Continuismo o cambio

Por Julio María Sanguinetti

Pocos días nos separan del pronunciamiento ciudadano del último domingo de octubre. Es fundamental que el ciudadano pueda comprender el valor de ese pronunciamiento, el mayor acto de gobierno, y no confundirlo con una encuesta de expresión de simpatías. Allí se va a decidir, por lo menos, el curso de los próximos cinco años. Pensamos que más aún, porque las consecuencias se proyectarán hacia un lapso mucho mayor.

La decisión es clave: continuismo o cambio. Cuanto más cerca estamos de la fecha, se hace más nítida la sustancia de lo que se va a resolver. No es elegir un candidato más o menos simpático que otro. La instancia posee un mucho mayor valor.

¿Seguiremos con un Bonomi dando explicaciones sobre como sufrir 1.000 rapiñas más en el primer semestre es muy bueno, porque en el semestre del año anterior fue peor? ¿Seguiremos con Leal, su principal colaborador, que hace siete años le acompaña en el Ministerio? ¿Creeremos que ahora sí encontraron el método para combatir la delincuencia, cuando hemos sufrido 15 años de caída en caída?

¿Continuaremos en el aislamiento internacional, separados de toda América Latina, porque el MPP y el Partido Comunista no aceptan calificar de dictadura al oprobioso e incompetente régimen venezolano?

¿El PIT CNT seguirá dueño de la vida laboral del país, con esa desproporción entre las causas y las medidas gremiales adoptadas, parando todo un sector porque se puso un suplente en una tarea por falta del titular, como en Conaprole? ¿La ocupación como norma? ¿No se advierte que ese estilo de confrontación, inspirado en la fracasada y rencorosa idea de la lucha de clases, solo aleja inversiones y desalienta especialmente al mediano empresario nacional?

¿Nos resignaremos a que sigan cayendo tambos y bodegas porque luego de años de expansión de esos sectores, ni un paso se ha dado para sostenerlos en momentos difíciles del mercado internacional?

¿La educación continuará estancada, con sus magros resultados, porque las gremiales no aceptan cambio alguno? ¿Mantendremos de rehenes a los alumnos, con paros abusivos, por cualquier causa? ¿Bajaremos los brazos ante la oposición a cambiar métodos, asignaciones de destino, programas transformadores en la educación media?

¿Da lo mismo que un Ministro de Economía o un Presidente del Banco de la República sean procesados por violar la ley? ¿O que un Vicepresidente de la República, por vez primera en la historia, tenga que renunciar ante la evidencia de sus claudicaciones administrativas, calificadas por los jueces como delito?

La ley de medios, hoy instrumento desembozado del gobierno para hacer propaganda en la campaña electoral, ¿mantendrá su plena vigencia, dañando la calidad democrática del país?

Dice el Fiscal de Corte que desde el 2009 el Uruguay no tiene plan de lucha contra el narcotráfico. ¿Mirar para otro lado será el futuro? ¿Es aceptable que seamos ya un eslabón más del crimen organizado universal, con los embarques de cocaína más grandes del mundo desde nuestro territorio y la fuga de un cabecilla de la mafia sin que se tenga la menor noticia de lo que ocurrió?

Realmente el ciudadano uruguayo está ante un dilema que no puede rehuir. Es una cosa o la otra. No hay término medio entre el continuismo y el cambio.

Hay que cambiar el destino. Y para ello es que estamos, con un Partido Colorado nuevamente de pie, levantado en su espíritu, animado por una visión moderna y con la adecuada síntesis de renovación y tradición. Pretendemos, una vez más, ser agentes de un cambio mayor y responsable. No es el cambio en paz con el que salimos de la dictadura. Esta vez es el cambio imprescindible para romper la hegemonía frentista de estos 15 años, en que se despilfarró la mayor bonanza de precios internacionales y caímos en una profunda decadencia social. La pérdida de la calidad educativa y de la seguridad mínima para una convivencia armónica; el deterioro de las autoridades, sean policiales o escolares, comisarios o maestros; el avance de una profunda grieta social, que deja marginados por doquier, la implantación sin reservas de un trato despectivo y soez en el debate público. Todo ello, sumado, configura un Uruguay en que no nos reconocemos.

Es la hora del cambio. Seguimos hundiéndonos en esta pérdida de valores o nos levantamos para reaccionar y emprender el camino de un cambio real y profundo.



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