El Consejo de Seguridad y la política exterior
Por Julio María Sanguinetti
En política exterior existen prioridades que varían según los momentos y circunstancias. Hoy Uruguay entra al Consejo de Seguridad y bienvenido sea, sin sobredimensionar el hecho ni olvidar las delicadas situaciones que puede involucrar. Afortunadamente, se ha apostado a un funcionario de alto nivel profesional que asegura un manejo solvente de esas delicadas situaciones.
Se ha hablado mucho estos días de la incorporación de Uruguay al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas como miembro “no permanente”. Sin duda es una posición importante, aunque no debe sobredimensionarse, porque bien es sabido que mientras exista el veto, las cinco grandes potencias son las dueñas absolutas de las decisiones (EE.UU., Rusia, China, Francia y Reino Unido). Si están ellas de acuerdo, nada hay para agregar, y si una sola está en contra, poco hay para hacer porque opondrá el veto y dejará sin efecto cualquier resolución. Naturalmente, estar en el debate es interesante y nada cabe objetar al respeto. Sin embargo, en ocasiones, nos pone ante un compromiso difícil, en que el interés nacional puede colidir con algunas definiciones de política o bien tener que optar entre la posición de Estados con los que mantenemos equidistancia (encerrona no desdeñable). En ese Consejo conviviremos, además de con los “grandes”, con países como Chad y Angola, Venezuela y Nigeria, bien distantes de nuestras orientaciones, lo que no se hace sencillo en asuntos normalmente muy delicados que hacen a la paz.
Estos días se ha recordado, insistentemente, que en nuestras dos presidencias tuvimos ocasión de ingresar a ese cargo y no lo hicimos por decisión propia. Efectivamente, fue más o menos así y se trató de un tema de prioridades.
En la primera Presidencia, la restauración democrática había generado un clima muy favorable al Uruguay y de ahí que países amigos ofrecieron, si nos interesaba, postularnos para esa posición. Agradecimos y dijimos que nuestras prioridades eran otras. Efectivamente, aspirábamos a algún cargo importante, de los que pudieran representar una real influencia. Hay que entender que, en esta materia, todo no se puede, y la influencia hay que “gastarla” en lo que más convenga. Estaba por vacar la Dirección General de Unesco y se presumía que también el Banco Interamericano de Desarrollo, nada menos. Nuestra influencia entonces se dirigió a este último objetivo y así fue que, en 1988, Enrique Iglesias, nuestro Canciller, ocupó esa posición de enorme importancia, que conservó —por su mérito— hasta 2005. Bueno es recordar que su designación no fue sencilla y que, justamente, los países amigos jugaron un rol relevante, incluso para superar una inexplicable resistencia que encontramos entonces en los EE.UU.
En la segunda presidencia, no fue tan claro pero podía haber existido una oportunidad. Lo que ocurre es que en aquel momento nuestra prioridad estuvo en ocupar la Presidencia de la Asamblea General, un cargo sin duda honorífico, también muy representativo, tanto como integrar el Consejo de Seguridad.
O sea que hay en la política exterior prioridades que pueden variar según los momentos y circunstancias. Hoy el país entra en el Consejo y bienvenido que sea. Felizmente se ha optado por encargar la tarea a un funcionario de alto nivel profesional, el Embajador Elbio Roselli, que asegura un manejo solvente de las delicadas situaciones que suelen darse en el organismo. Le deseamos a él, por lo tanto, la mejor de las suertes y confiamos en que el Uruguay pueda cumplir un rol prestigioso.
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