Edición Nº 1066 - Viernes 19 de diciembre de 2025

Batlle y Ordóñez (3): la agenda de derechos

La consagración de derechos para los trabajadores, los menores y las mujeres fue realmente revolucionaria y generó las condiciones para avances concretos y reales, que permitieron superar las discriminaciones muy severas que imponía la sociedad de principios del siglo XX, sostuvo el exvicepresidente Luis Hierro al analizar la obra del batllismo en las jornadas de formación política.

En 1905, cuando se presentó el primer proyecto para habilitar el divorcio por diversas causas, las mujeres católicas recolectaron 93 mil firmas en contra de la iniciativa. La cifra era realmente enorme y daba cuenta de la rotunda oposición que tenía la propuesta reformista. Esa cantidad de firmas representaban prácticamente el 10% de la población total del país –equivalentes a 350.000 de hoy– y era dos veces y media más numerosas que las personas que habían votado en la última elección. Es decir, se trababa de una movilización cualitativa y cuantitativa muy importante.

Quiere decir que, para avanzar en la agenda de derechos, el batllismo tuvo que remontar la cuesta de la opinión pública y enfrentar a los sectores conservadores y pacatos de la sociedad, que tenían una enorme influencia. Ese rasgo diferencia a aquel fenomenal paquete de medidas de la actual agenda de derechos promovida por los gobiernos frenteamplistas, que viene acompasando lo que ocurre en la sociedad y en el mundo. Pero en 1905 y a través de esas medidas, Uruguay se convertía en un país adelantado y de vanguardia. La legislación sobre las ocho horas de trabajo venía discutiéndose y aplicándose parcialmente en otros países; pero las leyes de divorcio, las normas sobre trabajo de mujeres y niños, la eliminación de la pena de muerte y –posteriormente– la separación de la Iglesia y del Estado; son conquistas inigualables que caracterizan el vigor reformista que impuso el batllismo. Muchas normas se propusieron y no se aprobaron de inmediato, pero fueron sancionándose en las décadas posteriores. En 1914, un proyecto presentado por los diputados batllistas Héctor Miranda y Juan Antonio Buero daba cuenta de las intenciones: todas las cláusulas del contrato de trabajo relativas a salario, jornada obrera y reglamentos de taller serían materia de acuerdos colectivos; la jornada obrera no excederá las 50 horas por semana en la ciudad ni 60 en el campo; se impondría la “semana inglesa”, con descanso desde el sábado al mediodía; cada seis meses, los trabajadores tendrían una semana de descanso; los niños menores de 14 años no podrán trabajar; todas las disidencias entre patrones y obreros se resolverán por jurados arbitrales; y sería obligatorio establecer un seguro para todos los obreros. Las normas jubilatorias, las pensiones a la vejez; la prevención e indemnización por accidentes de trabajo; el reconocimiento de los derechos de los hijos por fuera del matrimonio; vinieron a complementar el panorama de protecciones y beneficios.

La segunda ley de divorcio, de 1913, consagrándolo por la única voluntad de la mujer, es una expresión clarísima del sentido de las reivindicaciones. Fue el filósofo Vaz Ferreira quien le propuso a Batlle esa solución, tras diversos intentos legislativos que no reunieron mayorías. Batlle hacía años que venía escribiendo en El Día, bajo uno de sus seudónimos –Laura– para denunciar el clima de violencia, machismo y sometimiento al que se veían atadas las mujeres y el divorcio por su única voluntad fue sin duda revolucionario y una garantía para que las mujeres lograran igualdad de derechos y libertad de acción. Fue un cambo formidable, dramático, como quizás ninguna otra ley ha significado en la historia.

De similar influencia es la separación de la Iglesia y del Estado consagrada en la Constitución de 1918. Batlle había perdido la elección de la asamblea constituyente de 1916 ante la coalición de los colorados anticolegialistas y los blancos, pero negoció con la oposición con enorme habilidad política y perseverancia, logrando imponer ese objetivo máximo, que era la piedra angular de la tolerancia y de la laicidad. Al advertir lo que ocurre en el mundo hoy, cien años después, cuando las luchas religiosas siguen provocando enfrentamientos y cuando se vive en muchas regiones un clima de intolerancia y persecución aún en nombre de los factores religiosos, más sabia se erige la solución uruguaya.

Muchas veces, los cambios constitucionales o legales son expresiones del progreso manuscrito, ya que no terminan de influir en la forma de ser y en la cultura de los pueblos. Pocas veces ocurre exactamente lo contrario, siendo las leyes o las normas constitucionales las que realmente forjan los cambios intelectuales y sociales que representan avances. Eso es lo que ocurrió con la agenda de derechos del batllismo. La ley de divorcio por voluntad de la mujer y la separación de la Iglesia y el Estado son expresiones contundentes en ese sentido.



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