Dialogando con el Arzobispo

Por Julio María Sanguinetti

El nuevo Arzobispo de Montevideo Monseñor Sturla formuló el domingo pasado, en diálogo con el diario “El País”, unas muy interesantes declaraciones sobre diversos temas vinculados a las relaciones entre la religión y el Estado. Estos son los que nos motivan algunas reflexiones, más allá de lo que específicamente refieren a los temas de la Iglesia Católica.

En el tema de la laicidad el Arzobispo cuestiona que nuestra tradición “laicista fue más allá de lo que es una sana laicidad”; que “se le hizo un daño al pueblo uruguayo cuando se ninguneó a Dios de la realidad social y pública, llegando a cosas casi ridículas”. La realidad histórica nos dice que el proceso de secularización uruguaya es de muy larga data y fue una respuesta inevitable a la presencia de una Iglesia Católica por entonces dominante en la vida cívica y que imponía a la sociedad sus criterios particulares, en desmedro de la libertad de conciencia. El primer paso formal de la secularización fue el decreto del Presidente Bernardo Berro sobre cementerios, a raíz de la negativa de un sacerdote a dar sepultura a un masón, lo cual derivaría nada menos que en la deportación del Arzobispo Jacinto Vera. O sea que hubo una respuesta que pudo ser excesiva, pero a una clara agresión a los derechos de un ciudadano. Luego vendría el gran debate sobre la educación , en que la Iglesia Católica pretendió —enfrentando con crudeza el proyecto vareliano— preservar una presencia dominante de su religión en la enseñanza pública. En fin , larga historia, en que si hubo excesos de un lado, eran la respuesta a una situación abusiva heredada del pasado y que los tiempos requerían modificar.

Con el devenir, las cosas han ido cambiando a mejor y no creo que hoy nadie cuestione la separación de Iglesia y Estado, que le ha hecho bien a todos. Nuestro criterio de laicidad hoy, también, es muy amplio y no hay mejor testimonio que nuestro propio empeño personal en la preservación de la cruz que recuerda la visita del Papa Juan Pablo II al Uruguay. Por esa razón no parece saludable replantear debates ya superados. Nadie “le hizo un daño al pueblo uruguayo” con la escuela laica sino todo lo contrario.

En otro orden, el Arzobispo aboga por la creación de un organismo público que atienda la situación religiosa y preserve de abusos. En otros países, dice, hay instituciones oficiales de esta naturaleza, pero son Estados donde, generalmente, existe religión oficial. En un país como el nuestro, sería una peligrosa fuente de conflictos reintroducir al Estado en la regulación del tema religioso. La libertad es un valor a cuidar celosamente y ella misma ha de operar para desprestigiar a quienes explotan el sentimiento religioso de la gente de un modo espurio. La propia Iglesia es la que con su prédica, hablando claro, debería denunciar esas prácticas en las que advierte un desvío. Por aparte, cuando los abusos son reales, éstos pueden enfrentarse al amparo de nuestra legislación, que así como castiga cualquier forma de discriminación también pena el abuso de superioridad psicológica, que está en la base de muchas supersticiones.

En lo relativo a la droga, el Papa ha sido rotundamente claro en su oposición a toda legalización. “La droga no se combate con droga”, dijo entonces. Nos llama la atención que el Arzobispo diga que se mantiene “como en expectativa” y que él le “explicó” al Papa “los motivos” del Uruguay para esa legislación. El consumo de marihuana es un vicio social, enraizado —justamente— en el vacío espiritual de jóvenes que, desconcertados o desesperanzados, caen en la búsqueda del paraíso artificial. Esos vacíos siempre se han llenado con fe religiosa, vocaciones profesionales, credos morales, grandes causas políticas y aun aficiones musicales o deportivas. Si hoy ellas no son suficientes, hemos de aceptar que a todos nos ha faltado fuerza para encender la ilusión juvenil, pero no por ello cabe bajar la guardia al punto de resignarse a ese vicio que agrede física y psíquicamente a quien cae en una adicción. Nos resulta criminal lo que está pasando hoy, cuando no se explican a los jóvenes los riesgos de las drogas y, al amparo de la legalización de la marihuana, se ha difundido un permisivismo peligroso, que educadores y padres hoy comprueban con enorme preocupación. Esto merecería una actitud más clara y rotunda de quienes tienen —tenemos— responsabilidades éticas ante la ciudadanía.

Son temas importantes todos estos. Y el Arzobispo hace bien en plantearlos para que se dialogue. Y podamos discutir, con serenidad y respeto, quienes tenemos matices de opinión o reales divergencias de criterio.



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