“Con las armas en la mano”

Por Julio María Sanguinetti

El último libro de Diego Bracco, con “Con las armas en la mano”, aborda los encuentros militares de los indígenas de la región con la sociedad hispano-criolla. Tema de fabulación mitológica, esta obra tiene el mérito de atenerse a hechos documentados, mostrando varios aspectos fundamentales. El primero es que no todo fue violencia en el largo período colonial ni tampoco que los indígenas llevaran siempre la peor parte, porque hubo choques, especialmente en las primeras épocas de contacto, en que resultaron victoriosos.

Lo importante es que al mostrar esas batallas queda en claro que el conflicto con los charrúas fue fundamentalmente un choque con la sociedad jesuítico-guaraní, sostenido a lo largo de un enorme lapso. Ese reduccionismo ignorante que hace del enfrentamiento en Salsipuedes un genocidio, ignora ese conflicto, que en la obra de Bracco comienza con la guerra de 1701-1702 y la batalla del Yí. Los jesuitas se quejaban entonces de los daños que sufrían sus misiones o establecimientos rurales por los ataques de charrúas y bohanes, amparados por los portugueses, especialmente en sus misiones de Yapeyú. En esa batalla en los bosques del Yi, pelearon de un lado los charrúas y del otro los guaraníes y guenoa-minuanos, conducidos estratégicamente por los jesuitas. Fue una gran derrota para los charrúas, que sufrieron numerosísimas bajas y el apresamiento de 500 mujeres y niños que se enviaron a las misiones jesuíticas.

En 1732 se libra otra batalla, en el Tacuarí, esta vez contra los guenoa-minuanes, que venían acosando a los vecinos de Montevideo. El gobernador Viana organiza el ataque, en que se destaca —entre otros— el capitán de vecinos Juan Antonio Artigas.

Otro capítulo narra los combates del Corral de Sopas y el río Tacuarembó, en 1801, en que la fuerza de Montevideo fue primero derrotada y luego, al mando del capitán Pacheco, resultó victoriosa en una campaña rápida en que el factor sorpresa fue fundamental.

Finalmente se narra la tan mentada batalla de Salsipuedes, en 1832, en que el ejército de la recién nacida República Oriental del Uruguay derrota a los remanentes de la ya muy reducida tribu charrúa. El enfrentamiento responde al reclamo de los estancieros de la campaña y comienza con una orden terminante que el gobernador provisorio Juan Antonio Lavalleja le da al comandante de la campaña Fructuoso Rivera de que persiga a ese núcleo indígena que hostilizaba a la población criolla: “perseguir sin descanso las gavillas”, dice la orden. Llegado Rivera a la presidencia, el Parlamento le ordena liberar a la campaña de ese grupo, luego de haber resultado infructuosos los acuerdos de paz varias veces alcanzados con ellos. No hubo grandes bajas, hablándose de entre 20 y 40 indígenas muertos, lo que hace insostenible la tesis del “genocidio”, que con abuso de la palabra suele afirmarse. Cabe recordar, incluso, que los charrúas sobrevivientes matarían poco después a Bernabé Rivera, figura muy importante de la vida política.

Desgraciadamente, el tema quedó envuelto en la polémica partidaria, pues los adversarios de Rivera hicieron de este capítulo una leyenda difamatoria en su contra, ignorando, como se señala, el apoyo político general y el reclamo de la población criolla que existía con respecto a esa tribu. En los últimos años, el “charruismo ambiente” ha amplificado hasta el delirio este cuestionamiento, que incluso hace de la sorpresa un capítulo ominoso revestido de traición cuando este modo de actuar fue común a ambos bandos, desde siempre, como pasa por otra parte en todo conflicto armado.

La lectura desapasionada de esta obra profusamente documentada permite entender las complejidades del enfrentamiento que por dos siglos opuso a las tribus indígenas nómades con los guaraníes asentados y organizados en las Misiones por los padres jesuitas. No hubo blancos de un lado e indígenas del otro. Fue todo mucho más complejo y es notorio que, además de los criollos, los mayores enemigos de los charrúas fueron los guaraníes, con los que se enfrentaron una y otra vez. El propio ejército nacional se configura con un enorme aporte indígena, que pasa a ser parte del mestizaje que muestra la sociedad rioplatense, predominantemente europea sin duda, pero no ajena a la deseable mezcla de razas que también se dio.



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