Desprecio al trabajo

Por Julio María Sanguinetti

Nuestro Presidente una y otra vez ha repetido, entre resignado y divertido, que los uruguayos somos “atorrantes”. Como una especie de periodista costumbrista, ha hecho de eso un tópico gracioso, que llegó hasta el punto de apostrofar a quienes tenían dos trabajos, considerados una especie de egoístas que le estarían quitando la posibilidad a otros..

Lo malo es que no estamos ante una simple ocurrencia de alguien que acostumbra hacerlas sino de un concepto ya afirmado en algunos miembros del gobierno, originarios del comunismo, que siguen al pie del colectivismo.

El Ministro Olesker ya lo dijo en un programa de televisión del canal 10: “… tampoco tenemos que tener la convicción de que por trabajar más somos mejores, ¿no?, o sea que el trabajo dignifica… El trabajo es también una forma de alienación del ser humano. Ojalá pudiéramos trabajar menos, y con ello conseguir los medios y dedicar una mayor parte de nuestro tiempo al ocio y a la recreación”; “… en realidad el trabajo es una forma de ganarse la vida, pero al mismo tiempo tenemos un 80% de la gente en Uruguay —capaz que estoy exagerando— que trabaja en cosas que no le gustan”.

En esa misma línea, la futura Ministra Marina Arismendi criticó al Banco de Previsión Social porque le canceló la asignación familiar a numerosas personas que no enviaban a sus hijos a la escuela. Y desarrolló la singular teoría que exigir contrapartidas a cambio de las transferencias monetarias era “culpabilizar” a los beneficiarios. En el delirio colectivista razonó: “¿A los que tienen más, los que nacieron en cuna de oro, qué contraprestación le estoy pidiendo?”. Por supuesto que no le pide nada porque no le está dando nada, tan elemental como eso. ¿Y por qué no piensa mejor en que le damos a la gente que se rompe el alma trabajando para criar y educar a sus hijos del mejor modo posible?, ¿qué le decimos a esos padres con dos empleos o a esas madres que, además de atender a sus hijos, tienen que salir a trabajar diez horas fuera de sus casas, para volver a ellas a seguir trabajando? ,¿qué le decimos cuando ven que el dinero que ellos pagan con sus impuestos (y hoy día todos pagamos) va a dar a gente que no está dispuesta a nada para mejorar?

Está claro que la señora Arismendi y el señor Olesker viven en la utopía comunista, sin propiedad privada, si remuneración del esfuerzo, con el Estado dueño de todo y cada persona haciendo lo que el Leviatán le pide u ordena, todos igualados hacia abajo. Esta fórmula ya se probó hasta el hartazgo, ya se demostró que no funciona, y no debiera ser materia de debate porqué está la historia rusa, yugoeslava o la que se quiera tomar como ejemplo, de que esa sociedad no crece, desalienta a los mejores y termina empobreciéndose e instalando una tiranía, al quitarle a la gente la menor iniciativa individual. ¿No ven lo de Cuba?

¿Cómo podemos seguir hablando de crecimiento y desarrollo si fomentamos que la gente no trabaje y que al Estado no le preocupe la escolaridad? Estamos de acuerdo en que la asignación familiar no es el único medio para lograrlo, pero también tenemos que convenir en que si el Estado ofrece la señal espantosa de que sigue remunerando a gente joven aunque no mande hijos a la escuela, estamos destruyendo las bases mismas de la prosperidad (y la libertad).

Lo malo es que hasta la CEPAL le encargó un trabajito a unos técnicos que concluyeron que no se debían quitar las asignaciones, porque no hay suficiente información y no es algo que “las familias tengan internalizado”. En lugar de “internalizarlo”, como se dice en esa jerga seudocientífica, se elimina la exigencia de contrapartida y a otra cosa… Esa es la condena definitiva para los más pobres: si no se les muestra el valor de la educación, si no se les ofrece una oportunidad con el mínimo de exigencia (que se beneficien a sí mismos), todos quedan condenados a la pobreza y a la ignorancia. Es horroroso. Es la congelación máxima de la desigualdad.
   
Por cierto, el Dr. Vázquez no piensa así, habiendo sido el constructor de una importante empresa médica y si el Ministro Astori, ominosamente, reconoció el concepto de su futura colega de gabinete solo nos lo explicamos en el contexto de alguien que está muy cuestionado desde la izquierda de su partido y trata todos los días de demostrar, en ese mundo de simplismos, que él no es “neoliberal” ni “de derecha”.

El tema es muy profundo. No son anécdotas. No es simplemente un programa social más o menos. Es la concepción de la vida y la sociedad. Si el trabajo no es un valor y si desde los bancos de la escuela no lo mostramos como lo que es, un motivo de realización personal, un sustento de la dignidad, la base de asiento de una familia, estamos en reales problemas. Somos un país de democracia y libertad, no somos una sociedad colectivista. Sí bien el país está construido en torno a valores de justicia social, que desde los albores del siglo XX se incorporaron a la matriz nacional, bien sabemos que es connatural al mundo de la libertad que haya desigualdades. El desafío del Estado, justamente, es mitigarlas y que haya un “mínimo ético”, como dice Bobbio, en que la sociedad asume un compromiso de solidaridad. Si ese mínimo ético llega hasta el desprecio al trabajo, al esfuerzo, a la creatividad, vamos camino —como sociedad— al peor de los fracasos. Lo malo es que son procesos que no se ven en un día sino en el largo plazo. Y cuando se advierten, ya es tarde.

Después de todo, no es muy distinto a lo que le está pasando a Grecia.



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