Por Consuelo Pérez
Nuestra democracia representativa es tan completa, que además de propiciar la participación de partidos de esencia totalitaria, practicar encuentros de líderes interpartidarios como muestra de solidez, acatar -casi siempre- las decisiones de la independiente Justicia y apoyarse en un proceso electoral libre y transparente, posee un ámbito, llamado Palacio Legislativo, donde, ante la ausencia de la posibilidad de batirse a duelo, quienes andan con ganas de insultar a algún colega parlamentario, pueden hacerlo.
Por supuesto que no es un mecanismo que compartimos, pero deberían saber los legisladores "insultados" que tendrían que mantenerse calmos cuando la mencionada operativa los alude, máxime si se lo buscaron. Y repetimos, sin avalar la instancia, podemos entenderla cuando uno es vilipendiado públicamente, la justicia le da la razón, y no se vislumbran las disculpas.
Dicho esto, y sin pretender hacer un seguimiento o abundar en múltiples ejemplos, y quizá como aporte a los futuros insultadores, cumplimos al decir que, a nuestro juicio, hay epítetos probables, y otros que no lo son. Y sin ahondar en asuntos psicológicos o de comportamiento humano, deducimos que quizá el enojo del destinatario vaya en concordancia con la posible veracidad del adjetivo que se le atribuye.
Por ejemplo: un tristemente recordado legislador Nicolini tildó de "gil" a Isaac Alfie, quien, sin siquiera analizarlo, le propinó unos puñetazos. No recordamos si el "carnet de pobre" que gestionó el frenteamplista -y por el cual debió luego renunciar- para atenderse en Salud Publica fue antes o después de obtener "su merecido" a criterio de Isaac.
La diputada frenteamplista Paysee calificó a un legislador de nombre Fernando, colorado entonces, no tan amado, y que hoy se ha convertido en escritor frenteamplista, de "enano fascista", a sabiendas de que el mencionado no es enano, y de que no hay más hermoso ejemplar de "facho" que aquel que llama fascista a quien no lo es. Y no pasó nada.
"Que la oposición se vaya a la c... de la madre" expresó en la Cámara un senador hoy desocupado, de apellido Michelini. Claro, la oposición no tiene madre, por lo tanto, no puede irse "allí".
Otra: un malhablado conocido ex delincuente, que atentó contra la democracia, ministro, senador, y que fue elegido para hacer de presidente, llamó "pichón de Hereford sin guampas" a Pedro Bordaberry, sin sopesar que un ser humano jamás podrá reunir esas condiciones anatómicas. Y no pasó nada.
Cuando fue archivada una causa que involucraba al frenteamplista senador De León, fue al parlamento a acusar a Mieres de "carroñero de la política", sacándose las ganas, aplaudido por sus iguales. O sea, para ellos, entonces, valía el insulto.
Son de público conocimiento los hechos recientes en el Palacio legislativo, donde los acusados y denostados ante la sociedad durante dos años y que demostraron en la Justicia tener razón -léase Luis Alberto Heber- acudieron al ring a exigir las disculpas de, entre ellos, el hoy investigado por la Justicia -lentamente- senador Charles Carreras, artífice del enchastre. El asunto es que, siguiendo con la operativa que venimos tratando de ejemplificar, Carreras fue tildado por otro Senador de "miserable y ruin" lo que provocó la furia del calificado, y de su "fuerza política" que desconocieron, aunque siempre lo han practicado, este mecanismo.
Claro, miserable y ruin son conceptos que perfectamente se pueden aplicar a un ser humano, y distan mucho de un "hereford", y quizá por ello el desbande, griterío, y fuga de Carreras.
Pero repetimos, y que quede claro: nos parece espantoso todo esto, y no es para nada complaciente. Para nosotros, al menos.