Dialogando con Mujica (II)

Por Julio María Sanguinetti

La segunda entrega del largo coloquio del periodista Alfredo García con el Presidente Mujica transcurre dentro del mismo clima y estilo que la primera [http://www.correodelosviernes.com.uy/Dialogando-con-Mujica.asp], aunque no sea tan ácido con el sindicalismo. Habla de la “avalancha de reclamos sindicales” pero ya no insiste con su falta de representatividad y su ceguera.

Aborda el tema de la droga y vuelve colocarla en el terreno policíaco: se trataría de quitarle el mercado al narcotráfico. Reconoce que la marihuana “es una plaga”, pero no explica lo inexplicable: por qué no se hace una campaña nacional dirigida a mostrar esa realidad y no se impide una publicidad que, por el contrario, viene haciendo un misterioso avisador de televisión que le explica a los uruguayos la bondades de la droga. “Es bien de mercado”, insiste, “es para golpear al narcotráfico, arrebatarle al mercado”. Como se sabe, la ley deja afuera la pasta base —la más dañina en el corto lapso—, la cocaína y, por supuesto, la marihuana de los menores de 18 años, que son la mayoría de los consumidores. O sea que el narco seguirá con un ancho espacio de mercado pero ahora con la ayuda de un clima permisivo y un rosario de cultivadores individuales o en club que nadie sabe cómo se van a controlar efectivamente. Reconoce también que la propuesta es un experimento. O sea que el Uruguay es un cobayo de laboratorio. ¿Es responsable dar ese salto al vacío? ¿Cómo se retornará hacia atrás cuando se expanda el consumo, según todo lo indica? ¿ No nos pasará como en la seguridad pública, cuando en el gobierno de Vázquez se lanzaron presos a la calle y fue el comienzo del fin?

En la política exterior reitera su temor a la Argentina: “Yo conozco la historia del Uruguay, la mejor manera de tener lío y sin salida, con Argentina, es meterle la pechera. Vos le metés la pechera a la Argentina y ¡sabés como marchaste! No conseguís nada”. El Presidente, como ha hecho todo el tiempo, descubre el juego uruguayo: avisa que no va endurecerse nunca. Renuncia así a lo que es una diplomacia firme, informada e inteligente, que no “pecheree”, por cierto, pero que tampoco se subordine. Las buenas relaciones que tuvimos con los gobiernos de Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde se construyeron así. Discutiendo con firmeza, sin arrogancia, pero con la dignidad que el Uruguay nunca dejó de tener. Cuando nos tratan como nos trata la Presidente de Argentina, que ni a Artigas deja tranquilo, que viene aquí sin la mínima información del sentido de su fugaz visita, no es posible seguir proclamando que le tenemos miedo. La historia uruguaya que dice conocer el Presidente nos enseña que ningún gobierno uruguayo se subordinó y no “marchamos”, como él sostiene. Tuvimos momentos malos en los años 50, con Perón, los habíamos tenido antes con el célebre canciller Zeballos, que proclamaba que todo el estuario era argentino, pero siempre —a la larga— terminamos salvando el interés nacional. Su camino de vivir aflojando, por otra parte, nos ha llevado a chocar siempre con el muro de las arrogancia e intransigencias del canciller argentino, que exhibe su inflexibilidad con Uruguay y se encoge con Brasil.
   
El Frente Amplio es visto por Mujica de modo muy peculiar. Se refiere al recambio generacional para sustituir a “estos tres viejos que están en el candelero del Frente… ¡Qué querés! Tabaré llega con los canutos, Danilo también y yo estoy por una para salir”. En tren de proponer gente de futuro, habla —ante el asombro general— de Berterreche. Hace tiempo también habló de Costanza Moreira y resultó ser el espacio crítico iracundo e inconformista del Frente Amplio, que reniega de que no se hayan sacudido las bases estructurales del país para construir ese socialismo opresivo con el que sueñan no solo ella sino unos cuantos más como Olesker y los de OPP. Reconoce su divorcio “ideológico” con el socialismo, aunque no lo define, y asume que quien dirige un medio periodístico de izquierda está condenado a que todos los ataquen…

Inefable resulta lo del lenguaje. Por un lado dice que nuestra identidad está en la lengua: “pensamos en castellano”, afirma con razón. Pero al mismo tiempo reconoce que “tengo un lenguaje mersa, estuve tantos años preso, hablo como los muchachos del barrio, pero no es una impostación”. ¿En qué quedamos? ¿Él está al margen de nuestra identidad? El Presidente es el Presidente. La institución siempre merece respeto, pero el Presidente tiene deberes, entre los que está la ejemplaridad, ser un representante auténtico de los valores del país no de su marginalidad. Al Presidente le sobra perspicacia para hablar en castellano; y cuando quiere, lo hace. Será verdad que le sale más fácil el “mersa”, pero no está negado para conjugar correctamente en castellano y evitar transformarse en un factor tan negativo que las maestras ya no saben cómo exigirle un correcto uso de la lengua a los muchachos.

Habla con liviandad de la ley de prensa. Ya abandonó su vieja idea de que la mejor es la que no existe. E insiste en su confusión sobre la educación, porque darle a cada director de centro educativo márgenes de acción para desarrollar su mejor pedagogía, cosa deseable, no tiene nada que ver con borrar a una autoridad central que disponga las grandes líneas, asegure la continuidad del proceso educativo desde el preescolar hasta la universidad e impida que las visiones parciales y las “chacritas” burocráticas generen la dispersión que ya vivió el país en otros tiempos.

Cuando realmente pierde la línea es cuando habla de los adversarios. Afirma que el Batllismo está “hecho trizas”, cuando ahora él mismo reconoce que las últimas contribuciones sociales del Batllismo actual (no el histórico, que es indiscutible) son inamovibles aun para el Frente: los CAIF para la primera infancia, las escuelas de tiempo completo, la formación docente en el interior del país, la baja de la mortalidad infantil, la mayor baja porcentual de la pobreza, la superación del peor impuesto a los pobres que es la inflación, la extensión de la asignación familiar a los trabajadores desocupados, y etcétera, etcétera. Cuando se refiere al Partido Nacional, con grosería dice que el joven Lacalle Pou es “un pituco por el porte, por donde vive y por todo lo demás, no puede dejar de serlo”. En una palabra, vivir en ciertos barrios transforma a la gente y la descalifica. El divisionismo clasista, como se aprecia, está siempre presente y es lamentable.

Su mejor momento es cuando reconoce que perteneció a un grupo que gritaba “paredón, como locos, una consigna, bárbara, bestial”. “Yo peleé por un cambio social, no para cobrar cuentas con fulano, con mengano, esa es otra historia. Y las víctimas, algunas eran blancas palomitas, pero otros no éramos blancas palomitas, era patria o muerte. Éramos los que gritábamos: ¡Paredón! No éramos niños de pecho”, reconoció. “Seguro, loco, y matabas o morías, ¡qué joder! A mi me rechina eso”, agregó. Este ha sido el reconocimiento más claro de la barbaridad que fue la acción tupamara, de su intransigencia, de su mesianismo, de su crueldad. Dice que desea mirar hacia adelante, pero no se ha jugado para que su fuerza política realmente reconozca ese espíritu y no siga alentando la revancha en curso, más allá de la Constitucion y la ley. El reconocimiento vale. Pero su omisión le sigue condenando.



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