El Centenario de Octavio Paz

Por Julio María Sanguinetti

México está celebrando el centenario del nacimiento de Octavio Paz con actos y publicaciones extraordinarios, acompañados por una cobertura de prensa caudalosa, que no escatima páginas y suplementos especiales. Es un país en que los intelectuales adquieren una presencia y reconocimiento inusual. Cada cual encara esa relación de modos diversos. Francia y EE.UU., por ejemplo, son dos claros paradigmas contrarios: desde Víctor Hugo, por no remontarnos a Voltaire, el intelectual es en Francia figura pública mas allá de su arte, mientras que en EEUU. está reducido a los círculos especializados, salvo cuando logra entrar a la industria audiovisual. En el caso mexicano, un Vasconcellos en su tiempo o figuras como Carlos Fuentes y Octavio Paz contemporáneamente, desbordan el mundo de la literatura para erigirse en referencias cívicas insoslayables. Ambos fueron cardenales laicos, rodeados de fieles y de impugnadores.

En el caso de Octavio Paz, las celebraciones públicas han incluido actos solemnes en las dos cámaras legislativas, con el añadido de recitados, coloquios y lecturas. El Fondo de Cultura Económica inauguró con su nombre un nuevo piso de su gran librería, con la presencia del Presidente de la República. Desde ya que completó la publicación de las obras completas y la Secretaría de Educación editará una antología —realizada por nuestro compatriota Danubio Torres Fierro— con un tiraje de un millón de ejemplares que se repartirá a los estudiantes de secundaria. En la Biblioteca de México se inauguró una gran exposición con una charla del Premio Nobel J. M. G. Le Clézio; en el Palacio de Bellas Artes se congregó a poetas de todos los continentes. Se está filmando una serie televisa sobre el poeta y aun en lo internacional hay relevantes actividades conmemorativas, que van desde Barcelona a Tokio, desde Londres a Bogotá. Estas referencias dan una idea, aún limitada, de cómo México oficialmente se identifica con su gran poeta y pensador, único Premio Nobel de Literatura de su país.

Personalmente participamos de un “encuentro intelectual” convocado por los poderes púbicos mexicanos bajo el título “Octavio Paz y el mundo del Siglo XXI”, donde se deliberó desde ángulos diversos: Octavio en la historia de México, la idea de revolución o revuelta en su pensamiento, los fanatismos de la identidad, los intelectuales y el poder y, desde ya, la situación democrática en el ámbito iberoamericano, mesa que compartí con Jorge Edwards, Celso Lafer y Jorge Castañeda.

De todos esos debates y actos surgió resonante la eminencia del escritor en la vida mexicana y el pensamiento iberoamericano. Nadie fue ni es indiferente ante su palabra o su obra. Por eso cosechó fervorosas adhesiones e, infortunadamente, también enemigos, resultado de una independencia de criterio que le llevó a vivir constantemente evolucionando en su pensamiento, sin jamás abstenerse en los debates de cada tiempo, entre el nacionalismo y el cosmopolitismo, entre la revolución mexicana y la contemporánea, entre el escritor independiente y el comprometido, entre el marxismo y el liberalismo. Cuando denunció los campos de concentración soviéticos, fue vituperado por el comunismo y sus estructuras internacionales; cuando renunció, en 1968, a la Embajada en la India en protesta con la acción represiva en la Plaza de Tatlecolco, fue ídolo de la juventud de izquierda y traidor para sus amigos del PRI; cuando en los ochenta y noventa asumió una fuerte militancia en contra de los autoritarismo burocrático del marxismo, fue “vituperado” y, como él bien dijo, arrastró ese vituperio hasta el final de su vida.

La gran lección que deja, en esa dimensión de “espectador comprometido”, como dijera Raymond Aron, es su lucidez para entender cada tiempo y circunstancia y luego tener el coraje de asumir las consecuencias de sus conclusiones racionales.

En el territorio donde no tuvo mayores rivales fue en el de la poesía. En ella expresó su visión del alma humana, de sus pasiones, de sus imaginarios, del universo mismo, porque en esa cuerda nada le fue ajeno, ni aun la comprensión del mundo indígena pre-hispano o del exótico y lejano mundo asiático, del cual también fue contemplador admirativo. Su poesía comenzó en el ultraísmo, en el surrealismo del mundo parisino que compartió con figuras como Duchamp, que también le aproximaron al arte en general; fue luego derivando y creando nuevas formas, para constituir un monumento literario tan grande como el más grande de nuestra lengua.

El ensayo, sea más cargado de historia o de antropología filosófica, alcanzó en Octavio la simbiosis de una maravillosa prosa con un análisis agudo de pueblos y tiempos. El temprano “Laberinto de la Soledad”, escrito a los 37 años, es todavía la primera y obligada lectura para quien quiera entender a México y a esa América hispano-indígena que surgió del choque de las civilizaciones. Su obra sobre “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”, de 1982, no tiene parangón en la literatura y la historiografía latinoamericana porque es la historia de la vida de una mujer brillante en la cerrazón de la sociedad virreinal del siglo XVII pero, a su través, una interpretación del criollismo, del barroco americano, del feminismo. En ese trabajo Octavio está a una altura como la de Sarmiento en “Facundo”, también un monumento literario y una interpretación sociológica de un tiempo, todo lo discutible que se quiera, pero insoslayable a la hora de mirar hacia las raíces.

La confluencia de estas diversas vertientes, la poesía, el ensayo sobre arte, la historia, la reflexión sobre las ideas sociales y políticas, hacen de Octavio un fenómeno tan singular que está muy por encima del Premio Nobel de Literatura que le reconoció la Academia sueca. Siendo profundamente mexicano es también tan americano como universal y eso se vió estos días en México, en que llegaron figuras intelectuales de Francia, de España, de los EE.UU., de Inglaterra, de Suecia, de Holanda y naturalmente de América Latina, convocados todos por el deseo de honrar a este gran hombre pero, a la vez, mantener vivo su legado de independencia intelectual y frescura artística.



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