fuere, éste va a quedar prisionero de esta estructura, afectada por estas falencias tan graves.



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